Hay dos calles de la Reina: la que va desde la esquina del Paseo de San Luis hasta el supermercado de Carreño, es decir, el tramo bajo de la calle, y la que asciende hasta la subida a la Alcazaba. El primer tramo mantiene un ritmo vital aceptable, tal vez contagiado por la exuberancia comercial de la calle de Pedro Jover que se ha convertido en la principal artería del barrio.
La farmacia de la esquina, un estanco, dos peluquerías y dos tiendas de comestibles de solera como la de Carreño y la de Lolica, mantienen vivo ese tramo sur de la calle de la Reina que lo diferencia tanto del tramo norte, donde se ha producido un importante apagón de vida en los últimos años, que ha venido de la mano del cierre de negocios que en otro tiempo fueron la esencia de la calle.
Desde la esquina de la calle Bailén hasta la subida por la cuesta de Almanzor ya no queda otro comercio abierto que la peluquería de Miguel Bisbal. El reciente cierre del bar Violeta ha dejado un poco más oscura la calle, acentuando esa sensación de soledad y de pobreza que uno tiene cuando recorre el lugar. Este declive ha tenido mucho que ver con el ocaso de la calle de la Almedina, que hace cuarenta años era el centro del barrio y hoy parece un páramo.
Dejando atrás el local del peluquero, auténtico faro de la calle en estos tiempos de tinieblas, ya no queda un comercio en pie y son pocas las viviendas con señales de vida. El edificio del archivo municipal se queda vacío por las tardes y enfrente aparecen dos viviendas antiguas que llevaban muchos años cerradas. Una de ellas fue el taller de la cristalería Platil, que tuvo allí su factoría hasta hace treinta años. Sin actividad, el edificio es un gigante moribundo que amenaza con venirse abajo.
En la esquina de la calle de la Reina con la cuesta de Almanzor, aparece una hermosa vivienda de otro siglo que fue rehabilitada hace doce años para convertirla en un edificio de loft con encanto.
Poco después estalló la crisis económica y las viviendas se fueron quedando vacías, provocando que en los últimos años se hayan instalado en ellas familias de okupas que son sus actuales inquilinos.
A los que vivimos la realidad de la calle de la Reina hace cincuenta años nos cuesta entender cómo se ha podido producir una decadencia tan estrepitosa. En sus años de esplendor, ese tramo alto de la calle llegó a tener hasta dos colegios: El San José y el Diego Ventaja. Tenía una farmacia en la esquina con la calle de la Reina que era un referente en aquella manzana y dos tiendas de comestibles de las más importantes de Almería, la de Rafael Fenoy la de José Ramón. Tuvo un bar, el del Emilio, y en los años ochenta una taller de muebles en la esquina con la calle de Arráez.
Más arriba estaba la factoría de la cristalería Platil y enfrente el laboratorio de Cristóbal, donde hacían los dientes y las muelas. Hoy ya no queda rastro de negocios y solo sigue adelante la peluquería de Bisbal, al que habrá que rogarle que no se jubile nunca porque si lo hace habría que cerrar definitivamente la calle.
En este proceso de descomposición del segundo tramo de la calle de la Reina hay que sumarle el impacto negativo que ha supuesto la colocación de una gigantesca torre de telefonía móvil en el terrado del edificio más alto. La han intentado enmascarar cubriéndola con una funda cilíndrica que parece una chimenea, pero el daño ya es irreparable y cuando uno viene subiendo la calle con la intención de retratar las murallas del cerro de San Cristóbal, el primer obstáculo que se encuentra es la antena que además de ser un lastre estético, es un peligro para la salud de los vecinos que viven alrededor.
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