Todavía no habíamos dejado de hablar de las emociones que nos regaló el rodaje de Patton cuando de nuevo la noticia de la llegada de una nueva película movilizó a media ciudad. A comienzos del verano de 1971 se supo que el actor Charlton Heston había estado en Almería localizando exteriores para el rodaje de ‘Marco Antonio y Cleopatra’, donde iba a debutar como director. El revuelo fue histórico. La gente pensaba que iba a ser otra gigantesca producción y que harían falta cientos de figurantes. Se dijo entonces que hasta los niños iban a poder participar como extras, lo que provocó que familias enteras se organizaran para conseguir un papel en la película. Corría el rumor de que la gente se estaba apuntado en una oficina que habían abierto en la Plaza del Conde Ofalia, por lo que una tarde se formaron grandes colas delante del edificio para conseguir un puesto en el rodaje. Pero solo fue una falsa alarma, una ilusión que no tardó en desvanecerse cuando una pareja de la policía municipal se acercó a la multitud para informale que allí no se estaba contratando a nadie, ni se había instalado ninguna oficina de ninguna productora.
Las previsiones no se cumplieron y al final, aquella película de romanos pasó de puntillas y sólo los especialistas autóctonos, los que ya tenían un currículum importante de rodajes, tomaron parte en las escenas que se rodaron dentro de la Alcazaba. Los niños del barrio intentaron penetrar en el tercer recinto para ver algunas escenas, pero no hubo forma de colarse y la única recompensa que encontraron fue la de ver a Carmen Sevilla firmando autógrafos en las escaleras de entrada al Gran Hotel.
El sabor amargo que nos dejó ‘Marco Antonio y Cleopatra’ lo superamos tres años después cuando de nuevo pudimos sentir en la piel las emociones de lo que para nosotros era el mayor espectáculo del mundo. El cine con todo su esplendor regresó a las calles de la ciudad en septiembre de 1974, con la película ‘El Viento y el león’, un gran proyecto con el sello de Columbia Films y Metro Goldwyn Mayer.
De ‘Marco Antonio y Cleopatra’ solo pudimos disfrutar el día después, cuando por fin nos dejaron pasar al lugar del rodaje, cuando volvieron a abrir las puertas de la Alcazaba al público mientras los últimos operarios retiraban toda la tramoya que habían instalado.
Allí estaba todavía el gran mural con pinturas que levantaron en el segundo recinto, a los pies de la torre de la Vela, rematado en la parte superior por estatuas que parecían de mármol de Carrara, pero que en realidad eran figuras de yeso que simulaban a dioses y a emperadores. Allí estaba también el viejo estanque de la Alcazaba que lo habían convertido en el jardín de Cleopatra cambiándole los patos de toda la vida con los que se fotografiaban los almerienses de los años sesenta por exóticos cisnes.
En aquella época de frecuentes rodajes era habitual que los jóvenes se acercaran a los escenarios en busca de algún trofeo. El que podía llevarse una espada o un casco de romano o el sombrero de un pistolero era un Dios. Después de Patton hubo quien se llevó a su casa un casco de guerra auténtico, pero ‘Marco Antonio y Cleopatra’ no nos dejó otra migaja que los excrementos de los cisnes que invadieron el estanque dejando el agua turbia.
Tres años después, en el verano de 1974, el cine nos trajo nuevas aventuras a nuestra querida Alcazaba. La BBC británica llegó para rodar escenas de una nueva versión de ‘La pasión de Cristo’, pero como ocurrió con la película de Charlton Heston, casi nadie pudo asistir al rodaje ya que el recinto se cerró a cal y canto como cuando unos años después vinieron a rodar escenas del célebre héroe de Malasia, el mítico Sandokan que tanto éxito tenía en aquellos tiempos por televisión.
Con el paso del tiempo la Alcazaba fue perdiendo fuerza para los espectáculos. Se rodaba poco y tampoco se programaban actuaciones musicales. Los famosos festivales de España que tanto éxito tuvieron entre sus muros se trasladaron a la Plaza Vieja y las viejas murallas del conjunto monumental fueron perdiendo glamour. A finales de los ochenta el barrio se revolucionó con Indiana Jones, pero ya se había perdido la inocencia de tiempos pretéritos, cuando los vecinos se mezclaban con los actores en los descansos de los rodajes como si formaran parte del espectáculo y no pasaba nada.
Las películas dejaron de ser un plató abierto para convertirse en lugares cerrados bajo la vigilancia de guardias de seguridad. Los que éramos del barrio pudimos ver de cerca a Harrison Ford desde los terrados de las viviendas de la calle Almanzor, con cuidado para que no nos vieran.
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