Al primer ministro que le oí promesas sobre el tren a Almería fue a Gonzalo Fernández de la Mora, titular de Obras Públicas entre 1970 y 1974. Fue en la antigua casa de ABC en Madrid donde ejercía de crítico literario antes y después de su paso por el Gobierno de Franco. Un día me atreví a preguntarle por las conexiones ferroviarias con Almería e inmediatamente advertí que no formaban parte de sus prioridades como ministro. Pero aventuró que iba a dar instrucciones para que se aceleraran las infraestructuras en la provincia andaluza. La verdad es que no estaba muy orientado porque en tales fechas (más o menos la primavera del 73) no existía ningún proyecto al respecto. La verdad es que Fernández de la Mora no se caracterizó nunca por su sentido de la orientación política y de ello da prueba que cuando en noviembre de 1970 acudió a Santiago de Chile en representación de España a la toma de posesión de Salvador Allende no se le ocurrió otra cosa que llevarle como presente su libro 'El ocaso de las ideologías'.
Luego he seguido escuchando a muy diversos políticos, con o sin cargo en el Gobierno, la retahíla de promesas que los almerienses nos sabemos de memoria y que nunca se han cumplido. Porque la cosa viene de lejos. Ya cuando en 1907 José Martínez Ruiz Azorín fue elegido diputado por Purchena, en las listas del partido conservador de Maura, viajó en tren –unas dieciséis horas- de Madrid a Almería y a la vuelta, otro tanto, interpeló al ministro de Fomento, a la sazón Augusto González Besada, quien se deshizo en promesas sobre nuestra conexión por ferrocarril, promesas que jamás se materializaron. ¡Qué nos van a contar a las gentes de Almería!
Estas referencias, a modo de exordio para calentar mi artículo, forman ya parte del corpus ferroviario almeriense, indispensable para entender cómo en los últimos cien años la provincia estuvo separada del resto de España por una línea de ferrocarril, inaugurada a finales del siglo XIX, que en momentos tuvo su utilidad para rodar escenas de las películas del oeste. Y son referencias que vienen a cuento de la entrevista, sin desperdicio, que Antonia Sánchez Villanueva le ha hecho en este mismo periódico a la nueva secretaria de Estado de Transportes, Isabel Pardo de Vera, una semana antes de que los agentes sociales de Almería, hartos de engaños y promesas, volviesen a movilizarse para preguntar lo mismo que hace un siglo: ¿Qué hay de lo nuestro…?
En los primeros años sesenta el tren a Madrid paraba en todas las estaciones. En Gádor se subía un hombre con una cesta con dos pollos y se ponía a vender papeletas para rifarlos. Nunca se supo que le hubiesen tocado a alguien porque él desaparecía antes de llegar a Guadix. También se subía en alguna estación un vendedor con un cubo de gaseosas y una cesta de cacahuetes y bocadillos. Tampoco se sabe que nadie hubiese enfermado después de ingerirlos, porque desde luego la falta de higiene era total. La carbonilla nos dejaba tiznados a los viajeros que entreteníamos el tiempo jugando a las cartas o viendo cómo algún compañero se bajaba del tren en marcha y andaba un rato a paso ligero al lado del vagón que debía de ser como el descrito por Antonio Machado: “El tren camina y camina / y la máquina resuella / y tose con tos ferina. / Vamos en una centella.” Incluso recuerdo haber visto en la parada obligatoria de Linares-Baeza, en cuya estación reponíamos fuerzas, a un charlatán vendiendo cortes de traje de caballero. El interminable viaje a Madrid daba para todo hasta que sobre las ocho de la mañana el Expreso hacía su entrada en el hangar de Atocha con unos pocos cientos de desvencijados viajeros como salidos de la travesía de la noche a menos de 50 kilómetros por hora.
No es nueva la historia del ferrocarril con Almería, como tampoco lo es la desidia de los Gobierno sucesivos desde que Azorín amaneciese en nuestra estación sucio y descangallado. Un reducido grupo de alumnos de la Escuela de Periodismo (María Antonia Iglesias, Javier Martínez Reverte, Luis Pancorbo y yo mismo) visitamos al viejo maestro en su casa de la calle Zorrilla de Madrid en la primavera de 1966. Pero aun con la intención de hacerlo no me atreví a preguntarle por su escaño por Purchena. Serio, impávido, nada empático que se diría hoy, el escritor que nos enseñó a redactar periodísticamente a las generaciones posteriores no debía tener gratos recuerdos de aquel viaje a Almería del que, en su lacónico estilo, dijo una vez a los compañeros de trabajo: Una y no más.
Las conexiones ferroviarias con Almería son ya como una mala tradición difícil o imposible de borrar de nuestra memoria. Por eso, señora Secretaria de Estado de Transportes, comprenda nuestra desconfianza alimentada por más de un siglo de promesas, incumplimientos y trenes propios del western americano. Perdón, señora Pardo de Vera: aquí no nos creeremos lo del AVE para 2025 ni hartos de vino. Y si para esa fecha estuviera terminado -¡aleluya!- queda usted invitada a unas cañas con sus buenas tapas en Casa Puga. Yo pago.
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