Se había ido forjando como empresario desde que era niño. Como se quedó huérfano de padre tuvo que ayudar a su tío Pedro Zea Verdegay en el establecimiento de pan que regentaba y allí empezó a conocer los secretos del comercio.
La tahona de su tío Pedro era entonces una de las más importantes de Almería. Estaba situada en la calle de Marín, casi pegada a la entrada a la Plaza Vieja. Formaba parte de aquel inmenso zoco comercial que se extendía en el interior y alrededor de la plaza cuando allí se celebraba el mercado diario de la ciudad. Pedro Zea Verdegay fue además un gran emprendedor, poniendo en marcha una fábrica de fideos y pastas que llevó el nombre de ‘La Universal’.
A finales del siglo diecinueve, José Martínez Zea, siguiendo los pasos de su tío, ya había montado su primer negocio, una tienda de ultramarinos en el número trece de la calle Real, enfrente de la funeraria. Se llamaba ‘El 12 de marzo’ y era un establecimiento de coloniales especializado en productos selectos como la mojama, los chocolates, la manteca inglesa y los cafés tostados al día. Disponía de un servicio de carros propio que se encargaba de llevar los repartos a los clientes a sus domicilios y de una tartana con dos caballos que llegaba hasta los pueblos del Andarax. En alguna ocasión, el carruaje del señor Zea se tuvo que quedar a medio camino cuando en su intento de repartir las compras por algún pueblo se lo impidieron las crecidas aguas del río, que en aquellos años finales del siglo diecinueve solía salir con fuerza al menos un par de veces al año.
Se sabe que en mayo de 1899 la tienda quedó destruida por un voraz incendio, como quedó reflejado en el periódico del día 17: “Serían las doce y media de la noche cuando las campanas de La Catedral dieron la señal de fuego, siguiendo a poco las de la parroquia de San Pedro. Los dueños dormían cuando fueron sorprendidos por el fuego que estaba en la planta baja del local, llegando las llamas a las otra acera”.
En su constante afán por progresar, el señor Zea se embarcó en la aventura de quedarse con la histórica panadería de ‘El Cañón’, que situada en la calle Conde Ofalia había sido el establecimiento de pan más importante de la ciudad durante el siglo diecinueve. En 1910 ya figuraba como propietario José Martínez Zea, que se había quedado con el negocio que había pertenecido a la familia Pradal Ruiz. Su llegada a la panadería acentúo la prosperidad del establecimiento, que siguió siendo un lugar de referencia por la variedad de sus productos y la calidad de las materias primas. Puso de moda las magdalenas para las meriendas “esenciales para el crecimiento de los niños y poderosísimo reconstituyente para las personas débiles”, decía la publicidad. Ya en los años veinte del pasado siglo, la panadería de Zea sacó al mercado un pan especial para los diabéticos y otro bollo para combatir la obesidad, tan de moda en los tiempos actuales. Sus iniciativas para colaborar con el ejército español fueron constantes. Cuando el 16 de mayo de 1922 los soldados del Regimiento de la Corona regresaron a Almería tras su heroica participación en la guerra de Melilla, el dueño de la panadería ‘El Cañón’ repartió por toda la ciudad cientos de tarjetas de bienvenida a los combatientes con la publicidad de la casa.
En la Navidad de 1925 alentó a los vecinos de Almería a comprar sus productos para destinarlos a los militares del frente. “Toda compra para los soldados de África tendrá un descuento del diez por ciento”, se anunciaba en un mensaje publicitario. El nombre de José Martínez Zea saltó a los titulares de la prensa local en el otoño de 1935 cuando fue víctima de un intento de robo. Una mañana, el industrial recibió una carta anónima donde se le exigía el pago de 10.000 pesetas a cambio de seguir vivo. El dinero tenía que depositarlo debajo de una higuera en un descampado del barrio de Los Molinos. El día acordado para la entrega varias parejas de la guardia civil se apostaron en el lugar escogido y aguardaron el momento. Pocos minutos después de que el señor Zea depositara la cantidad acordada, apareció por el lugar un muchacho en busca del botín, siendo detenido inmediatamente. El extorsionador resultó ser un joven de dieciocho años que trabajaba como dependiente de la confitería ‘El Cañón’ del Paseo.
Un año después del suceso, en los primeros meses de la guerra civil, José Martínez Zea fue detenido por las autoridades republicanas y su establecimiento fue incluido en la lista de comercios controlados. Pudo salir de la cárcel gracias a la mediación de uno de sus empleados llamado Maturana, que dio la cara por él en señal de agradecimiento a la ayuda que éste había recibido por parte del empresario unos años antes. La historia se remontaba a la última visita que el Rey Alfonso XIII hizo a Almería. Maturana, que era considerado como un revolucionario, había pasado varios días en el calabozo durante la estancia del monarca en la capital. En ese tiempo de encierro su jefe, el señor Zea, tuvo el detalle de seguir pagándole el jornal.
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