Son catorce -como la edad a la que sale el acné- y se ven cada martes para desayunar en Lamarca. Entre poleos y descafeinados, se pelean por ver a quién le toca pagar, como muchos años atrás probablemente harían en la cantina de la Facultad de Granada; son catorce -como los versos de un soneto- y sin embargo, su vida ha estado más pegada a la prosa de letra ilegible que a la poesía.
En Gregorio Marañón, en el pequeño prontuario de Antonio Lamarca, se desgañitan una vez por semana hablando de lo divino y de lo humano, conversando sobre aquel quirófano, sobre aquella matrona, sobre aquellas cenas de Nochebuena de guardia en la Bola Azul; son catorce médicos llenos de pelo blanco, de sabiduría, de vivencias, que quieren seguir compartiendo sus recuerdos porque saben -bien que saben- que son el pegamento que les mantiene unidos; son catorce amigos, además de compañeros, que han visto a niños y ancianos nacer y morir en sus manos, que han puesto inyecciones, que han cortado carne, que han corregido coronarias, que han cosido abdómenes como si fueran un balón de reglamento, que han puesto ese punto exacto de anestesia que hace que uno viva o que muera.
Catorce artesanos de un mismo oficio pero cada uno distinto, con su historia y sus matices. Y sin embargo con algo deliciosamente en común: su instinto por querer curar, su deseo de aprender para evitar la muerte y el dolor ajeno; su anhelo por conocer los secretos de la medicina, como el protagonista del libro de Noah Gordon que recorre el mundo para aprender a hacer sanar, para comprobar que su madre, que murió de ‘la enfermedad del costado’, se podría haber salvado con la ciencia.
Son los galenos que protagonizaron la vida médica de Almería en los últimos treinta años del siglo XX, los que abrieron por primera vez la puerta del Hospital Torrecárdenas la mañana del 2 de octubre de 1983.
Toda la vida juntos pero no revueltos, enfrentándose a sus egos, cada uno con su especialidad, con sus cuitas, y aún repartiéndose estopa amistosa en esas tertulias mañaneras de los martes frente a unas infusiones con sacarina. Alguno todavía ejerce en la privada pero la mayoría ya ha colgado el bisturí y la bata, aunque no las ganas, porque un médico es médico mientras viva.
Ellos son ya la promoción de los médicos viejos, los abuelos de los actuales especialistas y cirujanos de Torrecárdenas, como antes fueron sus abuelos aquellos doctores que han quedado grabados en la memoria colectiva de la ciudad y de la provincia, gente como Emilio Viciana, Juan José Giménez, Antonio Ramírez, Pepe Arigo, Carlos Palanca o Domingo Artés, entre otros, quienes también tendrían su tertulia en alguno de aquellos cafés legendarios del Paseo y también se pelearían por no pagar.
Además de los desayunos semanales, una vez al año, cercana la Navidad, los catorce matasanos jubilados -unos más que otros- se reúnen a almorzar por todo lo alto en una mesa del Club de Mar. Y allí, entre platos de sopa bullabesa y salmonetes que aún colean, prolongan sus circunloquios sobre la sanidad pasada y presente o sobre lo que se tercie ese día de autos.
La alineación de este selecto club de ilustres hijos de Hipócrates está vertebrada por Francisco Núñez, médico alergólogo, hijo de un fragüero y una matrona de Carboneras. Durante casi medio siglo ejerció como jefe del servicio de Urgencias de Torrecárdenas, con su consulta privada en la Avenida de la Estación, el último médico analógico de España, que aún escribe las recetas en una vieja Olivetti Lettera; Cristóbal Ruiz Gomez, de la tierra canjilona donde brilla el mejor aceite de la provincia, ejerció en el Valle de Hebrón de Barcelona y en 1973 empezó como médico pediatra en la Bola Azul; Antonio Daza, el de aspecto más juvenil, también pediatra, nacido en 1948. Hizo la especializada en el Hospital madrileño de La Paz. Fue director médico de Torrecárdenas desde 1987 a 1990; Antonio Cabrera Molina, almeriense de 1953, pediatra, estudió en Granada e hizo la especialidad en Jaén, con un amplio bagaje por centros de Salud en Níjar y La Cañada; Francisco Morales Ferrer, almeriense, nació un año antes de que un toro matara a Manolete. Trabajó en el Clínico de Granada, antes de Torrecárdenas y ahora tiene un hijo en la profesión; Carlos Escobar, médico de familia, casi toda su vida en el consultorio de la Plaza de Toros. Es hijo del ilustre pediatraa Carlos Escobar, nacido en Cardiff (Gales) y nieto del no menos popular exportador de uvas, Valentín Escobar. La dinastía continúa con un bisnieto, el doctor José Molina Valera.
Joaquín Guirado Almansa, oftalmólogo. Empezó en la Bola Azul en 1978 y después en el 18 de Julio. Almeriense de 1951, nacido y criado en la calle Javier Sanz y tras de sí miles y miles de operaciones de cataratas a almerienses a los que le devolvió con la pericia de sus manos una visión confortable; José Ruiz-Coello Andrés, otorrino nacido en 1946, con hijo dentista y él, único de la partida que tiene cuenta en twitter.
José Domingo Vargas Vallejo, cirujano infantil. Granadino de 1949, su vida profesional ha estado cuajado de hechos entrañables en el quirófano y como discípulo de Juan López Muñoz, el hombre que consiguió esa especialidad para Almería y evitar traslados a Granada; Manuel Blanco, anestesiólogo, el hombre preciso, se casó con una almeriense y aquí se quedó. Salió recientemente de las tinieblas del Covid tras varios meses en la UCI; Francisco Muñoz, anestesiólogo, nacido en Ciudad Real. Llegó a Almería en 1980. Fue jefe de servicio durante una década; Francisco Lara, granadino, ginecólogo, uno de los más fiesteros de la reunión, más de 30.000 partos en su haber, no está seguro si uno de ellos fue David Bisbal. “Al Lara lo conocen todos los gitanillos de La Chanca”, dice; Nicolás Maturana, de Berja, médico geriatra en la Cruz Roja y en la Residencia de El Zapillo; Miguel Lorenzo, granadino, cotizado cirujano especializado en mama, aún ejerce con consulta privada en Javier Sanz. Algunos compañeros se han ido quedando en el camino por razones biológicas y otros, recién jubilados, se han ido incorporando, porque éste no es un Club de poetas muertos, es un Club de Médicos viejos pero vivos, que funciona como una cadena entre generaciones que nunca se rompe del todo.
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