Fue en mayo de 1971, hace ya cincuenta años, cuando un joven empresario con experiencia en el ocio nocturno llegó a Almería para montar una discoteca distinta a las que ya existían en la ciudad y sus alrededores, un club de diversión que tuviera un toque especial, un punto de clase, de glamour, donde pudieran tener cabida los jóvenes y los maduros, los estudiantes y las estrellas del mundo del espectáculo que venían por Almería.
José Bermúdez, su promotor, fue un revolucionario hasta en los pequeños detalles, hasta en el nombre que eligió para su negocio. Nuestras discotecas solían tener nombres atractivos, casi siempre extranjeros: ‘The Fortress’, ‘Dogos’, Lord Nelson, ‘Barocque’, nombres sugerentes , pero inofensivos, hasta que llegó Bermúdez y se instaló en los bajos del Gran Hotel con su ‘Play Boy’.
No era un nombre cualquiera. Hasta un inocente clérigo de cualquier parroquia de barrio de Almería sabía que un play boy era un tipo de vida ociosa y sexualmente promiscua, un ligón empedernido de los que abundaban en Marbella y que de vez en cuando aparecían en las revistas de moda rodeado de lujo y de mujeres espectaculares. Hasta un niño de párvulos sabía entonces que ‘Play Boy’ era también el nombre de una revista extranjera que estaba prohibida en España porque mezclaba los reportajes ‘serios’ con los desnudos femeninos, que tanto idolatrábamos los niños y adolescentes de aquel tiempo.
Además de llamarle a la discoteca ‘Play Boy’, José Bermúdez no dudo en utilizar el logo provocador del conejito de color negro con pajarita que estaba tan presente en los desnudos de la famosa revista. Llovía sobre mojado, porque aquí solíamos utilizar coloquialmente el sustantivo conejo para referirnos a esa zona del cuerpo femenino donde los muslos se fusionaban en una bendita armonía con las ingles.
Así, sin miedo al que dirían y con la certeza de que iba a poner una pica en Flandes, aquel joven empresario empezó su aventura en la discoteca del sótano del Gran Hotel, con el ánimo de triunfar en una ciudad que en nada se parecía a las más adelantadas de la costa de levante o de Málaga.
Allí iba el joven Bermúdez vestido con otros aires, haciendo de relaciones públicas por las principales calles de la ciudad montado en un coche de caballos descapotable con el símbolo y el nombre de su negocio grabado hasta en las ruedas: ‘Play Boy’. Qué provocación para esas familias conservadoras de Almería que veían al mismo demonio cuando alguien les hablaba de la nueva discoteca, sobre todo cuando imaginaban que sus hijos o sus hijas pudieran frecuentar aquellos negocios nocturnos de ‘dudosa’ reputación.
Sí, las discotecas no gozaban de buena fama en sus comienzos. Muchos padres y madres las consideraban como locales de perversión donde no se podía aprender nada bueno. Allí no podían establecer la vigilancia férrea que organizaban en los guateques caseros, cuando las madres mandaban a los hermanos pequeños y hasta la abuela a vigilar para que nadie se pasara cuando sonaran las lentas.
En aquella Almería de los primeros setenta, las discotecas fueron los negocios que revolucionaron a la juventud y ‘Play Boy’ la que le dio esa pincelada de glamour que no tenían las otras. Fue la discoteca más cara en sus comienzos y la discoteca de los artistas. José Bermúdez fue un excelente relaciones públicas que aprovechó la proximidad del Gran Hotel para atraer a su local a todos los personajes populares que llegaban a la ciudad.
Por allí pasó Julio Iglesias cuando vino a cantar en la Feria, y hasta la mítica actriz Maria Schneider, dos años después de haber rodado con Marlon Brando ‘El último tango en París’, que estuvo prohibida en España.
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