En las alturas de Dios

Las andanzas de un obrero junto al campanario de la catedral

Un trabajador colocando andamios en las obras del campanario de la Catedral.
Un trabajador colocando andamios en las obras del campanario de la Catedral.
Manuel León
11:24 • 06 abr. 2021

Nadie se ha fumado un Marlboro en Almería tan cerca del cielo como él. Es uno de esos albañiles con acento trianero -porque desde mi ventana le escucho dar órdenes apoyado en la garrucha- que está colocando los andamios junto al campanario de la catedral de Villalán. Está ahí, en las alturas de Dios,  en la cima de la ciudad, inmune al vértigo, como en ese póster legendario de los obreros del Rockefeller Center de Manhattan que decoraba alguno de aquellos pub de los 80 donde apurábamos las tardes de domingo jugando al billar; está ahí, como dispensado de temor al precipicio, como aquellos albañiles neoyorquinos de los que hablo, sentados en batería en una tabla, que parecía que flotaban en el aire con la gorra en la mano y con la cúspide de los rascacielos rozándoles el culo.



Lo veo a diario porque es como un vecino celeste- no le ofrezco Aquarius porque me da miedo estirarme mucho- un vecino aéreo,  que se yergue junto a los capiteles que coronan la seo urcitana, junto a la cruz de guía hincada en el bóveda como una pica en Flandes. Abro la ventana del salón y le doy los buenos días, como si estuviéramos en un café del Paseo en vez de a 180 pies del suelo.



Le he bautizado como Jeromo, porque alguien que esté tan cerca del cielo, tiene que estar bautizado. Jeromo, porque así entendí que le gritaban desde abajo: “Jeromo engancha la polea, Jeromo, va para arriba un tablón del  20”.



Jeromo, leptosomático como un junco, se protege con un casco rojo y muchos correajes y herramientas colgando de su mono azul. A veces me mira  y no sabe qué decirme, ni yo a él. Ninguno sabemos qué se suele decir en un sitio tan alto. 



Está el campanario de la catedral almeriense asaeteado de andamios, cubierto de mallas y corazas como un caballero medieval, como un enfermo de la UCI lleno de cables y gasas. 



Abajo, en una esquina de la Plaza Diocesana, al pobre obispo Diego Ventaja, para que no se manche, le han vestido con una especie de sudario de lienzo y cuerdas. Ya es la segunda vez: así murió en el 36, amarrado y con los ojos tapados, antes de que lo sepultaran con cal viva en un pozo del barranco del Chisme.



Jeromo fuma demasiado, medio paquete he calculado, y también habla  a gritos por el móvil como si estuviera hablándole a un inglés, porque, acuérdense, antes creíamos que si le hablábamos fuerte a un guiri entendía mejor el castellano.



Son conversaciones mundanas en un lugar divino las de Jeromo, nada serio, presumiblemente con  su mujer: “Qué vas a hacer hoy de comer, cari”, “Ya nos quedan tres alturas solo, para el sábado acabamos”. “Acuérdate de pagar el recibo del garaje, te lo dejé en la mesita”. Eso es lo que habla. Lo que piensa será otra cosa: quizá, en el más allá, quizá en que sus hijos lo tendrán peor que él a su edad. 


Yo pienso, por mi parte, que Jeromo es un privilegiado: desde ahí arriba debe otear el inmenso coral de la hermosa bahía, debe divisar hasta los tornillos del Cable Inglés. Debe ser emocionante estar ahí de pie, junto a esa piedra caliza, la más antigua de Almería con permiso de lo poco que queda de original en la Alcazaba moruna, y sobre todo con permiso de los torreones califales tan masacrados por los graffitis, tan ninguneados, tan valorados solo por Encarni González y la humilde Asociación de Pescadería La Chanca a Mucha Honra. Solo a ellos parece dolerles. 


A Jeromo no parece que le duela nada, parece que llevara toda su vida haciendo de Spiderman con una naturalidad que abruma. Tan solo se sobresalta, cuando  suena el badajo de la campana gorda. A los cuartos y a las medias le tiemblan un poco las piernas al operario, a las horas en punto se le derrama la ceniza del pitillo y se tapa los oídos con la palma de las manos, mientras las enojadas palomas lo miran como a un intruso. 


Y después vuelve a al tajo, a fijar los tubos de acero junto a los bloques de piedra centenaria, cada uno con una cruz o una raya que debía ser como la firma del cantero. Jeromo suelta cuerda, agarra la maroma, hace girar la polea con los alicates y ve crecer el cuerpo del andamio hasta llegar casi al cielo como una torre de Babel. Así se le va la mañana a  este sevillano que vive tan cerca del cielo.


Temas relacionados

para ti

en destaque