Fue en los años sesenta cuando La Chanca empezó a mostrar a los ojos de los visitantes dos mundos que se cruzaban: las viejas formas de vida ancladas en las costumbres de los mayores y las modas recién llegadas que se empezaban a notar en los peinados y en los vestidos de las muchachas.
Aún sobrevivía la tradición del luto riguroso que condenaba en vida a las mujeres cuando moría un familiar y el rito de velar a los difuntos en las casas. Todavía, a comienzos de la década, los muertos se velaban en las mismas casas y cada vez que alguien fallecía el barrio entero se pasaba por el domicilio del finado para dar el pésame y acompañar a la familia en ese duro tránsito. Una de las imágenes que era frecuente ver en aquel tiempo era la de los empleados de la funeraria subiendo por las cuestas con un carro donde llevaban, a la vista de todo el mundo, los enseres propios de los sepelios: el ataúd, las velas y la mesilla de las firmas de condolencia.
Otra costumbre que seguía vigente en el barrio era la de hacer la vida en la calle. Aún se podían ver las puertas de las casas siempre abiertas con las mujeres sentadas al sol mientras cosían o pelaban patatas y los hombres arreglando las artes de pesca o dando de comer a los pajarillos enjaulados, mientras que los niños correteaban en plena libertad con las manos llenas de tierra.
Frente a ese mundo en retirada de costumbres y tradiciones ancestrales, se levantaba otro tiempo: el de las muchachas que empezaban a vestirse a la moda que marcaba el cine o como las cantantes que empezaban a verse por televisión; el de los transistores en los que escuchaban por las tardes el programa de los discos dedicados; y sobre todo, el tiempo de esos primeros televisores que empezaron a llegar al barrio y que en apenas cinco años, antes de que acabara la década, se fueron extendiendo de tal forma que era posible encontrarse una antena coronando el tejado de una marchita chabola, o sobre el techo de los torreones musulmanes que a duras penas se mantenían en pie sobre la misma Rambla de la Chanca.
Qué extraña paradoja la de aquellas antenas que miraban al cielo buscando la señal, en un barrio donde había calles sin asfaltar y donde todavía había viviendas en las que no tenían agua en los grifos, pero donde ya disfrutaban de una de aquellas televisiones en blanco y negro que se compraban a plazos en las tiendas del centro de la ciudad.
Fue a partir de 1966 cuando empezaron a aflorar los televisores en los lugares más remotos del barrio, coincidiendo con la puesta en funcionamiento del poste repetidor de la Sierra de Lujar, que venía a sustituir al antiguo instalado en Sierra Alhamilla, famoso por sus constantes averías. El nuevo poste alentó a muchas familias a comprarse su aparato y poco a poco los terrados de la Rambla de Maromeros, de las Cuevas de las Palomas, de la calle Valdivia y el Llano de San Roque, se fueron poblando de antenas que anunciaban un tiempo nuevo.
Fue en esos años cuando empezaron a marcarse las diferencias entre dos territorios del mismo barrio. El nombre de Pescadería fue ganando terreno, mientras que el de La Chanca se fue quedando relegado a la zona de los cerros donde todavía era posible encontrar cuevas habitadas y donde la gente seguía manteniendo sus antiguas formas de vida. Pescadería fue creciendo a medida que el barrio se fue urbanizando: aparecieron los bloques de edificios con viviendas sociales, se generalizó el alcantarillado, se mejoró el alumbrado en las calles y se abordó el problema de la pavimentación.
En octubre de 1969 el ministro de la Gobernación, Camilo Alonso Vega, visitó la zona para inaugurar algunas de las últimas obras que se habían llevado a cabo a lo largo de los últimos años. La más importante fue la urbanización de la antigua Rambla de Maromeros, que se transformó en Avenida del Mar. El cambio de rambla a avenida modificó la fisonomía del lugar, aunque la transformación no se hizo de un año a otro, sino que se prolongó durante más de un lustro, hasta que por fin, el cauce se convirtió en calle y el asfalto llenó los terraplenes por donde el agua bajaba descontrolada.
El 13 de febrero de 1972, dos años después de que una riada arrastrara en la Rambla de la Chanca a varios coches con un balance de siete fallecidos, el ayuntamiento aprobó la pavimentación de la avenida y la construcción de un paso elevado para unir la Plaza de Pavía con La Chanca.
A pesar de los progresos que se habían conseguido con el Plan Social, el barrio siguió ofreciendo esos grandes contrastes entre progreso y pobreza. Un informe sociológico que encargaron el Obispado y el Ayuntamiento de Almería, hablaba de que el popular arrabal de La Chanca era el más pobre y atrasado de la capital.
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