Como todo lo aprendíamos al vuelo, no tardábamos mucho en familiarizarnos con el nombre de algunas enfermedades que formaban parte de nuestra rutina familiar. Se los escuchábamos pronunciar al médico y después los repetían nuestras madres y ya se nos quedaban grabados para siempre.
Entonces se hablaba mucho de la polio porque estaba presente en nuestras vidas. Todos conocíamos a algún niño o alguna niña que aquella maldita enfermedad le había dejado heridas para siempre: una cojera, una parálisis incurable...
Sabíamos de la existencia de la viruela porque una mañana llegaban por el colegio las enfermeras con las vacunas y todos nos echábamos a temblar. Existía un temor generacional a ser pinchados, que habíamos ido interiorizando en cada de una de las inyecciones que nos ponía el practicante. Los niños de antes habíamos oido hablar de algún caso de una inyección mal colocada que había causado una cojera al paciente y cada vez que veíamos una jeringa y una aguja nos entraban los sudores de la muerte. Cuando después de recibir el pinchazo en el glúteo notabas que la pierna se quedaba como adormecida, se te venían a la cabeza los peores augurios y pensabas en voz baja: “Éste ya me ha dejado cojo”.
En esa lista de enfermedades de cabecera que habíamos incorporado a nuestro inventario infantil estaban también el sarampión y las paperas, aunque fuimos muchos los que nunca llegamos a saber a ciencia cierta si las llegamos a tener de verdad. Que tu madre te dijera que habías pasado ya una enfermedad te llenaba de seguridad y cuando escuchabas comentar que el sarampión o la tosferina estaban pegando fuerte, tú decías con orgullo: “Yo ya lo he pasado”.
A veces, valorábamos la enfermedad según la contundencia del nombre. Que a alguien le diera el tifus sonaba a algo espantoso, a gravedad, porque tenía un nombre febril y contagioso. Sin embargo, si alguien estaba malo con la escarlatina ni te inmutabas, porque aquella palabra nos sonaba como a película de dibujos animados, por lo que no podía tratarse de nada grave.
En el escalafón de enfermedades que ocupaban nuestras preocupaciones de niños la que más se temía era sin duda la meningitis porque en muchos casos dejaba un rastro incurable. Quién no conoció en su barrio o en el colegio, o en su propia familia, el caso de un amigo, de un hermano o de un primo que por culpa de la meningitis se quedó con la vista tocada o con un problema en el corazón que lo dejó marcado.
En el otro lado de la balanza estaba la gripe, que era como nuestra enfermedad de cabecera, como una aliada que de vez en cuando nos sacaba de la rutina insoportable del colegio. Coger una gripe nos regalaba unas vacaciones inesperadas y nos convertía en reyes de la casa por una semana.
La gripe nos traía a la cama cuentos y tebeos y la presencia continua de las madres que estaban siempre de guardia. Entraban de puntillas en la penumbra de la habitación, se sentaban en la orilla de la cama sin hacer ruido y solo con ponernos la mano en la frente ya sabían si nos había subido la fiebre.
La gripe nos abría las puertas de un territorio que habíamos olvidado, el de la vida de los días de diario a la hora del colegio. Al abrigo de las mantas escuchábamos los sonidos que venían de la calle: la voz del pescadero, la flauta del afilador, el ruido de la escoba del barrendero, y en ese momento nos invadía una doble sensación, un sentimiento de felicidad por no tener que ir al colegio y otro de tristeza porque a eso de las doce también escuchábamos el griterío de los niños que jugaban en la calle.
Como nuestra cabeza no estaba preparada para la enfermedad, cuando llevábamos dos días sin escuela y los mismos sin salir a jugar, ya estábamos hartos de gripe y rezábamos para que aquello terminara cuanto antes. El día que volvías a clase después de una semana de ausencia, te sentías extraño, como si hubieran pasado varios años, como si la fiebre y el último estirón te hubieran transformado.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/237456/los-virus-que-nos-dejaban-sin-colegio