La quinta de las películas de Bruce Lee

Los niños de los años 70 tuvieron como uno de sus héroes al rey del Kung-Fu

Niños de los años 70, niños callejeros que disfrutaron del cine en el centro y de las películas de Bruce Lee.
Niños de los años 70, niños callejeros que disfrutaron del cine en el centro y de las películas de Bruce Lee.
Eduardo de Vicente
20:59 • 03 mar. 2022

Las noches que en las terrazas de cine echaban una película del Santo el enmascarado de plata el lleno estaba asegurado. A finales de los años sesenta aquel luchador mexicano al que nunca se le veía la cara, se convirtió en un ídolo para la chiquillería hambrienta de mitos.



Juan Asensio supo sacarle tajada al enmascarado y todas las películas se las llevaba al cine Moderno para colgar el cartel de no hay billetes. Es verdad que las películas estaban tan mal hechas que parecía que las habían filmado con un Cine Exin de juguete, pero lo que a los niños nos importaba no era la calidad de las imágenes ni el guión ni el mensaje de la película, sino los cates, las patadas y las volteretas que daba el Santo, un héroe tan de otro mundo que lo mismo luchaba contra unos ladrones de bancos que contra un ejército de momias recién resucitadas.



Cuando empezaba a dar palos, el cine se ponía de pie y el público coreaba a grandes voces: “Santo, santo, santo”. Al día siguiente, nos comprábamos un pliego de papel de charol, nos inventábamos una máscara y la emprendíamos a golpes con el vecino.



Cuando el Santo se hizo tan viejo que ya no nos lo creíamos, lo cambiamos por otro mito de la gran pantalla, aquel chino americano que saltaba como un canguro dándole patadas al viento. Los niños de los años setenta fuimos también los de la quinta de Bruce Lee. La primera película que pudimos ver en Almería fue ‘Kárate a muerte en Bangkok’, que llegó a la pantalla del cine Reyes Católicos en el verano de 1973, pasando desapercibida.



Fue un año después cuando la chiquillería descubrió al ídolo. El 18 de julio de 1974 el cine Roma colocó en su cartelera un gran mural elaborado por el artista almeriense Robles Cabrera donde el luchador oriental parecía un dios dando saltos. Los niños iban a la puerta del cine para disfrutar de aquella obra de arte que colgaba de la pared principal como si fuera un cuadro de Velázquez. La popularidad de Bruce Lee se convirtió en fiebre en los primeros años de la Transición, cuando en cada calle aparecía un maestro de Kung-Fu dándole golpes a los cubos de la basura. 



Cada película que echaban era un éxito seguro. Recuerdo aquella tarde de mayo de 1976 en la que se formaron grandes colas en la calle de la Reina para sacar una entrada para ver ‘El furor del dragón’, una de sus mejores interpretaciones según decían los expertos. La importancia de aquellas películas es que crearon escuela. Todos conocíamos en nuestro barrio a algún aspirante a Bruce Lee que se dejaba el fútbol y los juegos convencionales y entraba a formar parte de esa nueva casta callejera que se pasaba el día dando patadas al aire y poniendo cara de chino. 



Todo el santo día queriendo ser como Bruce Lee. Día y noche dando patadas y manotazos a la vez que emitían extraños sonidos guturales como los luchadores de verdad: “Guaya”, gritaban de pronto mientras intentaban romper una tabla de un golpe seco con la mano. 



Muchos de aquellos aspirantes a luchadores se dejaban el metatarso en el intento y acababan en la  sala de curas del Hospital o de la Casa Socorro sin que al enfermero de turno le hiciera falta pregunta qué le había pasado. Cuando los veía llegar decía: “Otro Bruce Lee”.


De pronto se pusieron de moda los palos agarrados con una cadena que los muchachos aprendían a manejar con destreza para hacer exhibiciones en el barrio. Llegaban con su nunchako debajo del brazo, con su pantalón baquero marcando paquete y la cajetilla de tabaco en la cintura y se ponían a repartir golpes con las manos y con las piernas como si fueran la reencarnación del chino de las películas.


No conocimos un personaje tan influyente en la juventud de los años setenta como Bruce Lee, hasta que unos años después apareció en escena  aquel fenómeno llamado el ‘travoltismo’. La película Grease puso de moda otro modelo diferente de héroe, el del joven rebelde que era tan malo en los estudios como bueno bailando y con él la cultura de la pandilla. Pasamos de los golpes y los alaridos de Bruce Lee a las movimientos de cintura y a las canciones de John Travolta.


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