Las cofradías que viven alejadas del centro han tenido que superar el estigma de la distancia y adaptarse a largos recorridos que dificultan el trabajo de los costaleros y en muchos casos le restan brillantez al desfile.
Tal vez, la hermandad que más ha sufrido la distancia haya sido la del Nazareno y la Virgen de la Amargura porque vino como consecuencia de un exilio forzado en una parroquia y en un barrio donde no existía ninguna tradición cofradiera.
Después de una larga historia forjada en la iglesia de las Claras, después de que varias generaciones de almerienses se acostumbraran al esperado encuentro del Cristo y la Virgen en la Plaza de la Catedral, la hermandad tuvo que reinventarse partiendo de cero en un escenario marcado por una distancia que era más sentimental que física. En los complicados años setenta, cuando las procesiones habían dejado de estar de moda, el Nazareno, la Amargura y la Verónica llenaban el vacío de aquellos tiempos de decadencia. No había otra hermandad que congregara más público en la calle. Recuerdo que en los últimos años la cofradía daba sínto mas de abandono, con los penitentes mal uniformados y muchas dificultades para salir a la calle.
Después de la crisis de aquellos años le vino la prueba del exilio, que no fue menos dura. La iglesia de Ciudad Jardín no ha estado nunca lejos del centro de Almería, pero ha estado separada por ese desierto que fue y sigue siendo la Avenida de Cabo de Gata y sobre todo, la Carretera de Sierra Alhamilla, posiblemente una de las avenidas más desangeladas de la ciudad. Este condicionante físico ha marcado a lo largo de todos estos años tanto a la hermandad del Encuentro como a la del Gran Poder que viene desde el Zapillo. Es como si tuvieran que hacer frente a una pequeña condena: después de recibir el calor de sus fieles a la salida les llega el calvario de las carreteras solitarias.
Una de las imágenes más tristes que tengo de la Semana Santa es la de la hermandad del Nazareno pasando por la Carretera de Sierra Alhamilla en una tarde de fuerte viento de poniente, allá por los primeros años noventa. No había un alma en el camino. Los penitentes, desorganizados por la larga travesía, tenían que sujetarse fuerte el capuchón para que no los doblara el viento; los cirios apagados, las imágenes caminando a duras penas sobre la estepa del asfalto y la banda de música haciendo malabarismos para que las partituras no terminaran en el Cortijo Grande.
A lo largo de las últimas décadas han ido sumándose hermandades a la lista de los que venían de extramuros. La Unidad viene de lejos, del barrio de Piedras Redonda y La Estrella de Regiones, pero no tienen que padecer avenidas tan crudas como las que sufren los que vienen de Ciudad Jardín y el Zapillo, o los cofrades de Coronación cuando atraviesan la desamparada Carretera de Níjar.
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