Decían los lugareños que el Cortijo Grande era tan antiguo como la propia vega de Almería, que el día que empezó a gestarse el ferrocarril, aquel caserón era ya una reliquia.
Los niños del Tagarete, de hace sesenta años, jugaban a perderse por los caminos que pasaban por el viejo cortijo y se llenaban de miedos cuando cruzaban delante de la tapia y se encontraban con aquel extraño edificio con forma de fortaleza que en los años de la posguerra había sido el refugio espiritual del catolicismo almeriense, cuando recibía a los grupos de creyentes que participaban todos los años en las tandas de ejercicios espirituales.
La vinculación del muy antiguo Cortijo Grande con la actividad religiosa había comenzado dos décadas antes, cuando en 1920 la finca fue adquirida por el ilustre farmacéutico y terrateniente, don Juan Vivas Pérez, que en un ejercicio de generosidad decidió cedérsela a la Federación de Sindicatos Agrícolas-Católicos de Almería para la fundación en nuestra ciudad de una Granja Escuela que se encargara de educar y preparar a los hijos de los labradores de la vega para todas las actividades relacionadas con el campo.
El proyecto venía de lejos, desde que en la primavera de 1914 se constituyó un patronato en Almería para la creación de una granja escuela, análoga al instituto agrícola hispano-francés que venía funcionando con muy buenos resultados en la localidad de Figueras, bajo la batuta educativa de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.
Las gestiones se sucedieron, pero ante la imposibilidad de encontrar un escenario adecuado para instalar el centro y debido a la falta de recursos económicos y al panorama de crisis debido a la gran guerra, el proyecto acabó aparcado en un cajón esperando que llegaran tiempos mejores.
Se volvió a retomar seis años después, en 1920, gracias al gesto altruista del señor Vivas Pérez que puso en manos de la Federación Católica-Agraria la finca del Cortijo Grande con el fin de que la ansiada Granja Escuela pudiera ser una realidad.
Para dirigirla encargaron la dirección de la actividad docente a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que llevaban realizando una importante labor educativa en la ciudad desde que en el verano de 1909 llegaron a Almería procedentes de la ciudad argelina de Orán, donde habían desarrollado su trabajo hasta que las autoridades de Francia prohibieron a las congregaciones religiosas el ejercicio de la enseñanza.
¿Qué quería ser la Granja Escuela? ¿Qué sentido tenía ponerla en marcha en Almería? El objetivo de los padres del proyecto era mejorar las condiciones de vida de los agricultores de la vega, preparando a sus hijos para un futuro más próspero, ofreciéndoles de forma gratuita la posibilidad de tener una educación básica y una preparación exhaustiva en las labores de la tierra.
En la Granja Escuela se estudiaba religión, moral, caligrafía, dibujo, aritmética, geografía, historia sagrada, historia de España, francés, solfeo y canto, y otra rama de enseñanzas orientada a la agricultura, donde los alumnos recibían lecciones de horticultura, poda, vinicultura, agricultura y derecho rural.
Para poner en marcha el cortijo y convertirlo en escuela, hubo que realizar importantes trabajos, ya que aquella fortaleza en medio de la vega se encontraba bastante deteriorada.
Fue fundamental la labor realizada por la directiva de la Federación Católica-Agraria, encabezada por su presidente, Gabriel Callejón Maldonado, y secundada por personajes tan importantes en la sociedad almeriense de aquel tiempo como Ramón Durbán Orozco, Juan de la Cruz Navarro de Haro y Fausto Lagasca.
Por fin, en el otoño de 1920 comenzaron las clases, con un total de cien alumnos matriculados. Sesenta plazas fueron para alumnos internos y cuarenta para hijos de labradores. A finales de septiembre, el Patronato hizo entrega a los Hermanos de las Escuelas Cristianas del edificio donde empezó a caminar la Granja Escuela bajo la advocación de la Sagrada Familia “con la alta finalidad de asegurar a los alumnos una instrucción sólida que se encuentre apoyada en los sanos principios de una educación moral y religiosa”, decía la publicidad del centro.
Las clases empezaban pronto, a las ocho de la mañana, a la hora en la que los agricultores de la vega ya estaban inmersos en sus duras faenas del campo. Se paraba a las once y media y se volvía a retomar la instrucción a la una y media de la tarde, hasta el fin de la jornada que llegaba tres horas después.
Fue una experiencia innovadora. Todas las tardes, los estudiantes y sus profesores salían al campo para poner en práctica las lecciones de agricultura. Fue muy importante la labor realizada por el Padre Eugenio, director de la escuela, que tuvo que hacer auténticos juegos de manos para que los labradores dejaran a sus hijos pasar el día en el centro en vez de estar dedicados al trabajo en la tierra como si fueran hombres.
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