El catering de las papas fritas

Félix Marín y su equipo crearon el primer restaurante móvil para las películas

El servicio de catering se montaba con una carpa de lona. En la foto, Brigitte Bardot almorzando durante el rodaje de Shalako, en 1968.
El servicio de catering se montaba con una carpa de lona. En la foto, Brigitte Bardot almorzando durante el rodaje de Shalako, en 1968.
Eduardo de Vicente
18:54 • 03 feb. 2021 / actualizado a las 07:00 • 04 feb. 2021

Con una carpa a base de lonas, como las que traían los circos, montaban un restaurante improvisado en medio del desierto. Un juego de mesas plegables de las que llevaban las familias a la playa, acompañadas con las sillas de hierro correspondientes y unos cuantos manteles de hule, eran suficientes para montar un gran tinglado capaz de recibir a los mejores actores y a los directores más exquisitos que pasaron por Almería en los años dorados de los rodajes. 



Como en esta tierra cualquier punto de la provincia quedaba lejos, por culpa del mal estado de las carreteras y como los rodajes llegaban a cualquier rincón, aunque apenas existieran caminos, fue necesario inventar un servicio de restaurante móvil para poder almorzar dignamente y para intentar perder el menor tiempo posible en medio de un rodaje. El catering in situ evitó tener que desplazarse al pueblo más cercano o a Almería para comer y ganar tiempo para el trabajo.



El catering tenía también la virtud de tener un toque casero, como de comedor familiar, y de tomar partido por los platos típicos de la tierra. Muchos de aquellos actores y gente del cine que pasó por Almería probaron por primera vez los secretos de unas migas con todos sus avíos y  disfrutaron del placer inigualable de una sartén de papas fritas con huevo y longaniza, lo que para muchos era una manjar superior incluso al del marisco más cotizado.



Una de las figuras claves en los catering de las estrellas fue el almeriense Felix Marín Lupión. Un día, junto a sus socios José Francisco Rueda, conocido popularmente como Pepe ‘el de la Violeta’, y Juan Ayala, con los que llevaba el bar del Campamento de Viator, tuvo la idea de montar un restaurante móvil que se desplazara al lugar de los rodajes para servir comida caliente. Hasta ese momento, había establecimientos hosteleros en la ciudad que se encargaban de llevar los alimentos a las películas, pero la mayoría de las veces la comida se enfriaba en el desplazamiento y se hacía a base de bocadillos y platos precocinados. 



Felix Marín y su equipo pusieron en marcha el primer restaurante móvil capaz de llevar la cocina tradicional y las comidas caseras recién hechas a los lugares más insospechados. Acondicionaron una furgoneta DKV y se pusieron en marcha, abriendo camino por las ramblas de Tabernas donde nunca antes había llegado el olor de las patatas fritas, de las migas y del pimentón. Aquella vieja furgoneta atravesó caminos que jamás había pisado un coche y llegó hasta los rincones más escondidos del desierto. En más de un rodaje el ‘coche’ de la comida tenía que seguir los pasos de la máquina que iba delante quitando piedras y tierra para que la caravana pudiera pasar. Muchas de las veredas que hoy aparecen por las ramblas de Tabernas se construyeron en los días de rodaje. A veces, había que servir el almuerzo en lugares recónditos, en parajes imposibles donde no llegaban los camiones y había que transportar la comida en mulas. 



El negocio lo estrenaron en 1964 en el Llano de Tecisa, durante el rodaje de la película ‘La venganza del Mohicano’. Eran jornadas agotadoras  que comenzaban de madrugada cuando había que ir a la alhóndiga a comprar los alimentos, y terminaban cuando se iba el sol. Había que servir en comedores montados sobre la arena con más de cien personas y responder a las exigencias y a las extravagancias de todos aquellos personajes. 



Fue también en 1964 cuando Felix Marín conoció a Sergio Leone, con el que compartió todos los trabajos que el italiano dirigió en nuestra tierra. Leone era un consumidor insaciable de gazpacho, por lo que tenía que hacerle todos los días cinco litros que envasaba en botellas de La Casera y las guardaba, como si fuera un tesoro, en la nevera más grande entre enormes bloques de hielo. El director italiano, un tipo duro en las horas de trabajo detrás de la cámara, se transformaba en un niño delante de una sartén de ‘papas fritas’ y un gazpacho.





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