Como nos habíamos quedado con las ganas de tener un tranvía en Almería como el de Granada, nos regalaron uno que era de verdad, pero que no circulaba. El nuestro fue un tranvía estético, un adorno que quedaba muy bien en ese tramo final de la Rambla donde montaron un parque de tráfico para los niños.
La construcción del Parque Infantil de Tráfico fue un intento más por parte del Ayuntamiento de recuperar un trozo de la Rambla e integrarla en la vida social de la ciudad. Se eligió el tramo sur del cauce, frente a la Plaza Circular, para instalar allí un espacio lúdico destinado a los juegos de los niños y a la reivindicación de la educación vial, que a finales de los años sesenta empezaba a considerarse una asignatura más.
En octubre de 1969 fue inaugurado con grandes honores el Parque Infantil de Tráfico de Almería, que ocupaba 150 metros de largo y 42 de ancho, a lo largo de seis mil metros cuadrados. Las obras costaron cerca de dos millones de pesetas y el resultado fue un recinto amplio con varias pistas de hormigón, aceras, semáforos, señales, jardines, una zona de recreo y el exotismo de un viejo vagón de tranvía que se concibió para ser utilizado como museo.
El Parque Infantil tuvo la importancia de rehabilitar un trozo de ciudad que presentaba claros síntomas de abandono. Con las obras del Parque llegó también la inauguración de una pasarela de hierro que comunicaba la Plaza Circular con el otro lado de la Rambla, que en aquellos tiempos se llamaba Malecón de Primo de Rivera, un nombre que entonces daba pie a chistes fáciles que los jóvenes componían cambiando dos letras de la palabra malecón.
La pasarela reivindicó ese tramo de Almería que vivía medio asilado al otro lado del cauce y en tinieblas. Con la nuevas instalaciones llegaron las farolas con iluminación fluorescente que revitalizó la vida por un lugar que en aquellos años era también un camino muy utilizado por los estudiantes del ‘Masculino’, que acortaban por la zona antes de cruzar las vías del tren.
Al Parque Infantil de Tráfico iban los niños que querían aprender a montar en bicicleta, pero sobre todo, los alumnos de la Escuela-Hogar Madre de la Luz, que ya eran expertos en el manejo de los famosos mini cars, los coches en miniatura que parecían sacados del juego del scalextric, con los que montaban grandes exhibiciones para el público de Almería.
El Parque Infantil de Tráfico, como antes le había ocurrido al complejo de pistas deportivas que se construyeron en el tramo medio de la Rambla de Belén, tuvo la dificultad natural de su lugar de emplazamiento. Cada vez que descargaba una tormenta fuerte en los cerros que rodeaban la ciudad, salía la Rambla y dejaba empantanadas todas aquellas instalaciones. En octubre de 1972, en una noche en la que sólo cayeron cinco litros por metro cuadrado en la capital, la borrasca se desató en los pueblos cercanos, lo que provocó una inesperada riada que se llevó por delante los aparatos, los semáforos, los jardines y las pistas del Parque de Tráfico.
El guarda que durante años estuvo vigilando las instalaciones durante la noche, Juan Montero López, se salvó del desastre porque tuvo la habilidad de subirse en el vagón del tranvía que decoraba el recinto.
El tranvía formaba parte del Parque como un elemento más para los juegos de los niños. Fue también un refugio para los jóvenes que se escondían en el vagón para compartir los primeros cigarrillos, y un escondite para las parejas de novios cuando empezaba a caer la noche. Los domingos, las pandillas iban a echarse fotografías en el tranvía y hasta se llegaron a organizar bailes en el interior cuando se pusieron de moda los radiocasettes.
El Parque Infantil de Tráfico no sólo sufrió las consecuencias de las riadas, sino que tuvo que padecer las continuas piraterías de los vándalos que utilizaban como si fueran vehículos los bidones de betún asfáltico que dejaban abandonados en al Rambla. Las pistas se fueron deteriorando y el entorno, ocho años después de su inauguración, parecía un campo de batalla donde lo único que se mantenía en funcionamiento era el tobogán.
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