Estábamos atravesando aún los callejones más oscuros de la posguerra, la represión más dura de la dictadura estaba todavía presente en la vida de las familias y la sensación de estar continuamente vigilados marcaba el día a día de los perdedores.
En medio de ese clima de incertidumbre y miedo, en 1951, el Gobernador civil, don Manuel Urbina Carrera, aceleró los mecanismos oficiales para que Almería no se quedara atrás en la implantación de una especie de pasaporte para andar por casa, que con el nombre de documento nacional de identidad, había llegado para quedarse y para cambiarnos a todos la vida.
El 15 de septiembre fue el día elegido para que comenzara a expedirse el referido documento, que en un plazo de dos años iba a ser obligatorio e imprescindible para enfrentarse a capítulos tan importantes de la vida cotidiana como tener dinero en una caja de ahorros o matricularse en un instituto o en una universidad. Los primeros que tuvieron que sacarse el documento fueron los vecinos comprendidos entre los 19 y los 25 años de edad.
La llegada del carnet de identidad fue acogida con recelo por muchos almerienses que pensaban que aquel invento era un mecanismo más de control, sobre todo para los que eran considerados como sospechosos por motivos políticos que estaban convencidos de que se trataba de una nueva forma de ficha policial.
Tal clima de incertidumbre se creó en la ciudad en torno a la llegada del carnet que desde el propio Gobierno civil se tuvo que difundir un comunicado en el que se explicaba a la población que “la implantación del documento nacional de identidad no persigue ninguna finalidad fiscal, ni los datos que se consignan en él llevarán implícito antecedente alguno de ideología o conducta”.
No había posibilidad alguna de evitar el temido documento, que venía a ser como la llave maestra para poder vivir en sociedad. En las cajas de ahorros, en las casas de compra y venta y hasta en las humildes traperías de los barrios no se iba a poder realizar ninguna operación si el cliente no mostraba su carnet de identidad con sus datos de filiación y su fotografía correspondiente.
A pesar de la insistencia de las autoridades y de las prisas de los comienzos, tuvieron que pasar cuatro años para que empezara a funcionar a toda máquina el documento nacional de identidad. En octubre de 1955, el diario local ‘Yugo’ informaba a los almerienses de que a partir del día 15 de ese mismo mes todas aquellas personas que carecieran del DNI serían consideradas como indocumentadas.
Con la implantación del carnet de identidad repuntaron las gestorías y los estudios de fotografía. El primer gestor que se encargó de tramitar la documentación exigida para el DNI fue Alberto Soria Ramírez, que tenía la oficina en el número 157 del entonces llamado Paseo del Generalísimo.
Los viejos estudios de los retratistas, que se dedicaban a inmortalizar a las parejas de novios el día de la boda y a los niños vestidos de Primera Comunión, encontraron un nuevo filón para sus negocios en las obligatorias fotografías para el carnet de identidad.
El nuevo documento iba a servir también para que los porteros de las salas de cine identificaran a los menores de edad que querían entrar a las películas para mayores y adquiría el carácter de obligatorio para conseguir un contrato de trabajo, para presentarse a unas oposiciones o para matricularse en la universidad.
La Almería del documento nacional de identidad era todavía aquella ciudad perdida en el mapa de España que intentaba restablecerse de las heridas de la guerra exportando uva y esparto al mundo y apurando sus últimas reservas mineras. En esa lista de heridas que sufría una parte de la población estaba el analfabetismo. Fueron muchos los almerienses que tuvieron en sus manos su primer carnet de identidad sin poder leer lo que decía aquel documento al ser completamente analfabetos.
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