En enero de 1884, José González Canet ocupó el cargo de segundo teniente de alcalde del Ayuntamiento de Almería bajo el mandato de don Juan de Oña y Quesada y unos meses después fue nombrado comisario regio de agricultura, industria y comercio de la provincia, en reconocimiento a sus méritos comerciales.
Eran días de grandes éxitos personales y profesionales, que culminaron cuando el quince de septiembre de ese mismo año el Banco de España acordó abrir una sucursal en Almería, nombrándolo consejero. 1884 fue uno de los años más importantes de su vida. Alcanzó altas cotas profesionales y logró hacer realidad dos de los sueños que acariciaba: entrar en la Junta de Obras del Puerto y tener voz y mando en el Ayuntamiento.
En diciembre fue nombrado alcalde, haciéndose cargo del puesto el dos de marzo de 1885, sustituyendo a Agustín de Burgos Cañizares. No eran buenos tiempos para coger las riendas municipales debido a los problemas económicos de las arcas de la ciudad y a la grave situación sanitaria por la incipiente epidemia de cólera, que empezaba a dejar sus primeras secuelas en la provincia. Una de sus primeras actuaciones, nada más tomar posesión de la alcaldía, fue emitir un bando de limpieza desesperado para intentar evitar la tragedia. El 15 de junio de 1885, el semanario local ‘La Voz Médica’, destacaba el trabajo que se estaba realizando desde el Ayuntamiento: “Muchas y acertadas son las medidas que nuestra primera autoridad está tomando para prevenir la invasión colérica. Comisiones asesoradas por médicos distinguidos recorren diariamente todos los barrios aconsejando primero y obligando después a sanear las viviendas. Tanto el señor González Canet como todos los tenientes y concejales, rivalizan en celo y acuden presurosos a remediar cualquier falta de higiene que observan o se les denuncia”.
Mientras se tomaban las medidas para intentar frenar la epidemia, la ciudad batallaba en aquellos días por conseguir uno de sus grandes anhelos históricos: la llegada del ferrocarril. En la primavera de 1885, el señor González Canet, como Alcalde de Almería, encabezó la comisión que viajó a Madrid para pedirle al Gobierno que acelerara los trámites para que el tren pudiera ser pronto una realidad en la provincia de Almería. En aquel grupo de almerienses estaban también el Obispo, José María Orberá y Carrión; el ex-diputado a Cortes Jerónimo Abad; el banquero Rafael Levenfeld; el rico propietario Antonio Ledesma; el director del periódico ‘El Ferro-Carril’, Amador Ramos Oller, y el minero de Linares Fausto Caro.
La experiencia de José González Canet al frente del sillón municipal fue tan intensa como efímera. Cinco meses después de llegar al cargo decidió presentar su dimisión para que volviera al puesto su amigo y ex-alcalde, Agustín de Burgos Cañizares. El 26 de julio de 1885 se recibió en el ayuntamiento un comunicado de la Casa Real informando que: “S.M. el Rey ha tenido a bien admitir la dimisión presentada por don José González Canet del cargo de Alcalde Presidente del Ayuntamiento de Almería”.
La renuncia no lo alejó de la actividad política, ya que colaboró con las autoridades en los meses más duros de la epidemia de cólera, que finalmente se desató con virulencia en la ciudad en aquel fatídico verano de 1885. Tras la crisis sanitaria, social y económica que trajo el cólera, José González Canet no solo mantuvo en pie su actividad empresarial, sino que le dio un nuevo empuje con nuevos retos y nuevas metas. En el mes de julio de 1887 el prestigioso banquero almeriense partió en barco hacia Londres, en compañía de su hijo José, con objeto de formar allí la nueva sociedad ‘González Egea y Cª’, dedicada a la exportación de fruta a los mercados de Londres, Liverpool, Glasgow y los más importantes de Estados Unidos.
Por aquel tiempo, González Canet estaba inmerso en un proyecto que había calado hondo en la sociedad almeriense: la construcción de la nueva Plaza de Toros. Formaba parte como tesorero de la sociedad constructora que se fundó para tal fin y fue tanta su implicación en este reto que acabó siendo el propietario del magnífico edifico de la Avenida de Vílches.
Todas sus ambiciones, todos sus proyectos y todo su poder, estuvieron a punto de derrumbarse por culpa de un accidente. El domingo seis de noviembre de 1887, José González Canet vio de cerca la muerte cuando viniendo de su finca de Rioja los caballos de su carruaje se desbocaron, provocando el vuelco del vehículo. Aquella tarde había estado lloviendo con fuerza y amenazaba de nuevo tormenta. Tal vez, los caballos se asustaron con los primeros truenos y el aparato eléctrico y acabaron desobedeciendo las órdenes del cochero y precipitándose por un desnivel. El percance dejó maltrecho al intrépido empresario, que tuvo que guardar reposo durante varias semanas hasta que cicatrizaron sus heridas.
Durante el tiempo de descanso siguió gestando nuevas ideas y abriendo puertas para seguir aumentando sus negocios. En el verano de 1888 fue nombrado agente del grupo Lloyd de Londres en Almería, puesto que había quedado vacante tras el fallecimiento de don Felipe Barron, y dos años después aceptó el mismo cargo por parte de las compañías de seguros ‘La Manheim’ y ‘La Federal’.
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