Don Alfonso Ródenas no solo era un obispo preocupado por los asuntos teológicos de la diócesis y porque en las escuelas no se relegara la religión a una materia secundaria como los trabajos manuales o la gimnasia. Don Alfonso era un economista nato que se levantaba todos los días pensando cómo conseguir una peseta y lo que es más importante, cómo invertirla para sacarle rendimiento.
Esta inquietud por la fe y por las finanzas lo empujó a crear el colegio Diocesano. Antes de que los alumnos del viejo Seminario terminaran de trasladarse al nuevo edificio de la Carretera de Níjar, frente a la prisión provincial, allá por el verano de 1952, el bueno de don Alfonso ya había puesto en marcha su nuevo proyecto para que el edificio que se había quedado libre en la Plaza de la Catedral tras el cambio de sede de los seminaristas pudiera seguir teniendo uso y pudiera reportarle ingresos a las arcas eclesiásticas, que no estaban sobradas en aquellos tiempos.
La fundación de un nuevo centro escolar requería un esfuerzo económico importante, ya que el viejo Seminario era un caserón deteriorado que necesitaba una profunda reforma. Para que su proyecto no perdiera un año, que era el tiempo que se necesitaba para llevar a cabo las obras de rehabilitación del antiguo edificio, el Obispo tuvo la idea de poner en funcionamiento el colegio Diocesano ‘San Ildefonso’ en un local provisional, hasta que se pudiera realizar el traslado a la Plaza de la Catedral.
En mayo de 1952 abrieron las oficinas del nuevo centro, situado en el número catorce del Paseo de San Luis, frente al Parque. Su nacimiento estuvo rodeado de una importante actividad propagandística, con el fin de conseguir el número de matriculados necesarios para que el colegio fuera rentable. Los encargados de la publicidad, que fueron el propio Obispo y su secretario, pusieron el acento en una frase: “Esmerada educación religiosa y patriótica”, y en una palabra: “Disciplina”, para ganarse la confianza de los padres que tenían que elegir un colegio para la educación de sus hijos.
Aquella primera experiencia en el Paseo de San Luis fue un éxito y al curso siguiente el colegio Diocesano ya disponía de una importante base de alumnos para ocupar las aulas del antiguo Seminario, que acababa de ser rehabilitado.
El primer curso, ya en la ubicación definitiva de la Plaza de la Catedral, comenzó en octubre de 1953, con la gran novedad con respecto al curso anterior de la presencia de los alumnos internos, que fueron durante los primeros años la columna vertebral del centro. Muchos eran estudiantes que llegaban de los pueblos buscando un futuro en los estudios para no repetir la vida de sacrificio de sus padres, ligados a la tierra.
El nuevo Diocesano de la Catedral estaba abierto a alumnos de Enseñanza Media y también se daban clases de Primaria, lo que permitía, al ser un colegio de pago, poder cubrir el presupuesto holgadamente. Desde su fundación, fue el propio Obispo, don Alfonso Ródenas, el que se encargó de su gestión directa, colocando en el puesto de director a un hombre de su máxima confianza, el sacerdote accitano don Enrique Vázquez de Leiva, considerado entonces una eminencia.
Don Enrique se ordenó sacerdote en Guadix en diciembre de 1931 y tenía una sólida experiencia en la enseñanza por los años en los que ejerció como vicerrector del colegio del Sacromonte de Granada. Después de la guerra civil pasó por el arciprestazgo de Baza hasta que en los años cincuenta el Obispo Ródenas lo rescató para su proyecto educativo en Almería.
El director del colegio Diocesano hablaba un Latín perfecto y además de dirigir la escuela de la Plaza de la Catedral era profesor de Filosofía en el Seminario y enseñaba Latín en el propio Diocesano y en el colegio del Milagro. Era un sabio y un personaje que imponía tanto como el Cristo crucificado que presidía las aulas del centro.
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