El Parque y el busto de José Antonio

Cuando se iniciaron las obras estaba prevista una escultura del fundador de Falange

El espléndido estanque que se construyó en 1943. Al fondo, las pérgolas de ladrillo al comienzo del Parque.
El espléndido estanque que se construyó en 1943. Al fondo, las pérgolas de ladrillo al comienzo del Parque.
Eduardo de Vicente
21:21 • 22 nov. 2021 / actualizado a las 07:00 • 23 nov. 2021

La historia del Parque nuevo es la crónica de un fracaso, de un sueño que fue de más a menos, de una ilusión compartida por una ciudad que se fue desvaneciendo con el paso de los años, acorralada por una carretera nacional y por la aparición de la delincuencia en los primeros años de la Transición, que convirtió el recinto en un territorio poco recomendable.



El Parque tuvo sus días de gloria. Estuvo de moda tanto o más como la Alcazaba, como lo demuestran los viejos álbumes de fotografías familiares. Todos tenemos una fotografía en el Parque porque era el escenario oficial de los paseos de los domingos, un lugar amable y lleno de contrastes, un sitio tranquilo que miraba de frente al mar y de reojo al Paseo. En los años de la posguerra, cuando solo se salía a pasear y a tomar el sol porque los bolsillos estaban vacíos, el Parque era el sitio perfecto para disfrutar de buen tiempo y para que jugaran los niños.



El proyecto de prolongar el Parque Viejo con otro gran escenario de esparcimiento que uniera la desembocadura de la calle Real con el puente de las Almadrabillas era una vieja aspiración de la ciudad que empezó a hacerse realidad en los años cuarenta. En marzo de 1942, la Dirección general de Puertos autorizó a la Junta de Obras del Puerto de Almería para  que realizara el pago de las expropiaciones necesarias para la prolongación del entonces llamado Parque de José Antonio. En el amplio plan de reconstrucción de Almería, elaborado por la Jefatura Provincial de Falange, la prolongación del Parque en la zona marítima del andén de costa era uno de los puntos fundamentales. 



Las obras comenzaron el lunes 16 de marzo de 1942, con la incertidumbre del presupuesto. Los retrasos en los pagos y el no disponer de las cantidades que se esperaban obligaron a que los trabajos se alargaran más de lo esperado y a simplificar el proyecto. Estaba previsto que cuando el Parque estuviera concluido, la obra se rematara con un busto del personaje que le daba nombre al recinto, José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange, pero la escultura no pasó de ser una idea, un proyecto que nunca se ejecutó, tal vez porque las obras se retrasaron tanto en el tiempo que se fue olvidando o quizá porque cuando el Parque estuvo terminado no había recursos económicos para afrontar nuevos gastos. Alguien debió pensar que ya tenía bastante José Antonio con tener todo un parque con su nombre y que en la fachada principal de la Catedral figurara también su apellido grabado sobre las piedras.



Poco a poco el Parque nuevo fue convirtiéndose en una realidad y a lo largo de dos décadas llegó a convertirse en un referente para los almerienses. Fueron años de éxito. Las obras habían cumplido con el objetivo y Almería tenía una zona de esparcimiento extensa donde era posible disfrutar de dos ambientes distintos: por un lado el del Parque Viejo, con su universo de sombras y recovecos, y por otro, el que ofrecía el Parque recién construido, más abierto al sol como si fuera la antesala del puerto, y salpicado de diversos escenarios que realzaban su belleza. 



Al comienzo del Parque, frente al puente de las Almadrabillas, se construyeron unas pérgolas de ladrillo que de alguna manera recordaban al viejo barrio de la calle de Pescadores sobre el que se levantó el nuevo recinto. Las pérgolas le daban un toque de intimidad a aquel lugar donde el Parque se unía con la carretera y servían de recogimiento, como si uno estuviera en el interior de un patio inmenso. A continuación de las pérgolas el Parque se dividía por la calle que desembocaba en la carretera y continuaba con un nuevo escenario, el que ofrecía un gigantesco estanque rodeado de jardines y coronado por un kiosco de bebidas



Ese primer tramo del Parque cambió de aspecto unas décadas después, cuando se emprendió su reforma de cara a la celebración en Almería de la Semana Naval. Desde entonces el Parque nuevo vivió instalado en una renovación permanente que no llegó a ningún puerto y que acabó abocándolo al fracaso. Levantaron una gran pared de piedra para hacer el monumento a los hijos del mar, taponando la visión de conjunto que se tenía del Parque, de una punta a otra, y se derribaron las pérgolas. 



Por aquellos tiempos, eran los primeros años setenta, el Parque ya no tenía el mismo significado que cuando se inauguró. Había perdido su identidad como lugar de referencia, como zona de recreo y desahogo y aunque el Ayuntamiento había intentado recuperarlo con la instalación de un Parque infantil con columpios en la explanada frente a la calle Real, el Parque estaba en decadencia y solo se animaba cuando llegaba la feria. 


En los años de la Transición el Parque, tanto el viejo como el nuevo, entraron en un declive absoluto. Mantuvo un rayo de vida, el de los domingos por la mañana, pero cuando se echaba la tarde languidecía y se convertía en un lugar poco recomendable. Eran los tiempos de la delincuencia, cuando ir de noche al Parque era una aventura, cuando solo los más valientes se atrevían a perderse en la oscuridad con sus parejas buscando un rato de intimidad.


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