Las fiestas de invierno no fueron un capricho de un concejal para alegrarle la vida a los almerienses. Ese esfuerzo que en 1967 llevó a cabo el Ayuntamiento para potenciar aquella feria de diciembre tenía razones económicas de peso y también razones sentimentales y patrióticas.
En Almería había un sentimiento de frustración y de impotencia porque se decía que la vecina provincia de Málaga se había apoderado del eslogan ‘Costa del Sol’, una denominación que nos pertenecía desde que el querido empresario Rodolfo Lusnnig, propietario del Hotel Simón, lo había acuñado allá por los años veinte cuando quiso incorporar nuestras costas a la hoja de ruta del creciente turismo europeo.
Málaga era nuestra vecina solo en el mapa, ya que estábamos mal comunicados por una carretera que en vez de unirnos nos separaba. Ir en coche a Málaga era una aventura en la que había que atravesar interminables tramos de curvas en carreteras mal asfaltadas y tortuosas. Nuestras autoridades, que no tenían ningún peso en el contexto nacional, se quejaban amargamente de este aislamiento y apuntaban con el dedo a las fuerzas políticas que se habían decantado por invertir en los accesos a Málaga por carretera a través de Baza, Guadix y Granada, escasamente competidoras, evitando así la promoción de los doscientos kilómetros de costa almeriense.
En 1967 en Almería teníamos muy claro que la batalla del turismo veraniego la habían ganado ellos, que habían sabido mover sus piezas políticas para ganarse las inversiones más importantes. Habíamos perdido la batalla del verano, y solo nos quedaba un último cartucho, el turismo de invierno. Ese fue el principal motivo para que desde la concejalía de Festejos se decidiera apostar por una fiestas de invierno que con la colaboración de las imágenes de Televisión Española llevara las bondades de nuestras playas y nuestro clima por todos los hogares del territorio nacional.
Esta rivalidad con Málaga se palpaba en la vida cotidiana. Diariamente se producía un hecho que evidenciaba su dominio y que causaba indignación a los almerienses. En el Telediario de las nueve de la noche, el hombre del tiempo siempre tomaba como referencia la “envidiable” temperatura de Málaga en los meses de invierno. Si hablaba de la mínima de Burgos o Teruel, el contrapunto era la máxima que siempre se daba en Málaga, omitiendo los grados de Almería, que casi todos los días eran los más altos del país.
Enfrentados a los intereses de Málaga nos embarcamos en unas fiestas de invierno que en 1967 fueron un auténtico éxito y sirvieron para promocionar nuestra tierra aunque el turismo que esperábamos nunca llegaría. Ese éxito se consiguió gracias a la presencia de Televisión Española. Su jefe de Informativos, Miguel Martín García, se presentó en la oficina de Festejos a finales del mes de noviembre acompañado de un escogido equipo de profesionales. Quería que el Ayuntamiento colaborara en la búsqueda de hechos y lugares noticiables para elaborar varios reportajes destinados a ser exhibidos antes de la inauguración del aeropuerto y de la consiguiente visita de Franco.
Se filmaron escenas de la ciudad, de las playas, de las calas más escondidas del Cabo de Gata, que se fueron emitiendo por la pequeña pantalla en las primeras semanas del año 1968. El responsable de Festejos, el señor Gómez Fuentes, contaba como anécdota que fue tal el empacho de reportajes almerienses en la tele que poco después, en un viaje que hizo a Zaragoza, al detener su coche en la Plaza del Pilar, se le acercó un paseante que al ver la matrícula de Almería le preguntó: “Oiga usted. Qué pasa en Almería que están ustedes todos los días en televisión”.
Y no le faltaba razón al maño. Nunca salió tanto en televisión Almería como en aquellas primeras semanas del año 68: la feria de invierno, la corrida de toros, la belleza de nuestras playas, la visita del Caudillo y la presencia de una diosa del cine en aquellos momentos, Brigitte Bardot, que estaba en el desierto de Tabernas con Sean Connery rodando la película ‘Shalako’.
Mereció la pena tanto esfuerzo y aquella importante inversión que hizo el Ayuntamiento de Almería para que la ciudad luciera como no lo había hecho nunca. Es verdad que la feria de invierno siguió teniendo un tinte pueblerino y que las pocas plazas hoteleras que teníamos no llegaron a colgar el cartel de lleno, pero las calles del centro brillaron como nunca, especialmente gracias a la iluminación extraordinaria que se trajo de Puente Genil y que se instaló en el tiempo record de una noche y su madrugada para que los almerienses se llevaran la sorpresa al día siguiente.
El día nueve de diciembre, que era sábado, los almerienses se encontraron con la estampa de la moderna iluminación y un enorme árbol de Navidad, auténtico, presidiendo la Puerta de Purchena. Fueron tan grandes las fiestas que hasta se improvisó un reloj en dicha plaza para que diera las campañas del nuevo año, como se hacía en la Puerta del Sol de Madrid.
Fue un invierno tan completo que en diciembre acogimos la salida del Rallye Costa del Sol, aunque volvimos a llevarnos un disgusto con la prensa. El periódico deportivo ‘As’ publicó unas fotos del Paseo lleno de coches. Estaba tan bien iluminado que pensaron que se trataba de Málaga y así lo escribieron en un pie de foto, lo que provocó una gran indignación en toda la ciudad.
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