El chalet de acogida de los Batlles

Fue refugio para los que venían huyendo de la zona nacional al estallar la guerra

Los planos del arquitecto Langle donde se pueden ver la fachada principal y la cara norte de la casa-chalet.
Los planos del arquitecto Langle donde se pueden ver la fachada principal y la cara norte de la casa-chalet.
Eduardo de Vicente
00:49 • 14 ene. 2021 / actualizado a las 07:00 • 14 ene. 2021

Su origen fue una casa-cortijo situada en el corazón de la vega de acá, entre la Carrera de Monserrat, que se abría paso en medio de un mundo de huertas, y el callejón de Medina, enfrente de las vías del tren y las instalaciones de la estación.



La finca era propiedad, desde los primeros años del siglo veinte, del industrial almeriense don José Batlles Benítez, dueño del gran establecimiento de tejidos ‘Las Filipinas’ y un destacado personaje de la sociedad almeriense, llegando a ocupar los cargos de concejal, diputado provincial, vicepresidente de la Diputación  y presidente de la Junta de Obras del Puerto. 



Como muchos comerciantes de buena posición de su época, el señor Batlles adquirió un cortijo en las afueras, en ese paraje bucólico que en aquel tiempo era la fértil vega de la ciudad.



En octubre de 1907, don José Batlles Benítez decidió reformar la casa-cortijo que existía en la huerta, al encontrarse sus muros en un estado ruinoso. Su intención era derribarla y poco a poco ir construyéndose una gran mansión, un chalet de características parecidas al que su familia poseía en el pueblo de Rioja. Sin embargo, su prematura muerte, el 24 de marzo de 1912, le impidió llevar a cabo su gran proyecto. Quedó la idea y la iniciativa de su hijo, José Batlles García, que en la segunda mitad de los años veinte pudo hacer realizar el anhelo de su padre, levantando enfrente de la estación la casa-chalet de los Batlles, una edificación de doscientos cincuenta y cinco metros cuadrados, con sótano, piso bajo y principal, y coronado en el centro por un espléndido jardín.






Tenía un hermoso pórtico de entrada con tres arcos, un gran salón repartidor o hall, una sala de visitas, un despacho, un comedor, una cocina, un cuarto de costura, un aseo y una gran despensa. En el piso alto aparecía otro salón de repartición, seis dormitorios, un cuarto de baño con todos los adelantos y dos magníficas terrazas con unas vistas inmejorables de la vega y de la ciudad que entonces terminaba en el muro de la Rambla.



Sobre las cubiertas de teja árabe destacaba una torre de diecisiete metros de altura,  también coronada por teja árabe. El chalet tenía, además, un amplio espacio de sótanos, donde estaban ubicados los servicios de lavaderos y la bodega, y dos escaleras: una principal y otra de caracol que era utilizada por el personal de servicio.



La casa-chalet de don José Batlles parecía un palacio sacado de un cuento, en medio de las huertas. Su esplendor original duró poco, ya que la guerra civil hizo estragos en sus dependencias. A las pocas semanas de producirse el Alzamiento, la finca y todas sus instalaciones fueron requisadas por el Socorro Rojo, que convirtió el chalet en un refugio para acoger a las familias que llegaban desde fuera huyendo de las zonas que habían sido ocupadas por las fuerzas nacionales.


El chalet fue víctima en poco tiempo de los saqueos que se llevaron una parte de la decoración de madera que poseía, y de los bombardeos que dañaron sus instalaciones.


Al terminar la guerra civil, cuando José Batlles García recuperó el edificio, se vio obligado a tener que afrontar una importante tarea de reconstrucción. Habían desaparecido las losas de los suelos, los servicios sanitarios, la chimenea del salón, la cristalería, el artesonado y había que reconstruir el muro sur que había sido derribado por un obús, la escalera principal y el techo del comedor. Para afrontar los gastos de la obra, el señor Batlles solicitó a Regiones Devastadas, “el oportuno crédito por tratarse de una edificación dañada por los bombardeos”.


Si durante la guerra, el edificio ya había sido utilizado como casa de acogida, en la posguerra volvió a convertirse en un escenario humanitario al transformarse en el Preventorio Infantil del Niño Jesús. Sus instalaciones  fueron cedidas en régimen de arrendamiento al Patronato Antituberculoso, que en 1944 levantó una nave con galerías  y dependencias para alojar a los niños amenazados por el hambre y por la tuberculosis.


El chalet de los Batlles se quedó sin vida cuando desapareció el sanatorio, hasta que en 1970 volvió a ser un lugar de acogida, en esta ocasión para recibir a familias que habían perdido sus casas en las inundaciones del mes de enero.


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