Aquella manzana formaba una pequeña ciudad que tenía su propia idiosincrasia y que estaba marcada por la presencia del mar. Allí, frente a la playa de las Almadrabillas, se levantaba la Almería industrial que en verano se codeaba con la Almería del ocio, cuando el balneario Diana se convertía en el gran atractivo del turismo de provincia que llegaba a la capital para tomar los baños reglamentarios.
Esa vocación industrial venía de lejos, desde la instalación del matadero municipal y la llegada de fundiciones importantes como la de Carlos Balhsen y más tarde los célebres talleres de Oliveros, que fueron los últimos en retirarse cuando ya no quedaba en aquel escenario ni rastro de las industrias ni del balneario ni de los trenes que atravesaban el puente cargados de mineral buscando los hierros del Cable Inglés.
Una de esas grandes factorías que crecieron frente a la orilla de la playa fue la fábrica del gas, que ocupaba una parte de los terrenos donde hoy se alzan las instalaciones del complejo deportivo ‘Ego’.
Su historia se remonta a la segunda mitad del siglo diecinueve, cuando en las primeras semanas de 1864 se recibió en el Ayuntamiento una solicitud de don Carlos Lebón, director general de la empresa del alumbrado de gas, “para el establecimiento de una fábrica en esta capital”, lo que suponía un paso adelante para modernizar la iluminación de Almería. Los responsables de dicha fábrica presentaron un proyecto en el que contemplaban su instalación en el mismo puerto, pero varios informes emitidos por el jefe de ingenieros de caminos, canales y puertos y el arquitecto municipal, desaconsejaron que la fábrica se ubicara en la zona portuaria, estableciendo como lugar idóneo la barriada de las Almadrabillas. Tras una reunión entre directivos de la futura factoría y el Ayuntamiento, se llegó a un entendimiento para que la fábrica del gas ocupara unos terrenos próximos a la boquera de la ciudad, entre la playa y la actual Avenida Cabo de Gata, a una distancia de más de cien metros de todo edificio.
Esta distancia se redujo cuando cuarenta años después el empresario Carlos Jover se trajo el balneario que tenía en el puerto a la playa de las Almadrabillas para instalarlo a pocos metros de la factoría del gas.
En el verano de 1905, don Carlos Jover y Fuentes, propietario del muy antiguo balneario ‘El Recreo’, dio el primer paso para el traslado definitivo de su establecimiento. Mantuvo abiertos los baños del puerto, frente al Paseo del Malecón, pero además instaló un nuevo balneario en la parte de Levante del contramuelle en la misma playa de las Almadrabillas. El uno de agosto ya estaba abierto, como así lo refleja la noticia publicada en la Crónica Meridional de aquel día: “Extraordinaria animación se nota ya en el balneario que don Carlos Jover ha instalado esta temporada en la playa”.
De esta forma, el barrio industrial de Almería, al que se acababa de incorporar el cargadero del mineral y su tramoya, dio un giro importante con este gran recinto destinado al ocio que se convirtió en el único atractivo turístico de la ciudad.
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