La posibilidad de que el Seminario de Almería haga las maletas para mudarse temporalmente a una provincia vecina ha generado un cierto ruido mediático que ha tapado una verdad histórica: más allá de tratarse de una decisión que también están tomando otras diócesis (como la del Arzobispado de Mérida-Badajoz) hay un precedente cercano en tiempo y espacio: el Seminario diocesano de Almería lleva 30 años en funcionamiento tras casi 25 con la persiana bajada.
La memoria almeriense tiende a ser corta, pero lo cierto es que, tratándose de una institución con más de 2.000 años de vida, esta historia es de hace dos días, prácticamente.
Corría el año 1967 y en Almería era obispo un pastor vasco llamado a estar en lo más alto de la jerarquía de la Iglesia española: aunque no se presuma mucho de ello por estos lares, el cardenal Ángel Suquía, quien fuera presidente de la Conferencia Episcopal entre 1987 y 1993 y arzobispo de Madrid sucediendo a Tarancón y siendo sucedido por Rouco Varela, empezó su carrera episcopal en la tierra de Almería.
El joven obispo Suquía llegaba a Almería recién terminado el Concilio Vaticano II, que tuvo sus consecuencias, también en la Diócesis de San Indalecio. Y una de ellas fue, efectivamente, el cierre del Seminario Mayor.
"En 1967, en los comienzos del postconcilio Mons. Angel Suquía Goicoechea trasladó el Seminario Mayor a la ciudad de Granada, adscribiéndolo académicamente a la Facultad de Teología de la Compañía de Jesús.", reza en su propia web el seminario almeriense, en el apartado dedicado a hacer repaso de la extensa historia de esta institución creada en 1610.
¿Los motivos? Esas "recomendaciones conciliares" que venían a cambiar la Iglesia para siempre (y que, en Almería, por causas distintas y algún malentendido que otro, nos dejaron sin seminario y sin Semana Santa).
No obstante, el cierre de Suquía y el traslado (quizás a Murcia, en este caso) planteado por Gómez Cantero tienen una diferencia esencial: el del siglo XXI será "temporal" y el ejecutado por el cardenal se extendió en el tiempo 24 años.
De hecho, retoma la propia web del seminario, "en 1991 Mons. Rosendo Álvarez Gastón decidió el retorno de los seminaristas al viejo edificio de la carretera de Níjar, comenzando la primera fase de su rehabilitación paulatina, afrontada en su conjunto por el obispo, Mons. Adolfo González Montes". Y ahora, la historia se repite y el seminario de Almería podría volver a la casilla de salida, aunque por causas distintas a las de aquel ya lejano 1967.
En cualquier caso, no puede decirse que aquella decisión del futuro cardenal Suquía fuera tomada en contra de la salud de la Diócesis de Almería, sino todo lo contrario. De hecho, el mismo obispo vasco creó el Consejo Presbiteral, la Librería Pastoral y puso en marcha todo lo necesario para la restauración de la Catedral.
Y, aunque no sea excesivamente recordado a día de hoy, el Diccionario Biográfico de la Provincia dibuja así al que fuera presidente de la Conferencia Episcopal: "Trajo a Almería un aire fresco y renovador, siendo muy bien recibido por su talante afable y su simpatía personal. Tuvo que afrontar el espinoso tema de las secularizaciones, que por entonces empezaron a producirse en el seno de la iglesia almeriense, manifestando siempre una actitud comprensiva y cariñosa". Y de ahí, a liderar la Iglesia en España.
Gómez Cantero
Y ahora toca volver al siglo XXI, y analizar el futurible movimiento de la Iglesia de Almería. El clero ha recibido la idea de forma positiva en su mayoría y, quizás, hay quien pueda pensar que se trata de algo similar a que la Universidad de Almería perdiera, de pronto, una carrera en su catálogo académico. Pero lo cierto es que se trata de algo bien distinto.
Por una parte -y perdonen la metáfora- la posible mudanza del Seminario Mayor de Almería a Murcia es, a día de hoy, algo parecido a escayolar un brazo tras la fractura de un hueso: la movilidad se va a perder durante un tiempo, pero el daño terminará reparado. Y no se trata de que la Iglesia en Almería tenga divisiones que (re)unir, no: simplemente, hay algunas cuestiones económicas y formativas que urgen ser reparadas y, al parecer, Gómez Cantero opta por parar para tomar impulso en lo que refiere a la institución académica. Dejar de gastar dinero en un edificio inmenso y aportar una visión distinta de la Iglesia a los seminaristas.
Porque, por otro lado, eso es lo que ganará la Iglesia de Almería con este movimiento (más allá de controlar el gasto): educar a los futuros curas de la Diócesis de Almería con una perspectiva distinta y enriquecida por el contacto con una comunidad más grande y abierta en una Diócesis más grande. O, al menos, esa es la filosofía que sustenta el posible traslado del Seminario Mayor de Almería a otro lugar.
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