El insólito foco de la fuente de San Pedro

En 1960 ‘se cargaron’ la fuente de la plaza colocándole un foco como si fuera un pingurucho

El extraño foco que colocaron coronando la histórica fuente de la Plaza de San Pedro. Una chapuza de libro.
El extraño foco que colocaron coronando la histórica fuente de la Plaza de San Pedro. Una chapuza de libro.
Eduardo de Vicente
00:54 • 12 nov. 2021 / actualizado a las 07:00 • 12 nov. 2021

Como todos los años había que inaugurar algo para celebrar el ‘18 de julio’, día de fiesta nacional, en 1960 no se le ocurrió nada mejor a nuestras ilustres autoridades que modernizar la vieja fuente de la Plaza de San Pedro.



Alguien pensó que tanta piedra y tantos años no le sentaba bien a aquel escenario, lugar de descanso y de encuentro de los almerienses, y en un ataque de modernidad absoluta se cargó la fuente y de paso su historia en el nombre del progreso. A aquella mente privilegiada que ideó el proyecto se le encendieron las luces de la inspiración cuando parió la idea de destrozar la taza superior que coronaba la fuente para colocar en su lugar un foco con un mástil de varios metros de altura. Por el hueco donde manaba el agua se introdujo la pértiga y arriba colocaron el maldito foco que le sentó a la fuente como a un santo dos pistolas. 



El invento llenó de luz el manantial, pero se cargó la esencia de la fuente, provocando la indignación de muchos almerienses que no entendieron el cambio. Fue tanta la sorpresa que hasta en la prensa, que no destacaba precisamente por su sentido crítico, se censuró el proyecto: “La fuente ha perdido gracia y una inscripción que era una vieja leyenda. Está bien que se modernice su alumbrado, pero la artística tacita de arriba no ha debido de pasar a la historia”, denunciaba el artículo de ‘El Yugo’.



La fuente era la pieza fundamental de aquel escenario tan concurrido, un símbolo que había estado durante décadas presidiendo el centro de la plaza. Tanto la fuente como la vegetación fueron la esencia de aquel espacio en el corazón de la ciudad desde sus orígenes, lo que le daba sentido. Los árboles eran una invitación al reposo y una llamada al recreo para la vecindad y la fuente, con su murmullo continuo, complementaba esa sensación de paz. Desde su creación, la glorieta tuvo naturaleza de vientre materno, de pequeño refugio donde era posible detener el tiempo y aislarse del pulso diario de la ciudad.



La reforma de 1960 fue sin duda la actuación más negativa que hasta ese momento se había realizado en un escenario que a lo largo de la historia había sido objeto ya de frecuentes cambios que habían empezado con la nueva centuria.



En aquellas primeras décadas del siglo veinte, la plaza había ido ganando protagonismo en la vida social de la ciudad. Su ubicación, en pleno corazón de Almería, y el encanto de su glorieta, que invitaba a refugiarse en ella, la convirtieron en la plaza más popular de la ciudad, lo que obligó a las autoridades municipales a acometer importantes inversiones para su mejora y su conservación. 



De todas aquellas reformas que actuaron en el recinto, una de las que más huella dejaron fue la que se llevó a cabo en el invierno de 1928, cuando se sentaron las bases de la plaza moderna que sobrevivió hasta hace cuarenta años. 



La restauración embelleció la plaza con grandes pérgolas de cemento armado y espléndidos bancos adornados con azulejos al estilo sevillano. Tanto los azulejos como los ladrillos se encargaron en la Casa Ferrera, que tuvo que traerlos de fuera. Se levantaron también ocho arcos dobles de hierro para enredaderas y en los jardines se plantó una hermosa rosaleda. Las obras costaron cerca de siete mil pesetas y estuvieron supervisadas por el arquitecto municipal, Guillermo Langle, que tenía una estrecha vinculación con la Plaza de San Pedro por ser el territorio de sus juegos infantiles y el horizonte más cercano que contemplaba desde las ventanas de su vivienda familiar en la calle de Torres.


La ciudad quedó tan satisfecha de la remodelación que la idea se proyectó un año después sobre otra plaza importante del centro, la del Conde Ofalia, que también tuvo sus rosales y sus bancos con losas al estilo sevillano.


La remodelación de la glorieta convirtió aquel espacio en un lugar idílico y en el coliseo de toda la chiquillería del barrio. El atractivo de la plaza no pasó desapercibido tampoco para las autoridades eclesiásticas, que aprovecharon la popularidad de aquel escenario para montar un pequeño negocio espiritual aprovechando un viejo kiosco de propiedad municipal que existía en una de las esquinas.


La señora Serafina Cortés de Cassinello, presidenta de la Acción Social Católica de la Mujer, había puesto en marcha unos meses antes en un local de la Plaza de San Pedro la llamada ‘Biblioteca de las Buenas Lecturas’ o ‘Biblioteca Popular’, con la intención de fomentar entre la juventud el hábito de la lectura, infiltrando a su vez ideas de moralidad.



Temas relacionados

para ti

en destaque