El peluquero que se formó en París

El maestro Claudio llegó a ser un referente en el peinado moderno de los años veinte

El maestro Claudio, en primer plano, en su salón del Paseo.
El maestro Claudio, en primer plano, en su salón del Paseo.
Eduardo de Vicente
00:00 • 18 nov. 2020 / actualizado a las 07:00 • 19 nov. 2020

Era todavía un niño cuando su padre lo mandó a ‘La Española’ para que le enseñaran el oficio. Hacia 1915, era una de las peluquerías más importantes de la ciudad. Situada en la parte alta del Paseo, competía con la peluquería Madrileña, junto al Café Colón, y con la peluquería Inglesa, que estaba en la acera de enfrente. 



Claudio Pimentel apenas tuvo infancia. Con doce años se pasaba los días metido en el negocio, adquiriendo la técnica de los maestros barberos que enseñaban a pelar y a afeitar con un toque de delicadeza único en Almería. Había que ‘arreglar’ a los señores de la alta sociedad que frecuentaban el establecimiento y era preciso tratarlos con el máximo esmero, como si se tuviera entre las manos un jarrón de porcelana.



Claudio fue un discípulo destacado y un joven inconformista que cuando se cansó de trabajar para otro cogió el dinero que tenía ahorrado y se marchó a París a aprender las nuevas técnicas que la moda francesa empezaba a imponer en Europa. Cuando regresó se hizo con un local en el Paseo, unos metros más arriba del Círculo Mercantil y abrió su propia peluquería. En los años veinte, la barbería de Claudio Pimentel llegó a ser de las más prestigiosas de Almería gracias a su habilidad para hacer toda clase de trabajos, especialmente el peinado conocido entonces como el de la melena a lo garçon, muy demandado por las damas de la burguesía almeriense que acudían a bailar el Charleston a las veladas del Casino



Claudio era muy conocido en la ciudad, no sólo por su profesión, sino también por haber sido un luchador incansable por sus ideas republicanas. El día de su entierro, la tarde del seis de octubre de 1935, más un centenar de compañeros rodearon su féretro y se turnaron para llevarlo a hombros desde su casa, en la calle Luis Salute (hoy Jesús de Perceval) hasta la puerta de Belén, donde se despedían los duelos antes de coger el último tramo del camino hacia el cementerio. 






La muerte se lo llevó de un golpe inesperado. Sólo tenía treinta y tres años cuando una infección pulmonar lo derribó en una semana. Entonces se especuló con la posibilidad de que hubiera sufrido una intoxicación debido a los líquidos que usaba para hacer la permanente, pero nunca se supo a ciencia cierta qué mal acabó con su vida de forma prematura. “Muere en plena juventud uno de los mejores republicanos almerienses. Bondadoso de carácter, leal y noble, fue modelo de ciudadano y ejemplo vivo de honradez”, decía la crónica que publicaba el Diario de Almería el día después.



Tras su fallecimiento, la familia tuvo que seguir con la peluquería para poder salir adelante. Su esposa, Gracia García Sánchez, montó una de señoras en el mismo local y el hermano de ésta, Pedro García, pasó a regentar el salón que había dejado vacante Claudio.



Fueron tiempos muy duros. La muerte de Claudio y unos meses después el estallido de la guerra civil. No llegaron a quitarle la peluquería, pero ya se encargaban los comités obreros de mandar todas las tardes un comisario por el establecimiento para que le entregaran una parte de la recaudación del día, dejándole a la familia lo mínimo para sobrevivir.


Tampoco fueron fáciles los días de la posguerra. Cuando cesaron los tiros y pusieron de nuevo en marcha el negocio, estuvieron a punto de que las nuevas autoridades se lo clausuraran para siempre al comprobar, que en una de las paredes del salón estaban pintados los símbolos de la masonería.


La viuda, ayudada por su hermano y por su hijo Claudito, que con diez años ya ejercía como aprendiz destacado, sacaron adelante la peluquería, con dos salones, uno para señoras y otro para caballeros, que sólo cerraban los domingos.


Aunque eran tiempos de escasez, el trabajo no faltaba, ya que los hombres mantenían la costumbre de afeitarse en las barberías, y las mujeres de la alta sociedad solían ir una vez a la semana a peinarse.



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