Su itinerario fue siempre el mismo durante años, el de Manuel Pérez García, profesor, político, periodista, hombre de ciencias y de letras a un tiempo, idealista consumado de las causas posibles e imposibles, romántico de la pluma y resolutivo catedrático de física y de química, peleón pero querido por todos (hoy sería un buen administrador de grupos de chats): salía de su casa de la calle Regocijos -donde de niño jugaba a las bolas con su querido amigo, colega y correligionario Pepe Jesús García- y se encaminaba Paseo del Príncipe abajo, tras tomar café en El Suizo, hasta torcer por el Círculo Mercantil y llegar al Instituto, su Instituto público, laico, neutro como el buen jabón, como a él le gustaba que fuera todo en la vida.
Con corbata de chalina en la pechera y simpatía en el espíritu, penetraba hasta el viejo claustro de los dominicos saludando al conserje y de inmediato comenzaba sus clases de Agricultura, de física o de química intentando instruir a aquellos alumnos que lo miraban al sabio con la boca abierta. Con Manuel Pérez García, daban clases en esos primeros años del siglo XX en el Instituto, ahora Escuela de Arte y Oficios, otros profesores legendarios como Antonio Tuñón de Lara, Luis Arigo, Hilario del Olmo, Baldomero Domínguez o Gabriel Callejón. Por su magisterio pasaron cientos de muchachos almerienses que lo recordaron toda la vida con todo el afecto que se le puede tener a quien te enseña cosas tan enigmáticas como el álgebra o el Principio de Arquímedes. Manuel Pérez, republicano casi genético, empezó a dar clase en Almería en 1905, tras volver de Madrid y ganar la cátedra de Física y Química por oposición y desde 1921 fue, además, secretario de ese Instituto donde había estudiado antes su admirado Nicolás Salmerón y donde dio clases durante seis meses en 1908 a un niñito granadino llamado Federico y apellidado García Lorca.
Escribió Manuel, durante ese tiempo de profesor, tres obras didácticas: Elementos de Agricultura, Nociones de Higiene y Economía Doméstica y Ciencias Físicas y Naturales. Compaginaba además su labor como docente con un laboratorio químico en Rambla Alfareros y una academia de clases particulares en su propio domicilio familiar, justo al lado de donde hoy está la redacción de la revista Foco sur que dirige el lubrinense Diego García Campos.
Pérez García, a tenor de lo que ha quedado escrito sobre él en publicaciones de la época, fue uno de los almerienses más interesantes de su tiempo: poliédrico, como la gente que piensa en lugar de embestir a lo blanco o a lo negro, omnipresente durante décadas en la vida de la ciudad, por donde uno tirase -por una página o por una calle- aparecía este don Manuel, caracterizado por unos ojos vivarachos oscuros como la pez y un sombrerazo acabado en punta de higo.
Nació en 1867 en el Cortijo El Tagarate, en una familia campesina, Su padre tenía una finquita por donde hoy está la Estación de tren y se dedicaba también a la venta de aceite. Tenía cuatro hermanos más: Rogelio (abogado) -antepasado del Luis Rogelio que fue alcalde antes que el actual- Arturo (médico), José (ingeniero militar) y Juan (procurador de los tribunales). Todos marcharon a estudiar a Madrid a finales del siglo XIX y su madre se fue con ellos, alquilando una casa con derecho a cocina junto a la Posada del Peine, en la calle Postas, para que sus avispados hijos pudieran estudiar.
Manuel había obtenido Mención de Honor en el Instituto durante el Bachillerato y en 1885 comenzó sus estudios en la Facultad de Ciencias, licenciándose en 1891. Después, ingresó por oposición en el Laboratorio Municipal de Madrid.
Allí inició también, de la mano de su admirado paisano Nicolás Salmerón, su actividad periodística como redactor y director de La Justicia, diario salmeroniano y, por tanto, de advocación republicana. Desde allí, lideró una campaña en prensa reclamando mayores libertades para Las Filipinas. Pero, el esforzado almeriense, el fecundo periodista ya consagrado en la Villa y Corte, decidió dar un giro a su vida y volver a Almería, a su Almería, ya con alguna cana pintada.
Ya estaba casado con Josefa Almansa, con la que crio cuatro hijos: José, Amparo, Juan y Arturo. Y en Almería, además de las clases, siguió con su intrépida labor periodística desde las páginas de El Radical y fundando El Popular en 1910. Fue un defensor fogoso de la enseñanza laica frente al diario católico La Independencia ungido por el Obispado y promovió como pocos la finalización del Parque NIcolás Salmerón (entonces de Alfonso XII) que hoy disfrutamos. A él se debe también el impulso dado a la procesión cívica por Los Coloraos a partir de 1899, que había empezado a languidecer, llevando a hombros el sarcófago para trasladarlo al nuevo emplazamiento en la Plaza de la Constitución con una vistosa carroza. Sus hijos pequeños se vistieron en el acto de 1901 con trajes de época de la Guerra de la Independencia encabezando la comitiva.
Fue concejal desde 1907 a 1918 y su sueño era unir a todos los republicanos de Almería bajo el reformismo de Melquiades Alvarez. Fue presidente del Círculo Republicano, en la calle Castelar, y del Grupo Germinal, un racimo de románticos muchachos que trabajaban bajo el lema de ‘Justicia, Ciencia y Progreso’ y que se enfrentaron al mismísimo fundador del PSOE, Pablo Iglesias Posse, cuando vino a Almería en 1900 a un acto de propaganda. También se decepcionó Manuel Pérez con el diputado cunero Augusto Barcia, y lo escribió en negro sobre blanco, cuando consideró que se había arrimado demasiado al caciquismo de los Giménez de Antas y de Vera. Nunca descansaba don Manuel, siempre con el tintero lleno, siempre con la pluma presta.
Sin embargo, cuando empezó el Directorio de Primo de Rivera en 1923 se inhibió de la política, se concentró en sus clases, en sus alumnos, aunque fallecería muy pronto, en 1927, con apenas 60 años. Fue protagonista de uno de los sepelios más multitudinarios que se recuerdan en la ciudad, presidido por sus amigos y colegas Tuñón, Plácido Langle, García Algarra, Juan Compani, Bustos, que llevaron el féretro. Al llegar su carroza fúnebre al cementerio de San José, seguido de una comitiva de autos y coches de caballos, fue enterrado con una modesta lápida en el cementerio civil, que se llenó de de coronas, cestas y ramos de flores, algunas de ellas enviadas por sus rivales del Partido Conservador. Su nieto mayor, Manolito Pérez Pérez, tomó un ramo de gladiolos de la tumba aún caliente de su abuelo y lo depositó en la de Pepe Jesús García, su gran amigo, que estaba al lado, que sigue al lado, en ese lugar alejado del rumor del centro de la ciudad al que todo el mundo termina llegando algún día.
A pesar de sus ataques con la pluma a todo lo que se moviera en Almería, tuvo la rara habilidad de ser querido hasta por sus acérrimos enemigos. La Plaza junto a los Refugios de la Guerra lleva su nombre y en 1933, durante la República que tanto anheló sin poder verla en vida, el pueblo de Almería le tributó un espectacular homenaje con una velada necrológica en el Ayuntamiento.
La estirpe republicana de ese don Manuel Pérez tan apreciado siguió viva a través de su hijo José Pérez Almansa, también concejal republicano del Ayuntamiento de Almería. Y después a través de su nieto, el abogado Juan José Pérez Pérez, que volvió a recuperar el acto de los Coloraos, junto al escritor José Miguel Naveros, en 1979, y por último, esa sangre sigue corriendo por las venas del abogado y exdecano del Colegio de Abogados de Almería, José Arturo Pérez, bisnieto de aquel probo almeriense que soñó toda su vida con una república que llegó cuando él ya no estaba y que muy pronto iba a ser aniquilada por la fuerza, no de las urnas, sino de las armas.
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