La Navidad ha extendido sus tentáculos más allá de su tiempo natural. Cuando todavía estábamos con los últimos calores, a finales de octubre, ya habían aparecido las primeras cajas de mantecados en los comercios y en los bares se completaban las listas para las reservas de las comidas de empresas.
La Navidad se ha convertido en un empacho de fiestas donde la tradición y la espiritualidad han pasado a ser historia, devoradas por esa moda imparable del atracón y la borrachera. Todo ha quedado reducido a comer y a beber, por lo que ya no existen diferencias entre las fiestas de invierno y las del mes de agosto, ya que una y otra acaban en el mismo sitio.
Las ciudades compiten en excesos a ver quién coloca el árbol más grande o quién es el alcalde que pone más bombillas y las enciende antes, mientras la luz sigue subiendo y hay familias que tienen dificultades para cubrir el recibo mensual.
El locutor de la Cadena Ser, Javier Romero, decía ayer en el informativo que el Ayuntamiento de Almería ya iba tarde porque hasta el puente de la Inmaculada no va a encender el alumbrado. ¡Cómo que va tarde! Lo que va es sincronizado con la fecha natural en la que en Almería hemos empezado siempre a sentir la Navidad. El preludio de las fiestas llegaba después del día de la Inmaculada, cuando los comerciantes cambiaban los escaparates, cuando en la calle Obispo Orberá se instalaban las vendedoras de zambombas y comenzaban a poner las primeras bombillas en los árboles del Paseo. La Navidad llegaba en Navidad y teníamos tiempo de sobra para cansarnos de árboles, de escaparates iluminados y de villancicos, que no se cantaban en los colegios hasta la última semana antes de vacaciones.
Hace cincuenta años, para la Navidad de 1971, el primer regalo que nos pusieron fue el estreno en el cine Imperial de la película Patton, que llegó a la cartelera para el día de la Inmaculada patrocinada por la Asociación de la Prensa de Almería. El empresario esperaba ponerse las botas con la película, que tan gratos recuerdos nos había dejado durante su rodaje en Almería, pero no tuvo el éxito esperado y solo aguantó diez días, eclipsada por otro estreno que levantó mucha más expectación y resultó más rentable, el de la película ‘Me debes un muerto’, de Manolo Escobar, que no tenía siete Óscars como Patton, pero sí el beneplácito de miles de almerienses que se volvían locos con las coplas de su paisano. La tarde del estreno de Patton habían empezado a colocar el alumbrado extraordinario para las entonces denominadas fiestas de invierno, que eran como el ensayo pobre y desangelado de la Feria de agosto.
Para que la ciudad luciera con una atmósfera navideña se pedía la colaboración ciudadana y se invitaba a los vecinos a que arreglaran sus fachadas y a los comerciantes a que decoraran los escaparates y los interiores de las tiendas con luces de colores, árboles navideños y belenes, que tanto animaban el ambiente.
Aunque los preparativos se iniciaban el ocho de diciembre, las fiestas oficiales de aquella Navidad de 1971 no echaron a andar hasta el sábado diecinueve, es decir, cinco días antes de la Noche Buena. Aquel año se intensificó por las calles la campaña de Cáritas Diocesana para recaudar dinero para los pobres, animando a los vecinos y a las empresas a participar con el aliciente de que sus nombres aparecían después en el periódico.
En aquella época los villancicos eran aún el fundamento musical de las fiestas. Sonaban en los altavoces de ambiente que colocaban en el Paseo y en el concurso provincial que se organizaba en el Teatro Apolo, donde acudían los coros de los principales colegios. Se cantaban los villancicos tradicionales: el de la burra que iba a Belén, el los peces sedientos del río y aquella canción del Pequeño tamborilero que popularizó Raphael, Navidad tras Navidad.
La Navidad de 1971 no tuvo excesos porque las arcas municipales no estaban para grandes derroches. La inversión más importante fue terminar la instalación del alumbrado moderno que en diciembre quedó inaugurado en el humilde barrio del Tagarete. Aquellas farolas de luz blanca vinieron a sustituir a las viejas bombillas amarillas que colgaban en las esquinas dándole a las calles un aspecto de posguerra.
Aquella Navidad del 71, los dos grandes acontecimientos, aparte de la cabalgata inaugural de las fiestas y del desfile de los Reyes Magos, fueron el boxeo y la romería. El Ayuntamiento organizó una velada con los mejores púgiles de la tierra, que entonces eran muchos, en el pabellón de la Térmica Vieja, obteniendo un éxito absoluto de público.
Para el día de Reyes, el espectáculo se trasladó a los escaparates de los comercios de regalos y de juguetes, en especial al de Bazar Almería en el Paseo, donde la casa Derbi festejó los tres títulos de campeón del mundo de Ángel Nieto. Se formaban largas colas para ver la moto del campeón y de paso disfrutar de la elegancia de las muchachas de la tienda, luciendo aquellas minifaldas que tanto contribuyeron a que la Navidad fuera de verdad inolvidable.
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