Fue uno de aquellos jóvenes maestros que se formaron en ese tiempo de grandes cambios que trajo la República a partir de 1931. Sus estudios de Magisterio coincidieron con esa revolución que las autoridades del nuevo régimen quisieron instaurar en las aulas, en un intento de romper de forma tajante con la vieja escuela anclada en el siglo diecinueve, que seguía estando mayoritariamente en manos de la Iglesia.
Esos nuevos vientos pasaban por una enseñanza laica y por modernos métodos de enseñanza, donde la figura del maestro dejaba de ser inalcanzable y donde el proceso de aprendizaje dejaba de basarse exclusivamente en la lección magistral.
En 1935, Antonio Muñoz Alarcón conseguía aprobar las oposiciones para maestro, después de superar unas pruebas muy duras a lo largo de dos meses. Su llegada al mundo laboral coincidió en el tiempo con el estallido de la Guerra Civil, lo que no impidió que pudiera ejercer su oficio.
En los días más duros de la guerra, el joven profesor estuvo destinado como interino en la escuela pública de Viator. Fue una experiencia llena de obstáculos ya que el sueldo del Estado llegaba tarde y a veces no llegaba. Había meses que tenía que sobrevivir de la generosidad de las familias de los alumnos, que lo obsequiaban con los frutos y las verduras de las huertas y con las matanzas que se hacían para el invierno. A pesar de las dificultades, quiso ser un maestro moderno, de los que sacaban a los niños del aula para que aprendieran con la observación directa, siempre que se lo permitían las circunstancias.
Como tantos maestros de su tiempo, al terminar la guerra pasó a engrosar el bando de los perdedores al ser considerado como afín a la República, por lo que su nombre fue tachado en rojo y le impidieron a ejercer su profesión como maestro nacional, tiendo que ganarse el sustento dando clases particulares a escondidas y desde el año 1945 colaborando en el colegio privado ‘San José’, que acaba de abrir sus puertas en la calle de la Reina.
Fue una figura clave en los primeros años del centro, un maestro con una excelente preparación académica y de un gran nivel humano y cultural. Se había formado en el llamado Plan Profesional de la República, que el Ministerio de Educación puso en practica bajo los parámetros de una escuela única, la libertad de cátedra y la enseñanza laica. Pero sus ideas chocaron con la realidad de la dictadura y Antonio Muñoz pasó a formar parte de la lista negra de esos sesenta mil maestros que fueron represaliados durante el período de la posguerra.
En esta nueva aventura, Antonio Muñoz Alarcón contó con la ayuda del maestro Rafael López Lafuente. Por la cantidad de 10.000 pesetas, Rafael y Antonio se quedaron con el colegio y empezaron a recorrer juntos el camino, hasta que dos años después tuvieron que separarse por motivos políticos. La presión de la dictadura siguió asfixiando al maestro Alarcón, que terminó marchándose a Argentina. De vez en cuando aparecían por la escuela, sin previo aviso, los inspectores de Falange, pidiendo los documentos que exigía el régimen para poder ejercer el oficio. Cansado de esconderse, optó por subirse en un barco y probar suerte al otro lado del océano, allí donde nadie lo conocía, y empezar así una nueva vida.
En su puesto entró Macario Rodríguez San Martín, otro maestro marcado también por su formación en el período republicano, por lo que como le sucedió a su compañero, terminó exiliándose cuando la inspección lo fue acorralando.
En los tres cursos que Antonio Muñoz Alarcón estuvo en el colegio, dejó huella entre los alumnos, con sus lecciones de maestro cercano y moderno que nunca tuvo un mal gesto con un niño, en unos tiempos en los que había cobrado de nuevo vigencia el viejo lema de “la letra, con sangre entra”. Él fue el primero que sacó a los alumnos de la humedad de las viejas aulas y utilizó el método de aprendizaje de la observación directa, en aquellas inolvidables excursiones a La Alcazaba, donde le explicaba la historia de la ciudad, y los lentos paseos por el puerto, donde el profesor le hablaba a los niños del esplendor de otros tiempos, cuando aquellos tinglados estaban llenos de vida y los barriles de uvas de Almería llegaban hasta los muelles más lejanos de América.
Los inicios del colegio ‘San José’ fueron muy difíciles porque hubo que reformar el edificio, habilitar aulas en los dos pisos, buscar alumnos y encontrar la fórmula de funcionar sin la autorización institucional, ya que la escuela no se pudo legalizarse formalmente en el Ministerio de Educación Nacional hasta 1952, cuando ya no había en ella maestros con pasado republicano.
En esa primera etapa los maestros tuvieron que sacrificarse porque los sueldos eran cortos y a veces tenían que multiplicarse para dar clases particulares después de la jornada lectiva. Era la única forma de que la paga les diera para sacar a sus familias adelante.
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