El santuario del otro lado del río

En el paraje del Mamí había dos templos: la ermita de San Miguel y el estanco de Álvarez

La ermita del Mamí en sus años de abandono. Formaba parte del espléndido cortijo de San Miguel.
La ermita del Mamí en sus años de abandono. Formaba parte del espléndido cortijo de San Miguel.
Eduardo de Vicente
00:13 • 15 dic. 2021 / actualizado a las 07:00 • 15 dic. 2021

Los Molinos de Viento estaba lejos, como si fuera un pueblo, y pasar al otro lado del río era como hacer un viaje, como una aventura si las condiciones meteorológicas eran adversas. 



Cada vez que caía una tormenta el río salía con fuerza y la Vega de Allá se quedaba incomunicada.  No hacía falta que la lluvia descargara en Almería, si lo hacía en los pueblos la rambla seca también se transformaba por unos días en un río furioso que arrastraba a su paso todo lo que se iba  encontrando en el camino. Cuentan que a comienzos del siglo veinte, cuando todavía no se había construido el puente sobre el Andarax que une el barrio de Los Molinos con la Vega, había jóvenes que se ganaban unas pesetas transportando sobre sus espaldas a los lugareños de un lado a otro del río. 



Los días siguientes a la avenida, el lugar se convertía en un pantano de lodo y tarquín, lo que aprovechaban aquellos cargadores para hacer ganancia. La primera barriada que aparecía después de dejar la ciudad y superar el río era el paraje del Mamí, un vergel ribereño que arrastraba una antigua historia que se perdía en los tiempos de los musulmanes. Los viejos del lugar conservaban en la memoria leyendas que hablaban de que allí, bajo aquellas tierras fértiles y profundas, atravesadas por galerías y pasadizos, había tesoros enterrados del tiempo de los moros. Hoy apenas quedan recuerdos de lo que fue el Mamí, tan sólo el estanco que en los primeros años del siglo pasado abrió Miguel Álvarez Ventura, enfrente del gran cortijo de San Miguel. Entonces, toda esa zona de la Vega formaba un pueblo al margen de la ciudad, compuesto de cortijos, huertas y veredas que llevaban de una barriada a otra. El camino de la casa de las Viudas partía del río y conducía hasta el cortijo del mismo nombre, mientras que el camino de los Contrabandistas comunicaba el Mamí con el Alquián pasando por el cementerio de La Cañada. El camino del Molino Pepón o el de Trafaliñas eran los otros senderos que comunicaban unas fincas con otras.  Cuando Miguel Álvarez puso el estanco había vida suficiente para montar un negocio. Allí vendía las alpargatas que él compraba en los almacenes de la capital, todo tipo de comestibles, tabaco de picadura, los ‘avíos’ para hacer las matanzas y las morcillas, chorizos y tripas de sobrasada que él mismo elaboraba cuando sacrificaba un marrano. A primera hora el estanco se convertía en un bar donde se servían copas de anís con limón para limpiar el estómago de los vegueros.






Aquella habitación en medio de la Vega no era sólo un negocio, sino un lugar de encuentro, un centro de reunión permanente donde se organizaban tertulias cuando caía la tarde, un punto de referencia donde el cartero pasaba a dejar la correspondencia de las cortijás, donde se digerían las buenas y las malas noticias del barrio y donde iban los médicos cuando se perdían por los caminos buscando un enfermo. Pasar por el estanco de Miguel, aunque sólo fuera para preguntar la hora, era un ritual tan necesario para los habitantes de ese paraje de la Vega de Allá como asistir a Misa los domingos por la mañana.



El estanco del Mamí ha seguido abierto, conservando una imagen muy parecida a la que tenía en sus comienzos. Hasta los gatos que se arremolinan junto a la puerta, ajenos al ir y venir de los clientes, parecen los mismos que correteaban por el mostrador cuando Miguel abrió el negocio cien años antes. 



Ana María Álvarez, su sucesora, mantuvo intacta la gran estantería de madera que con tanto sacrificio compró su abuelo con las primeras ganancias que le dejó el tabaco, y  ha conseguido detener el tiempo entre aquellas cuatro paredes. Fiel a la tradición, sobre las viejas maderas se puede uno encontrar un paquete de cigarrillos, un bote de Cola Cao, una botella de lejía, una botella de whisky  o una caja de caramelos. 




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