Hubo quien pensó que la Semana Santa de Almería necesitaba una apuesta a lo grande, una hermandad de Primera División que no tuviera nada que envidiar en pasos y en penitentes a las que salían en las capitales de mayor prestigio.
En los primeros años sesenta, cuando la juventud empezaba a desertar de los templos y cuando la Semana Santa no terminaba de calar en el alma de la sociedad almeriense, las autoridades, a través de los sindicatos, decidieron darle un empuje convirtiendo la humilde hermandad del Descendimiento y la Virgen del Consuelo en una procesión magna, en un espectáculo grandioso que transformara la austeridad de los desfiles en un gran acontecimiento a la altura de la Batalla de Flores que todas las ferias reunía a miles de personas en el Paseo.
Se crearon tres congregaciones en torno a tres pasos: Nuestro Padre Jesús del Huerto, Jesús del Camino y Jesús de la Columna. El primer paso bajo el auspicio del Sindicato de Frutas COSA y la Hermandad de Labradores; el segundo amparado por el Sindicato de Transportes y el tercero por la Institución Sindicial Francisco Franco, representada por la Escuela de Formación.
En 1961 la cofradía anunciaba a bombo y platillo una gran procesión el Jueves Santo con la novedad de cinco pasos desfilando en la calle y más de mil penitentes formando sus cortejos. ¿Qué se pretendía con esta apuesta descomunal? Detrás de aquella aventura había un argumento principal: el de la propaganda política. La aparición del elemento sindical del régimen como motor de la recuperación de la Semana Santa de Almería, la intervención oficial para contrarrestar la pasividad de la juventud, que apenas tenía relevancia dentro de las hermandades.
Ya estaba bien de desfiles pobres y solitarios, de aquel vía crucis de posguerra que subía al Cerro de San Cristóbal con un batallón de mujeres vestidas de luto rezando el rosario. Aquí lo que hacía falta era más diversión, un espectáculo que calara hondo en la gente, aunque estuviera más cerca de un programa de feria que del menú tradicional de la semana de pasión.
Aquella Semana Santa de 1961 fue todo un espectáculo por esa aparición estelar del Silencio, que de la noche a la mañana se convirtió en un gigante, con pies de barro, pero un gigante al fin.
La prensa no se cansaba de anunciar el magno acontecimiento: cinco pasos, con la gran novedad de la aparición en escena, por primera vez, de Nuestro Padre Jesús de la Columna, que salía desde el patio de la Escuela de Formación, la institución que lo respaldaba.
Para que el éxito de la procesión estuviera asegurado se movilizó al alumnado del centro, que formó las colas de penitentes que acompañaban a Jesús de la Columna en su recorrido triunfal por las calles de Almería. Allí iban ellos, los alumnos de la escuela, haciendo penitencia con el mismo talante del que se pone una máscara en carnaval. Lo importante era hacer bulto, que el éxito estuviera garantizado por el número de participantes. Lo de menos era el hecho religioso, el componente espiritual, que quedaba relegado bajo el gran manto de la apariencia.
El día señalado se preparó a lo grande: todos los pasos, los cinco tronos que se ponían escena, tenían que congregarse a las doce de la noche en la Puerta de Purchena, donde los almerienses terminábamos todos los años los festejos de la feria. Aquella gran procesión tenía mucha de feria.
La congregación de Nuestro Padre Jesús del Huerto hizo su salida desde la iglesia de Regiones; el Camino desde la parroquia de Ciudad Jardín, el Cristo de la Columna desde la Escuela de Formación y los dos pasos titulares de la hermandad, el Descendimiento y la Virgen del Consuelo, desde la iglesia de los Franciscanos, como era costumbre.
Para darle más realce a la fiesta, cuando el gran cortejo se dio cita en la Puerta de Purchena, los coros de Educación y Descanso interpretaron varios pasajes de música religiosa.
Durante aquellos años la procesión del Silencio fue la más importante de la Semana Santa de Almería por el número de participantes que intervenían en sus desfiles y por sus numerosos pasos. Había tronos suficientes como para formar tres cofradías.
Sin embargo, aquella eclosión fue solo un espejismo que no caló de verdad en la sociedad y que no sirvió para que la Semana Santa cogiera músculo. Ni los cinco pasos ni las más de mil equipos que se hicieron pudieron frenar el declive general, ni que la modesta cofradía de los Franciscanos acabara en el olvido unos años después.
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