Cada vez quedan menos zapateros en el casco histórico. En esta última crisis se han quedado dos en el camino: el taller de Francisco Javier Torres en la calle de Trajano y el muy ilustre y antiguo taller que la familia Salinas regentaba en la calle Cervantes, cuya historia se remontaba a los primeros años de la posguerra, cuando se instalaron debajo de los soportales de la Plaza Vieja y más tarde en un pequeño habitáculo de la calle Mariana.
El que no cede, el que resiste como un roble toda clase de vientos y de temporales, es el taller de la familia Benavente, frente a la iglesia de Santiago. Estamos hablando, posiblemente, del taller de zapatería más longevo de España, que abrió sus puertas por primera vez una mañana del verano del año 1901.
Hoy, hay un nuevo timonel al frente del establecimiento, un zapatero joven que ha recibido el testigo de su padre. Se llama José Benavente Duarte y a pesar de su juventud es todo un veterano en el oficio, ya que aprendió a hablar detrás del mostrador y ha ido creciendo al lado del maestro.
Es verdad que se viven tiempos complicados, que se va perdiendo la costumbre de llevar a arreglar los zapatos rotos, que todo pasa de moda inmediatamente, que es más difícil vivir de la profesión, pero el taller de los Benavente sigue su rumbo, a veces reinventándose para encontrar nuevos horizontes. La última apuesta han sido las suelas para especialistas, donde los amantes del senderismo, de la escalada, del running, del cross, pueden encontrar la superficie adecuada para practicar su actividad.
Esta última crisis económica y sanitaria no ha cogido de sorpresa a una familia acostumbrada a pasar por situaciones límite. El taller de los Benavente empezó su camino en un portal junto a la fachada de la iglesia de Santiago cuando se vivía una profunda crisis económica y existencial en el país tras la perdida de Cuba.
Ha resistido la guerra de África, que de forma tan directa se vivió en Almería; la Primera Guerra Mundial que nos dejó aislados del mundo sin posibilidad de que nuestra uva y nuestro mineral llegara a otros mercados, causando paro y pobreza en toda la provincia; ha superado la fatídica epidemia de gripe de 1918, sin llegar a cerrar ni un sola día su puerta porque había que seguir comiendo al menos una vez al día.
El taller de los Benavente superó los avatares de la monarquía, los años de la dictadura de Primo de Rivera, el tiempo de esperanza y de revoluciones que trajo la República y el peso de la Guerra Civil que tampoco consiguió cerrar el negocio. Salió adelante en la posguerra, y ahora, en la epidemia de Covid, se mantiene al pie del cañón abriendo sus puertas todos los días con las debidas precauciones.
José Benavente Duarte ya no cuenta con la ayuda de sus padres, que fueron los pilares del negocio hasta hace unos meses, pero se siente fuerte porque continua por el camino que trazó su trasbisabuelo. La vocación le viene de antiguo. Se sabe que los Benavente, que procedían de la barriada de Pago, en el municipio de Berja, ya ejercían la profesión por aquellos lugares en la segunda mitad del siglo diecinueve y que cuando el negocio se le quedó pequeño decidieron probar fortuna en la ciudad.
El primero que se instaló en Almería fue Manuel Benavente Díaz, que en junio de 1901 presentó una solicitud en el ayuntamiento pidiendo el permiso necesario para montar un kiosco de madera en la esquina de la puerta principal de la iglesia de Santiago. En aquellos tiempos, los zapateros remendones brotaban en cualquier rincón de la ciudad. Sin ir más lejos, el hijo mayor de Manuel Benavente, que desde niño también se dedicó al oficio, estuvo durante años ejerciendo al aire libre con un taburete y una mesa de madera a la puerta del convento de Las Claras.
Cuando en 1901 Manuel Benavente Díaz consiguió la licencia, levantó un humilde kiosco que él mismo construyó a fuerza de tablones y se puso a arreglar zapatos y a fabricar alpargatas con esparto y cuerda. No podía imaginar entonces que con aquella aventura empezaba una tradición que ciento veinte años después aún sigue viva.
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