Las dos caras del día de Reyes

La euforia acababa siempre disipándose por el regreso a la escuela al día siguiente

Dos niños, los hermanos Manolo y Anita Blanes, estrenando sus juguetes  en una mañana de Reyes.
Dos niños, los hermanos Manolo y Anita Blanes, estrenando sus juguetes en una mañana de Reyes. La Voz
Eduardo de Vicente
20:59 • 05 ene. 2022

Soñábamos con que nos dieran las vacaciones de Navidad para sentirnos libres y gozar del privilegio de levantarnos tarde. Sufríamos los madrugones del invierno, que los llevábamos grabados en el pecho como una cicatriz, y contábamos los días que faltaban para aparcar las obligaciones y dormir a pierna suelta. Sin embargo, por esas extrañas paradojas que tiene la infancia, desde el primer día de vacaciones experimentábamos un cambio de ánimo que nos transformaba los planes y de pronto, en vez de levantarnos tarde, saltábamos como resortes de la cama para apurar los días hasta el último trago.



La mañana que más madrugábamos era, irremediablemente, la del seis de enero, cuando los nervios nos despertaban antes de que amaneciera y nos poníamos en marcha en busca de los juguetes. Qué paciencia y qué comprensión derrochaban nuestros padres. El día de Reyes era uno de los pocos que tenían para poder levantarse tarde y los obligábamos a salir de debajo de las mantas para que se sumaran a la fiesta. En mi casa, que éramos cinco hermanos, era imposible seguir durmiendo.



El día de Reyes era y sigue siendo, según me cuentan los que tienen hijos, el día de las ilusiones sin diferencias sociales, de la inocencia a granel, de los nervios desbocados y de los madrugones de estraperlo. En esencia, el día de Reyes conserva la magia que tuvo siempre, aunque hayan cambiado los escenarios y algunas costumbres. 



Hoy, los magos llegan cargados de regalos más individualistas, pensados para el consumo interior, en la soledad de un dormitorio. Ya no abundan las familias numerosas en las que un humilde balón era compartido por varios hermanos y han quedado atrás los tiempos en los que los juguetes callejeros eran habituales. Pero en esencia, los Reyes siguen repartiendo ilusiones parecidas por mucho que hayan cambiado los tiempos. 



Esa sensación de incertidumbre, de nervios a flor de piel, de alegría en estado salvaje, mezclada con la impotencia de sentir que faltan horas para jugar, con la angustia de palpar tan cerca el comienzo de las clases, debe de ser parecida a la que sentíamos hace cuarenta años. La felicidad en estado puro pasa a la misma hora  que siempre y por los mismos corazones, deja la misma mueca en el alma de los niños y las mismas caras de satisfacción en los padres. 



Quizá, una de las grandes diferencias entre ayer y hoy sea la implicación de los niños con los juguetes. Hoy, los regalos son más el pan nuestro de cada día, se ha creado una cultura del regalo que no conocieron otras generaciones. Hoy, la relación es más corta porque tienden a reemplazarse por otros; antes de que el último se haga viejo, el niño ya tiene otro regalo en sus manos que le hace olvidar el anterior. Antes, un juguete nos tenía que durar al menos un año, hasta que volvieran de nuevo los Reyes y se creaba un vínculo sentimental que nos unía para toda nuestra infancia.



Los juguetes llegaban a las casas para quedarse, se heredaban pasando de un hermano a otro y se integraban en las familias como si fueran parte de su historia. No tenían el carácter efímero de ahora. Cuando un juguete se rompía los padres lo llevaban a la tienda para que los arreglaran. 



En la Puerta de Purchena, en los grandes Almacenes Segura tenían a un reparador oficial de juguetes en su plantilla de trabajadores. Se llamaba Antonio Amat. Por las mañanas ejercía su oficio de cartero por las calles de la ciudad y por las tardes se encerraba en una habitación de las trastienda para reparar con la destreza de un cirujano los regalos estropeados. Si a una muñeca se le descolgaba un ojo, Antonio le ajustaba los contrapesos para que recuperara el aspecto del primer día, le daba una mano de pintura, le retocaba el cabello y el vestido, y la  dejaba como nueva, lista para que volviera a ser regalada en los Reyes próximos. 



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