La marca ‘Segura Hermanos’ tenía un prestigio de muchos años. Una fama y una formalidad que se había ganado a pulso, desde que en los años 30 la matriarca de la familia, doña Andrea Guijarro, fue tejiendo un pequeño imperio partiendo de un humilde comercio en la calle de las Tiendas conocido popularmente como ‘el 0,95’.
Casi todo el género se vendía a menos de una peseta, una estrategia comercial que fue una revolución en aquella Almería anterior a la guerra civil. Los tres años de contienda estuvieron a punto de terminar con la empresa, pero doña Andrea y sus hijos remontaron las adversidades hasta que la firma ‘Segura’ se convirtió en una de las más importantes en el contexto empresarial de aquel tiempo.
La posguerra fue el inicio de la recuperación y los años cincuenta fueron los del estirón definitivo. Pablo Segura al frente del comercio de la calle de las Tiendas que era una auténtica mina de oro y su hermano Eduardo dirigiendo el establecimiento de la Puerta de Purchena. En 1963 la familia Segura rozó el cielo abriendo una tercera tienda en la calle de Martínez Campos y aumentando su amplio equipo de empleados que llegó a ser uno de los más completos de Almería.
Los viajantes de Segura llegaban a todos los pueblos de la provincia por alejados que estuvieran y en ese afán de extender sus redes sin límites, traspasaron las fronteras locales conquistando los mercados de Andalucía Oriental.
Era difícil encontrar un comercio con más trabajadores que en las tiendas de la familia Segura. Muchos llegaban al negocio siendo niños para ir aprendiendo el oficio desde abajo. Los que mostraban buenas condiciones y conseguían progresar, pasaban a formar parte de una plantilla que tenía ese espíritu familiar que había conseguido darle su fundadora, Doña Andrea Guijarro.
Para un adolescente o para una muchacha de los años cincuenta, entrar a trabajar en Segura era conseguir un empleo para toda la vida. Mujeres como Pepita Molina, Rafaela Martínez, Maribel Torres o Paquita González, se pasaron toda su juventud en la empresa. En el equipo masculino recuerdo la figura de Enrique Ruiz Miranda, aquel fiel empleado que pasó por todos los departamentos desde que en 1948, con catorce años, entró en la empresa como aprendiz. Trabajó en todas las tiendas de la familia y llegó a recorrer Andalucía llevando la mercancía de los hermanos Segura. Allí hizo su vida y allí se jubiló.
Uno de los secretos de Segura es que no se ponía límites. Tanto el comercio de la calle de las Tiendas como el de la Puerta de Purchena contaban con una sección dedicada a la venta al por mayor. Los mostradores cercanos a la calle eran para la venta minorista y en la trastienda se atendían los grandes pedidos. Había que preparar el género para que estuviera a punto para llegar a todos los pueblos. Muchas tiendas pequeñas de barrio de Almería se nutrían de los almacenes Segura en una época donde solo se descansaba los domingos.
El día más fuerte de la semana era el lunes. Pablo Segura solía repetirle con insistencia a sus trabajadores, a veces a modo de súplica, que podían faltar cualquier día si fuera necesario, pero que por favor, procuraran que no fuera un lunes. Los lunes en Segura era el día de recibir a los comerciantes que venían de la provincia, que se llevaban género suficiente para dos o tres semanas, por lo que era una jornada festiva para las cajas registradoras de la empresa.
Segura fue también una casa de referencia para las parejas de novios que estaban a punto de casarse. Con qué ilusión venían aquellas muchachas acompañadas de sus madres para completar el ajuar unas semanas antes de la boda. Sujetadores, camisones, juegos de novias, medias, colonias, perfumes, todo tipo de regalos y de recuerdos de Almería para los turistas que venían en verano, y en diciembre un amplio surtido de espléndidos juguetes que hacían las delicias de los niños en los escaparates.
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