El sueño de una base de submarinos

En noviembre de 1921, hace un siglo, Almería suspiraba por ser una ciudad militarizada

En noviembre de 1921, hace un siglo, Almería suspiraba por ser una ciudad militarizada.
En noviembre de 1921, hace un siglo, Almería suspiraba por ser una ciudad militarizada. La Voz
Eduardo de Vicente
11:04 • 02 nov. 2021

La Almería de hace un siglo, aquella que no había olvidado aún la terrible huella que dejó la epidemia de gripe, vivía con un ojo puesto en África. Todavía no se habían apagado los ecos de la masacre de Monte Arruit y la guerra de Melilla ocupaba a diario las primeras páginas de los periódicos y se convertía en una de las grandes preocupaciones para los almerienses, sobre todo para aquellas familias que tenían hijos en edad de ser movilizados.



A comienzos del mes de noviembre de 1921 hubo una llamada de reclutas para sortear los que debían de ir destinados a África. La concentración tuvo lugar en la caja de reclutas, ubicada en el cuartel de la Misericordia, y se  vivieron momentos de gran dramatismo. Muchos venían de los pueblos acompañados de sus familiares, esperando un guiño del destino para evitar la guerra. La mayoría eran muchachos del campo que no habían visto jamás un uniforme militar y que su primera visita a la capital era para saber si los mandaban a jugarse la vida en una guerra que estaba perdida.



Por Real Orden, en virtud de las circunstancias que se estaban viviendo, que eran de extrema gravedad, habían quedado suspendidas las permutas y las sustituciones, por lo que el resultado del sorteo de los mozos era ineludible. La guerra se vivía de cerca y marcaba la vida social y también la economía de una ciudad que aspiraba a sacar tajada de su situación estratégica para convertirse en una referencia militar. En aquellos días, el diputado por Almería, Luis Silvela, se encontraba en Madrid haciendo gestiones en el ministerio de Guerra para convertir en realidad el sueño de que se adquirieran los terrenos de la antigua fábrica de azúcar del Ingenio de Monserrat para aumentar la guarnición de nuestra plaza.



El Ingenio de la barriada de Los Molinos de Viento se había quedado vacío desde 1905. Cinco años después, las fuerzas sociales de la ciudad presionaron a los políticos para que el Estado adquiriera el Ingenio de Montserrat, todavía propiedad de la Sociedad General Azucarera, para establecer en sus terrenos un cuartel para una brigada del ejército, sin que se obtuviera una respuesta positiva. De nuevo, en 1921, debido a la situación de guerra que vivía el país, se pensó en el Ingenio como el lugar idóneo para un cuartel para las fuerzas de reserva de la guerra de Marruecos, pero el Estado se negó “por no convenir a sus intereses” o lo que es lo mismo, porque el ministerio de Guerra no estaba dispuesto a rascarse el bolsillo para adaptar una vieja fábrica de azúcar abandonada en un moderno cuartel capaz de albergar a toda



una guarnición.



Mientras se hacían las inútiles gestiones para traer más soldados, desde la Junta de Obras del Puerto se movían los hilos para adaptar las instalaciones a la realidad que vivía el país. Melilla estaba al otro lado del mar, a dos pasos, y nuestro puerto no reunía las condiciones de seguridad que exigía el momento. El presidente de la autoridad portuaria telegrafió al ministro de Marina para ofrecerle los terrenos que hicieran falta para poder construir los muelles necesarios para que se estableciera en nuestra ciudad una base naval de submarinos.



El proyecto se miraba desde una doble perspectiva: la militar y la económica, ya que la instalación de esta base en Almería supondría un empujón brutal a la débil economía local, que seguía dependiendo de la uva y del mineral para salir adelante. El sueño no llegó ni a rozar la realidad. Ni se estableció un cuartel en el Ingenio ni a nuestras aguas llegaron los ansiados submarinos que nos iban a sacar de la pobreza. Nos tuvimos que conformar con las precarias instalaciones del cuartel de la Misericordia y con acoger a los enfermos y a los heridos que desembarcaban en el puerto cuando llegaban de África.



El primer domingo de noviembre, nuestras autoridades organizaron un acto en el Hospital para imponer la medalla de la Milagrosa a los soldados que estaban ingresados. La medalla de la Virgen era el único consuelo que les quedaba a todos aquellos muchachos que habían visto su vida truncada por una guerra que estaba tan perdida que ya no quedaba otro recurso que acudir a los poderes divinos.


En aquellos días, una ilustre dama de nuestra sociedad, la señorita Visitación Cueto, tuvo el detalle de remitir setecientas cincuenta medalla de la Milagrosa a los solidados del Batallón de la Corona que estaban en el frente, para que la Virgen “los libre de los peligros de la guerra”. El dinero para las medallas lo consiguió gracias a una suscripción entre sus amistades y con el sobrante adquirió cerca de mil pastillas de jabón para enviarlas a Melilla.


En aquella primera semana de noviembre, de hace ahora un siglo, Almería recibió con los brazos abiertos al crucero español Reina Regente, buque escuela de guardias marinas que hacían su viaje de instrucción. Cuatrocientos cincuenta tripulantes llenaron de vida las calles.


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