Hacia 1865, cuando el arquitecto Joaquín Cabrera planteó la creación de un gran barrio entre la Rambla de la Chanca y la Almedina, a los pies de las murallas de la Alcazaba, el punto conocido como el Reducto estaba ocupado por un antiguo arrabal que desapareció por hundimiento en uno de los terremotos que sufrió la ciudad en los primeros años del siglo.
Durante décadas, el barrio fue un páramo que llegó a permanecer muchos años sin tener ninguna edificación hasta que el aumento del valor de los terrenos del centro de la población empujó a algunos vecinos a ir en busca de nuevos emplazamientos a ese territorio deshabitado que por su ubicación ofrecía grandes posibilidades.
Las primeras edificaciones fueron de escasa importancia, casas pequeñas en la ladera del cerro que fueron levantadas sin ningún criterio, al capricho o conveniencia de sus moradores. Esas primeras construcciones se produjeron al norte del cuartel de la Misericordia y San Antón y en lo que después fue la calle del Encuentro. Eran viviendas muy pobres, habitadas por familias que vivían hacinadas respirando una atmósfera viciada que los obligaba a buscar en la calle el aire que les faltaba en su interior.
Cuando el arquitecto municipal empezó a gestar el proyecto del nuevo barrio las edificaciones ocupaban ya una superficie de siete mil metros cuadrados, de los cuarenta mil metros que había disponibles en todo aquel enorme solar que se extendía de norte a sur desde las murallas hasta las proximidades del puerto. En su plan, Joaquín Cabrera dividió el terreno en dieciséis manzanas, diez calles y una plaza que sirviera de desahogo al barrio o por si en un futuro se pensara en establecer en ella un pequeño mercado de abastos, tan necesario cuando el arrabal empezara a crecer.
Fue el origen de la Plaza de Pavía, que empezó a hacerse realidad en la primavera de 1877, cuando el Ayuntamiento puso a disposición de los interesados el expediente y el plano de nivelación de la plaza con el trazado de las nuevas rasantes para las calles. Fue un trabajo intenso ya que el terreno en cuesta de algunos tramos convertía aquel llano en un terreno de marcados contrastes.
En aquellos primeros años de vida del nuevo barrio del Reducto uno de los principales problemas fue el del agua. Surgieron las calles, llegaron las nuevas construcciones, pero las cañerías con el agua potable tardaron en hacerse realidad. En 1879 los vecinos se quejaban ante las autoridades municipales de que la falta de agua los obligaba a tener que recorrer grandes distancias para poder abastecerse de los caños públicos.
Tampoco estaban sobrados de luz. Las farolas de la calle principal, que era la del Reducto, se apagaban todos los días a las ocho de la noche para ahorrar combustible, lo que provocaba que el barrio se sumiera en tinieblas haciendo imposible transitar de noche, salvo que se recurriera al apoyo del sereno, que con su farolillo de mano asistía a todos aquellos vecinos que tenían que salir de su casa a deshoras.
En septiembre de 1879, el Reducto seguía siendo un barrio en construcción. Ese mismo mes se iniciaron las obras para regularizar el terreno y darle el necesario declive a fin de que en la época de lluvias las aguas tuvieran la corriente debida. Como el Ayuntamiento no tenía dinero para pagar a los jornaleros que se encargaran de realizar los trabajos, optó por ofrecer lotes de terreno en el barrio a los obreros en compensación por el trabajo, para que pudieran edificar su propia vivienda. Muchos de los primeros vecinos del Reducto eran los obreros que trabajaron en sus calles y sus familias.
En las últimas décadas del siglo diecinueve, el barrio era ya una realidad. Había crecido con tanta fuerza que era una nueva ciudad entre la Chanca y la Almedina. La zona más importante era entonces la Plaza de Pavía, donde se edificaron las casas más señoriales, donde desembocaba toda la vida social del barrio.
En el año 1884, el alcalde, don Juan de Oña, atendió la petición de los vecinos de la plaza y ordenó que se abriera una calle para poder acceder al puerto directamente y evitar el rodeo que tenían que dar hasta entonces. También por petición vecinal, el Ayuntamiento dio luz verde para que se plantaran los primeros árboles, que fueron una realidad en 1885.
En aquellos primeros tiempos de la nueva barriada, el Reducto ya empezaba a ofrecer grandes contrastes en su territorio. La parte más humilde estaba al norte, en las viviendas que bajaban a los pies de la Alcazaba, mientras que la zona noble se extendía en torno a la Plaza de Pavía. Casi todas las decisiones importantes se gestaban allí, por iniciativa de los vecinos que la poblaban, que continuamente estaban pidiendo mejoras a las autoridades.
En el invierno de 1885 las farolas de petróleo se encendían a las siete y media de la noche, por lo que los vecinos del barrio tenían que permanecer dos horas a oscuras, ya que antes de las seis se hacía de noche. Gracias a sus protestas se acordó adelantar en una hora el encendido del alumbrado público.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/225259/el-reducto-el-barrio-que-nacio-del-caos