Qué distinto hubiera sido si aquel episodio del hombre al que se le quedó el pene atrancado en un cojinete de hierro hubiera sucedido en esta época. Por suerte para él, el suceso ocurrió hace ya 34 años, al comienzo del verano de 1988, cuando no existían los dispositivos móviles actuales que nos permiten fotografiar la vida segundo a segundo, ni tampoco las redes sociales donde cualquiera puede ser ‘pasado por la quilla’ sin juicio previo.
Aquel insólito y rocambolesco episodio fue muy comentado en la ciudad porque aunque casi nada nos asustaba y habíamos oído hablar de casi todo en temas sexuales, desde el que se había quedado enganchado con una botella o al que habían cogido infraganti abusando de una inocente gallina, lo de un pene cautivo en un cojinete llamaba mucho la atención. Todos nos hacíamos el siguiente planteamiento: qué necesitado tenía que estar aquel pobre hombre para conformarse con el frío y poco apacible vientre de un artilugio de acero.
La noticia corrió como la pólvora, pero se fue quedando en el limbo de los chismes porque éramos muchos los que pensábamos que aquella historia del hombre desesperado con el pene atrapado entre los hierros era más fruto de la imaginación y de la broma que una realidad, un rumor, una historia que se había exagerando cada vez que pasaba de boca en boca.
Uno de los pocos testigos que pudieron acreditar aquel episodio fue el mecánico que llegó donde no alcanzaba la medicina, el artista que liberó a aquel vecino que en un momento de máxima excitación se jugó sus atributos buscando el placer, teniendo que afrontar después el duro trago de acudir a un médico para que lo sacara del apuro, sin poder ofrecer ninguna explicación coherente. No había ninguna excusa posible para poder explicarle a los galenos y a las enfermeras allí presentes cómo el pene se le había quedado atrancado en el hueco de un cojinete.
Aquel mecánico que tuvo que hacer de médico en el Hospital de Torrecárdenas fue José Ortiz Navarro, un acreditado tornero de la ciudad, con un currículum que lo acreditaba para cualquier intervención mecánica. Después de pasar por varios talleres de la ciudad, Ortiz disfrutaba de una colocación definitiva como mecánico de mantenimiento sanitario, primero en la Bola Azul y después en el Hospital de Torrecárdenas. Fue en este último destino donde le ocurrió el caso más extraño de su larga trayectoria como mecánico, en el verano de 1988. Cuando estaba velando por el buen funcionamiento de la maquinaria del hospital, recibió un aviso del médico de guardia para que se presentara en la habitación de un enfermo. En ese momento pensó que lo llamaban por un problema con el aire acondicionado o con el timbre de aviso, pero no fue así.
En la habitación le explicaron que era un caso mucho más grave, y sobre todo, mucho más extraño. Un hombre de 42 años de edad se encontraba en peligro de sufrir una cangrena en una parte muy delicada de su cuerpo. El individuo había sido trasladado desde al ambulatorio de su pueblo, Los Gallardos, con un cojinete metido en la base del pene como si fuera un anillo. Los médicos, tras intentar en vano quitarle el artefacto, recurrieron desesperados al mecánico de confianza como medida de urgencia antes de llevar al paciente al quirófano. “O consigue usted rebajar el cojinete o no tenemos más remedios que rajar”, le dijeron los doctores al operario.
José Ortiz, que tenía manos de artista, confió en su acreditada experiencia manejando hierros y con la ayuda de unas fresillas como las que usan los dentistas para limar, fue comiéndole acero al cojinete, lentamente, para que cediera su presión sin causar ningún daño. A su lado estaba la enfermera de apoyo, que con una mano sujetaba el miembro afectado y con la otra no paraba de echarle agua al cojinete para evitar que se calentara demasiado y el pene quedara chamuscado.
Fueron casi cinco horas cortando aquel acero Timken americano de máxima dureza que el paciente se había introducido hasta la misma base del pene en un arrebato de erotismo de difícil explicación. “El hombre pasó un trago muy duro, no sólo porque aquello no salía, sino por la vergüenza de verse en aquel estado tan ridículo delante de unos desconocidos. Por eso se tapaba la cara con la sábana”, contaba el mecánico salvador.
José Ortiz Navarro terminó con éxito su tarea y desde aquel momento vivió unas semanas de fama propiciada por el extraño caso del cojinete erótico. Estuvo como invitado en Barcelona en el programa de televisión ‘La casa por la ventana’ y lo llamaron de varias emisoras de radio para que narrara su heroica actuación.
El caso del cojinete fue muy comentado y no hubo un rincón en la provincia donde no contaran la historia de aquel desdichado que tratando de jugar tuvo la triste idea de acoplarse en el miembro un trozo de acero del más resistente que había. Los más bromistas del pueblo llegaron a proponer que se levantara en la plaza un gran monumento dedicado al pene liberado y que pasara a la historia como una metáfora de la libertad.
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