El imperio del ilustre banquero

No había un barrio en Almería donde no hubiera una escritura a nombre de González Egea

Antonio González Egea en su despacho de la Casa de Banca González.
Antonio González Egea en su despacho de la Casa de Banca González. La Voz
Eduardo de Vicente
20:59 • 07 mar. 2022

La primera década del siglo veinte había consolidado el poder de Antonio González Egea y su capacidad para afrontar con éxito los negocios familiares.Fueron años de grandes logros profesionales, que se vieron eclipsados por la muerte de su esposa, la señora Josefa Montoya Herrada. Falleció el tres de enero de 1912, dejando a dos hijos: José y Carmen.



Nada podía presagiar que los crecientes negocios de la firma González Egea iban a sufrir un importante revés en el verano de 1914. El estallido de la Primera Guerra Mundial trajo rápidas y penosas consecuencias para la frágil economía almeriense, que se sostenía sobre los pilares del comercio internacional gracias a la uva y al mineral. A finales de agosto de 1914, apenas un mes después del comienzo de la gran guerra, la provincia empezó a sentir el peso de la ruina económica que se le venía encima: millares de obreros despedidos de las explotaciones mineras; centenares de braceros agrícolas dejados sin trabajo; las pequeñas industrias paralizadas; los transportes casi anulados; el esparto sin arrancarse y la uva en las parras.



Ante la situación extrema que empezaba a quebrar los sectores más vulnerables de la sociedad almeriense, se nombró una comisión para buscar soluciones. Al frente estaba Antonio González Egea, acompañado de los también consignatarios Fulgencio Espá, Esteban Jiménez y Alfredo Rodríguez. Entre los comerciantes que se integraron en la comisión de salvamento, figuraban José López Guillén, Ramón Orozco, Gabriel González y José Sánchez Entrena. 



En las últimas semanas del año la economía almeriense empezaba a sufrir con mayor dureza las consecuencias de la guerra que azotaba a Europa. “Muerta la exportación de minerales, mal vendida la uva y la naranja, sólo nos queda el esparto que va a Génova”, contaba el periódico La Crónica Meridional de aquellas fechas.



Al comienzo de la guerra, Antonio González Egea formaba parte de la cúspide de la pirámide de personas más influyentes de Almería por su poderío económico y por su capacidad empresarial. Era el propietario de la casa de banca González Egea, fundada por su padre, José González Canet, cuya sede estaba en la calle de San Pedro. Aquí se fue forjando un extenso patrimonio, de tanta magnitud que no se exageraba cuando alguien decía que media Almería era suya. Poseía una amplia extensión de terreno a ambos lados de lo que hoy es la Carretera de Ronda, que entonces no era ni un proyecto. 



La manzana de la Huerta Azcona, desde la actual Plaza de Barcelona hasta donde hoy está el edificio de los juzgados, también le pertenecía. Era el dueño de la Plaza de Toros  y de grandes terrenos en San José, Mónsul y los Genoveses, donde se encontraba una de las joyas de la familia, la finca de El Romeral. En Canjáyar tenía una hermosa finca `Bolinieva’, que tuvo que vender años después, en los días trágicos de la Guerra Civil. No había un solo barrio de Almería donde no hubiera una escritura a nombre de González Egea. Tenía negocios de barrilería y era uno de los empresarios más activos en la exportación de uva, llegando a abrir una sucursal de su casa uvera en el barrio de Covent Garden, en el corazón de Londres. Todos los años solía hacer un viaje a la capital de Inglaterra para supervisar el negocio y pasar unos días con su hija Carmen, a la que mandó a Londres con ocho años de edad para que recibiera la educación que no podía alcanzar en los colegios de Almería. Las semanas pasaban y las noticias de la guerra europea seguían siendo alarmantes. El conflicto se recrudeció y con él los problemas sociales que afectaban a Almería por culpa del cierre de los mercados internacionales, el bloqueo de las exportaciones y el consiguiente paro obrero.



La ciudad respiraba una atmósfera de tristeza como no se había visto antes desde los días del cólera. En el puerto apenas había actividad y los comercios estaban vacíos. Una plaga de pobres tomó las calles  y las puertas de las iglesias, donde se agolpaban a las horas de la misa. Muchos de estos miserables eran niños, por lo que la Junta de Socorros acordó ampliar el asilo de San Ricardo con unas amplias naves que se habilitaron entre la Rambla y la actual calle de Javier Sanz. Los locales eran propiedad de Antonio González Egea, que los cedió de forma altruista.




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