Los novios de la posguerra, las parejas que no venían con un pan debajo del brazo, que eran la mayoría, tenían que esperar años para poder casarse si no querían embarcarse en la dura travesía de irse a vivir con la familia.
Había noviazgos que se encallaban en las aguas pantanosas de los años porque faltaba el trabajo y no tenían la posibilidad de tener una vivienda. El primer paso era la casa, encontrar un alquiler barato y poco a poco ir sumando muebles.
En esa lista de enseres imprescindibles para poder montar un hogar el primer objetivo era siempre el dormitorio. Cuántas parejas de aquellos primeros años cuarenta se consolaban delante de los escaparates de Rabriju, la Valenciana y París Madrid, mirando con la boca abierta aquellas camas de matrimonio de nogal que eran el sueño inalcanzable de los novios.
En el invierno de 1944 Muebles la Valenciana lanzaba la oferta de una cama grande de nogal con somier al precio de trescientas diez pesetas, en dura competencia con la casa Muebles Rabriju, que vendía el mismo conjunto quince pesetas más caro.
Eran las grandes tiendas de muebles de la posguerra. En aquellos años de tanta dificultad, los empresarios Rafael Calatrava, Brígido García y Juan Martínez habían abierto un gran taller de ebanistería en un solar del barrio del Grillo, al otro lado de la Rambla, en la tercera travesía de la calle de San Lorenzo y la calle de Sicardó. Era la fábrica de muebles de Rabriju, que reunió en aquel tiempo a un grupo de jóvenes profesionales ente carpinteros, ebanistas, barnizadores y tapiceros.
El taller se complementaba con la tienda de la calle Hernán Cortés, donde se montaban las grandes exposiciones. El secreto de las tiendas de muebles de la posguerra era la fabricación propia que les permitía adaptarse a todo tipo de clientes: lo mismo le montaban una casa del Paseo a un empresario de la alta sociedad que le llenaban el comedor de la vivienda más humilde del Cerro de San Cristóbal.
Las tiendas de aquel tiempo tenían que llevar los muebles a las casa de los clientes en un carrillo de tres ruedas con una plataforma para transportarlos. En el caso de Rabriju, como el negocio fue prosperando, pudieron compra un Isocarro de tres ruedas y finalmente una furgoneta DKW con la que repartían los muebles por Almería y los pueblos cercanos.
Las parejas de novios venían entonces de todos los pueblos de la provincia a la capital y poco a poco iban montando sus casas: un mes la cama, otro el armario y la mesita de noche y cuando volvían a ahorrar completaban el sueño con el comedor.
Aquellos muebles antiguos, anchos y profundos, que se fabricaban y se adquirían con la certeza de que tenían que ser para toda la vida. Aquellos armarios oscuros con grandes lunas de cristal, que tenían que hacer juego con la madera del crucifijo que era el decorado principal que nunca faltaba en los dormitorios de los ricos y de los pobres.
Las tiendas de muebles de aquellos años fueron un buen negocio a pesar de las estrecheces. Mientras que Rabriju se dedicaba exclusivamente a la madera, la Valenciana y París-Madrid añadieron a sus ofertas los azulejos y los inodoros. París Madrid exhibía los inodoros más modernos de aquella época en su escaparate principal de en el local de la calle Real número siete.
París-Madrid llegó a ser uno de los comercios más representativos de la ciudad. Fue su fundador don Rogelio Ferrer Sánchez, que en la primavera de 1927 se quedó con el antiguo local del establecimiento de quincalla ‘El Candado’ y montó una espectacular tienda de muebles que fue una pequeña revolución en su época.
Fue inaugurada el viernes 26 de agosto de 1927, cuando la ciudad ardía en fiestas y la apertura de un negocio de estas características se convirtió en un atractivo más que se sumó a los muchos que ofrecía la Feria.
La misma mañana de la inauguración llegó al puerto el vapor correo de Orán y Melilla cargado de pasajeros que venían a disfrutar de las fiestas y con la banda de música de Jules Dellac, que en aquellos tiempos eran la más prestigiosa de Argelia, además de un equipo de fútbol de Orán que venía a enfrentarse al titular de Almería.
Cuando la banda desembarcó, los músicos de Almería la esperaban para darle la bienvenida y salir en desfile por las principales calles, recorriendo entre ellas la calle Real, donde se detuvieron para tocar una pieza delante de los escaparates de París-Madrid, que estaba abriendo sus puertas por primera vez.
París-Madrid fue uno de los primeros comercios que reabrió sus puertas al terminar la guerra civil. El once de abril de 1939, su propietario se dirigió a sus clientes para comunicarle la noticia de que regresaba a la actividad mercantil: “Rogelio Ferrer, dueño de los almacenes París-Madrid tiene el honor de ofrecerse nuevamente a su clientela y público en general”, decía el mensaje que fue publicado en el diario Yugo.
A pesar de las dificultades de los años de la posguerra, don Rogelio no dejó de sorprender con nuevos muebles y las mejores lámparas de fantasía que iban apareciendo en el mercado, y con las grandes exposiciones que todos los años, coincidiendo con la primavera, programaba en su acreditado establecimiento. En abril de 1953 presentó un dormitorio de estilo Rococó que causó admiración en toda la ciudad.
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