La muchacha de la fotografía se llamaba María Delgado y fue ama de cría de la familia Romero de Almería en los años veinte. Trabajó en la casa de Fausto Romero Valverde y de su esposa Rosa Miura, criando desde que nació a la niña que tiene en sus manos.
Su historia fue la de tantas jóvenes de su época que siendo todavía adolescentes tuvieron que dejar sus pueblos, sus casas, y renunciar a sus raíces después de quedarse embarazadas de manera furtiva. Entonces se decía que habían sido deshonradas, tal vez por un hombre casado o un varón de su propia familia, lo que obligaba a las mujeres a tener que huir a un lugar donde nadie las conociera para empezar de cero.
La fotografía es de 1920 y refleja el dramatismo de una muchacha a la que la vida le ha empujado a hacerse mujer de forma prematura. Sus ojos muestran la ternura de una niña en edad de soñar con los primeros abrazos; su mirada encierra un océano de tristeza y un aire de melancolía recorre cada gesto de su cara. Bajo el vestido de ama de cría, aparece una adolescente que ha dejado su mundo de muñecas por el oficio de madre de alquiler.
Las jóvenes que acababan de dar a luz y no tenían recursos para salir adelante buscaban cobijo en las familias acomodadas de Almería que necesitaban una mujer con leche fresca y abundante para dar de amamantar a su hijo.
En los años veinte, las amas de leche abundaban en la ciudad y para conseguir el puesto de trabajo, tenían que pasar un reconocimiento médico exhaustivo que confirmara que gozaban de buena salud y no arrastraban ninguna enfermedad contagiosa.
En el consultorio del doctor Verdejo Acuña, en la calle Gerona, se realizaban análisis de esputos y orina para amas de cría, y uno especial de sangre para detectar si tenían alguna enfermedad de las que entonces se llamaban secretas, que era el eufemismo que se empleaba para denominar a los males de transmisión sexual.
Las amas de cría formaban parte del paisaje de la ciudad. Era habitual verlas con sus vestidos relucientes paseando a los niños por los rincones más aireados de Almería para que les diera el aire y les calentara el sol. Las que servían en casa de familias de la alta sociedad estaban obligadas a caminar por la zona del Bulevar del Príncipe, que en aquella época tenía un trecho de albero que el coche de caballos con la cuba municipal regaba todas la tardes de verano para que no se levantara.
El Bulevar era como el espacio natural de las sirvientas con niños, un refugio en el centro de la ciudad donde estaban a salvo de las miradas y de la presencia de los hombres, por ser un lugar alejado del bullicio de las cafeterías y de las peluquerías masculinas que tanto abundaban en el Paseo. Las niñeras más modestas, las que servían a familias más humildes, solían ir a pasear al Parque y al Paseo de San Luis, un espacio más escondido donde podían relacionarse con los muchachos, sobre todo con los soldados del Cuartel de la Misericordia que en las horas de permiso frecuentaban aquellos lugares en busca de los amores adolescentes.
Las amas de cría no eran sólo unas empleadas del hogar; formaban parte de las familias y cuando salían a la calle, representaban a la casa en la que trabajaban. Era un signo de riqueza, que hablaba del nivel económico de una familia, la forma de vestir de las amas de leche, así como las ropas y el carro del niño. Las señoras no dejaban salir a sus empleadas a pasear si no iban perfectamente uniformadas y curiosas.
Algunas les exigían a sus muchachas que se adornaran con joyas, que era otra señal de ostentación pública. “Se ofrece ama de cría con 18 años con leche fresca. Razón calle Gordote 23”, era uno de los anuncios breves del diario Yugo en los años de la posguerra.
Muchas jóvenes sin trabajo que acababan de dar a luz, se ofrecían para darle el pecho a hijos de mujeres que se les había quedado “la teca seca” o tenían “la leché salá”, que eran expresiones muy utilizadas entonces.
Por aquellos años no abundaban las amas de leche porque el hambre y enfermedades contagiosas como la tuberculosis impidieron a muchas adolescentes poder ofrecer su pecho. El alimento más utilizado para la crianza de los niños en los primeros meses de vida fue la leche condensada. En enero de 1941 se organizó un censo de lactantes en Almería a fin de regularizar la alimentación infantil y el racionamiento de la leche condensada.
Por cada cartilla de racionamiento en la que figuraran uno o más lactantes se facilitaba una tarjeta especial para el abastecimiento de leche. Para evitar el fraude, las madres tenían que presentarse con dicha tarjeta y con el niño en la calle Gerona, donde estaba la sede de los Servicios de Higiene Infantil. Allí le expedían un vale para que pudieran retirar un bote de los establecimientos autorizados.
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