La triste historia de Lina Odena

Una miliciana desconocida en Almería llevaba la voz cantante en la trinchera de Puerta Purchena

Lina Odena fue para el Ejército republicano una de sus heroínas, una de sus mártires, un icono de la mujer soldado.
Lina Odena fue para el Ejército republicano una de sus heroínas, una de sus mártires, un icono de la mujer soldado.
Manuel León
11:02 • 06 dic. 2020

En el fragor de la batalla de Almería, aquella mañana del martes 21 de julio de 1936,  destacaba la melena corta de una muchacha que daba órdenes detrás de la barricada de la Plaza Ramón y Cajal (Puerta Purchena). Esa miliciana, menuda y enérgica, con mono azul y fusil en los brazos corría  junto a decenas de almerienses leales a la República por la calle Blasco Ibáñez (Rambla Obispo Orberá) ante las acometidas de los sublevados, para refugiarse en el bastión del  Gobierno Civil, en Javier Sanz.



Almería -la uvera y minera Almería- estaba a punto de caer en manos de los militares del insurrecto Juan Huerta Topete, y añadir una pica más a los triunfos del general Franco, tras haber tomado Granada.



Sin embargo, los civiles almerienses lograron aguantar la embestida, gracias, sobre todo, al vigoroso fuego disparado por un grupo de Guardias de Asalto leales a la República, a la llegada de unos 70 soldados de aviación armados procedentes de Armilla (Granada) que entraron por la Venta Eritaña y al capitán del Destructor Lepanto, Valentín Fuentes, que se situó al mediodía frente a la rambla de la Chanca y amenazó con bombardear la ciudad si los rebeldes no entregaban las armas. Huerta Topete terminó por rendirse y mandó izar la bandera blanca en La Alcazaba.



Esa audaz joven solo tenía 25 años y se llamaba Lina Odena y era quizá una de las participantes civiles en el combate de Almería con más experiencia. Y lo demostró organizando la llegada de los soldados de Armilla por el Parque Nicolás Salmerón y desplegándolos en puntos estratégicos a través de un plano extendido en el despacho del gobernador civil, Juan Peinado. A partir de la victoria en esa lucha callejera, los militares de Armilla la eligieron su representante en el Comité Local y jefe del Batallón, un caso inédito hasta entonces en esas primeras escaramuzas de la guerra española.



Lina era una total desconocida en esa Almería que veía cómo toda España empezaba a estar en llamas. Sin embargo, atesoraba ya una notable experiencia como miliciana en su Cataluña natal. 



Había nacido en 1911 en el  barcelonés barrio del Ensanche en una familia de sastres. Antes de los 18 ya se  había afiliado al Partido Comunista y con 20 años fue enviada por el PCE a la Unión Soviética donde, con otros jóvenes, permaneció formándose en la Escuela Marxista Leninista de Moscú. De regreso a Barcelona se encuadró en las Juventudes Comunistas de Barcelona hasta llegar a la Federación Nacional y figurar como candidata del Partido Comunista al Parlamento de la República. Durante la sublevación de octubre de 1934, Lina cogió su fusil y se fue a pegar tiros a San Cugat. Con la convocatoria de nuevas elecciones en febrero del 36, fue designada asistente de Pasionaria en sus viajes por Asturias y Andalucía. De ella diría Dolores Ibárruri que era su ahijada.



Pero qué hacía una joven dirigente comunista catalana con aspiraciones políticas en tiempos tan turbios en la lejana Almería: A Lina le sorprendió el golpe militar en esta tierra porque había sido comisionada por el Comité Central de Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) para preparar el congreso provincial de unificación entre jóvenes comunistas y socialistas almerienses. Había llegado unos días antes  y se alojó en la Casa del Pueblo que estaba en la calle Arráez. Allí tuvo varias reuniones preparatorias con dirigentes locales como Pradal, hasta que se declaró el Estado de Guerra tras unas primeras horas titubeantes por parte de los insurrectos.



Lina, con más experiencia con las armas que la mayoría de los hombres, se puso desde el comienzo al frente de un batallón de milicianos.


 Tras  derrotar a los sublevados en Almería, en esos primeros días de la Guerra, en medio de una gran dosis de desmesura, el Comité, dirigido por Juan del Aguila y Cayetano Martínez, fue armando a civiles y requisando vehículos para formar un destacamento con destino al frente de Motril. Una de las cabecillas era Lina, a quien le asignaron un Fiat balilla del 29 que era propiedad de don Amador Martínez alias el señorito, un industrial del de Olula del Río, al que los milicianos de Macael habían tachado de elemento peligroso y de pertenecer a la CEDA. 


Don Amador, con una fábrica de bloques de mármol, vivió casi toda su vida en la Plaza del Ayuntamiento de Olula, casado con Patrocinio Nevado, en una gran casona con balaustrada de piedra que aún se conserva asaeteada por las malas hierbas.


Con Lina viajaba Juan Cuadrado García, un electricista almeriense reconvertido en chófer de la joven comunista durante ese infernal verano del 36. Además de su rol de heroína de guerra, Lina alternaba los combates con su papel como corresponsal de guerra para el periódico Mundo Obrero. A la redacción de este periódico enviaba de manera rudimentarias fotos  y crónicas improvisadas para alentar a los suyos con “las importantes victorias obtenidas en el sur”. 


Lo cierto es que Lina, con un puñado de soldados granadinos y milicianos anarquistas y comunistas almerienses, consiguió reprimir el alzamiento en Motril y Guadix, se batió contra los falangistas del capitán Nestares en Huétor Santillán y fue acusada de matar a sangre fía al cura Manuel Vázquez Alfaya. Pero tuvo un triste final esta mujer soldado, esta carismática miliciana: cuando viajaba por el frente granadino el 14 de septiembre, en las inmediaciones del embalse de Cubillas, el chófer se confundió y se metió en líneas enemigas y en un control falangista le echaron el alto. Antes de que la apresaran, sacó la pistola que llevaba en el cinto y se pegó un tiro en la boca. 


Murió Lina y nació el mito y se convirtió en protagonista del romancero de Guerra por las trincheras republicanas. En Almería, una imagen suya presidió el Teatro Cervantes durante el Congreso de JSU en octubre del 1936 y la calle Trajano fue rotulada con su nombre por un tiempo por acuerdo del Consejo Municipal en 1937.


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