Rodolfo Miranda Soriano (Almería, 1953) es una eminencia en el desarrollo de la nanotecnología, en el estudio y la investigación de las leyes de la física a muy pequeña escala y en sus múltiples aplicaciones. Este mismo sábado le ha sido concedido el máximo galardón de la Comunidad de Madrid en reconocimiento a una carrera científica, el premio Miguel Catalán, que recibirá en diciembre.
La comunidad madrileña destaca que las investigaciones del científico almeriense, doctor en Ciencias Físicas, catedrático del Departamento de Física de la Materia Condensada de la Universidad Autónoma de Madrid y director de la Fundación IMDEA Nanociencia, “han creado escuela en nuestro país en el campo de la Física de Superficies, introduciendo para su estudio la Microscopía Túnel de Barrido, el Magnetismo en sistemas de baja dimensionalidad o la Físico-Química de Superficies en Ultra Alto Vacío”.
Entre sus múltiples investigaciones se encuentran, por ejemplo, la creación de un test para la detección del coronavirus, el uso de nanopartículas magnéticas para eliminar células tumorales de forma selectiva, o la creación de nanosensores para detectar la señal del cerebro en personas con lesiones en la médula espinal.
Pero Rodolfo Miranda no llegó a la física y a la investigación por casualidad. Ya tras el bachillerato y el Preu, que estudió en Almería a finales de los 60, se sintió atraído por la ciencia. “Entonces me atraía la llegada del hombre a la Luna, la recogida de muestras en el satélite para investigar su composición; en general tenía curiosidad por analizar la naturaleza del mundo, por saber por qué el cielo es azul, o cómo se enviaba un cohete a la Luna y se le traía de vuelta”, recuerda.
Nanociencia
Posteriormente, tras terminar la carrera de Física y la tesis en la Autónoma, su apuesta por la nanociencia llegó “como un enorme pelotazo en la cabeza” en la Universidad de Munich, donde tuvo la oportunidad de trabajar con un profesor que luego fue galardonado con el Premio Nobel. Fue entonces cuando pudo ver por primera vez un átomo a través de un nuevo microscopio.
A sus 68 años, Miranda nos explica su amor a la ciencia con la pasión de un adolescente, aunque sufre a la hora de pronunciar cualquier cosa que pueda parecerse a un autoelogio. Es más, incluso llega a hablar de que tuvo la “suerte” de conseguir toda una cátedra de Física en la Universidad Autónoma con apenas 30 años, al mismo tiempo que afirma haber tenido también “la suerte de aprender mucho por haber trabajado con cuatro tipos que han ganado el Nobel”.
Lo que nunca diría en su modestia es que ahora 200 investigadores de 18 nacionalidades distintas tienen también la suerte de trabajar con él en el instituto que dirige y que ha contribuido decisivamente a crear, y donde jóvenes estudiantes almerienses están desarrollado brillantes investigaciones con su ayuda.
Pero por supuesto, pensar en el Nobel no entra en su filosofía de vida. Además, cree “que es muy difícil que un español consiga este premio trabajando en España, pero no porque no se tengan méritos, sino, sobre todo, porque los españoles somos malísimos dándonos propaganda. Es más, aquí al que destaca se le suele tratar bastante mal, porque tenemos una tendencia terrible a machacarnos a nosotros mismos”.
En este caso, el científico no se refiere a un problema de humildad, sino a uno peor y más horrible, la españolísima envidia, y es algo que, dice, sucede en todos los terrenos. “¿Cómo puede ser que un español no haya ganado todavía un balón de oro, ni Raúl, ni Xavi, ni Iniesta?”, se pregunta. La respuesta, dice, es que los españoles no apreciamos lo nuestro y sí lo que viene de fuera. “Y en vez de proponer un español para un premio, nosotros mismos vamos y proponemos, un decir, a un japonés”, enfatiza.
En cualquier caso, los premios no son algo por lo que esté preocupado, ni mucho menos. “Yo hago lo que hago porque me divierte, porque tengo interés en descubrir”, dice, aunque agradece el galardón ahora concedido. “Es una distinción muy difícil de conseguir. por supuesto me alegra muchísimo”, reconoce a este periódico.
"Zapillero"
Rodolfo Miranda se muestra enormemente orgulloso de sus raíces almerienses. “Nacido en la calle Murcia y zapillero por amor”, su mujer, María del Mar -maestra de escuelas infantiles-, y sus hijos Miguel -ingeniero aeronáutico- y Juan -médico- también son almerienses. Pasa sus vacaciones y todo el tiempo que puede en su casa, en pleno centro de El Zapillo, frente a la iglesia del barrio.
Allí comparte el tiempo y la música con sus amigos de toda la vida, con su pandilla de siempre, entre los que destaca a su “compadre” Chipo Martínez, a quien define como “el músico más importante de Almería”. De hecho, él mismo empezó a tocar canciones de The Beatles con la guitarra, instrumento que ya siempre le acompaña, desde que Chipo comenzó a enseñarle las primeras notas.
“Yo lo intento”, dice de nuevo con modestia respecto a su habilidad con la guitarra, aunque lo cierto es que ha llegado a grabar un disco, “Out of the past”, con canciones propias, que puede escucharse en cualquier plataforma.
Porque la música es, junto a la ciencia, otra de las pasiones que han alimentado su vida, y siempre ha encontrado tiempo para practicarla, junto a todas sus aficiones, incluso durante sus estudios.
Brillante expediente
De hecho, dice no encontrar ningún mérito especial a su etapa como estudiante de expediente brillante, de matrícula de honor en Bachillerato y en la carrera. “Yo solo atendía en las clases, estudiaba un poquito, una hora diaria, y tenía tiempo de sobra para jugar al fútbol, tocar la guitarra o salir con chicas”, asegura.
Y pese a esta brillantez en su expediente, en su juventud también se mostró rebelde en su colegio de curas, “rebelde frente a la misa obligatoria”, y ante la dictadura en general, lo que junto a sus melenas, terminó costándole la salida del centro. “No podían soportar que un alumno brillante mostrase esa rebeldía”, rememora.
A su entender, ser buen estudiante es una cuestión de organización, “de no marear la perdiz” y sobre todo de interés. “En la vida hay que encontrar tiempo para todo, y, sobre todo, profesionalmente que te guste lo que haces”, concluye.
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