El adorado camión de la Coca Cola

La popular bebida americana irrumpió con fuerza en Almería en la Navidad de 1955

Fueron muy populares los concursos de pintura al aire libre que organizaba la marca Coca Cola.
Fueron muy populares los concursos de pintura al aire libre que organizaba la marca Coca Cola.
Eduardo de Vicente
09:00 • 15 jul. 2022

Cuando pasaba el camión de la Coca Cola los niños nos revolucionábamos, dejábamos todo lo que tuviéramos entre manos y nos pegábamos al coche con disimulo por si podíamos pillar algo, aunque solo fueran las sobras. Había quién iba un poco más lejos y se convertía en un pirata buscando el descuido del repartidor para llevarse una botella a escondidas. 



Hubo un tiempo en que cualquier refresco, por humilde que fuera, aunque se tratara de una gaseosa corriente de las que fabricaban en Almería, era un gran acontecimiento para un niño, una recompensa extraordinaria que solo se producía de vez en cuando. Veníamos de pegar la boca a los grifos del agua corriente de las fuentes para aliviarnos la sed; veníamos del agua de Araoz que ya nos parecía un lujo cuando le echábamos un trozo de hielo; veníamos de los botijos de agua compartidos y cualquier otra bebida que tuviera un poco de azúcar ya nos parecía un motivo de fiesta. 



Muchos mirábamos con envidia a los niños que podían permitirse el lujo de comprarse una gaseosa en el descanso de la película en una terraza de cine. Seguramente, aquellos refrescos pobres de la marca la Fortaleza no tenían otro mercado que el provincial ni más futuro que llegar al próximo verano, pero para nuestro paladar infantil, y sobre todo para nuestra sedienta imaginación, aquellas gaseosas caseras nos parecían gloria bendita.



La popularidad de las limonadas y las naranjadas autóctonas duró hasta que empezaron a imponerse los refrescos industriales que sobre todo a partir de los años sesenta se colaron en los hogares por esa gran ventana que fue la televisión. Antes, en la Navidad de 1955, ya había desembarcado en Almería la marca Coca Cola, que tuvo su primer depósito en el almacén de los hijos de Ignacio Núñez, en la calle de Juan Lirola. La firma americana tardó cinco años en venderla directamente al público almeriense. En el verano de 1961 montó su propio punto de venta y además sacó al mercado, a bombo y platillo, un refresco con el nombre de Fanta, que fue una auténtica revolución en las mesas de los comedores de la clase media.



A los niños nos volvían locos las Coca Colas y las Fantas de sabor naranja, que fueron las primeras en llegar, porque representaban la fiesta. Casi nadie se podía tomar una Fanta a diario, solo si se trataba de una comida familiar de domingo o si se estaba celebrando un santo, un cumpleaños, una boda o una primera comunión. Nos entusiasmaban porque nos traían sabores desconocidos y porque de ellas aprovechábamos hasta  el tapón. Eran los años de los coleccionistas de chapas, cuando hacíamos carreras en el suelo jugando al Tour de Francia y a los futbolistas.



Fue tanto el éxito de Fanta que al año siguiente de sacar la de naranja nos trajo la de limón. El día que una madre llegaba a la casa con una botella de Fanta se decretaba el estado de felicidad. Después llegaron los anuncios de televisión para reforzar el liderazgo de aquellas marcas extranjeras y los regalos que nos gustaban tanto como el propio refresco. Recuerdo aquellos balones inmensos de playa que puso de moda Coca Cola, las toallas familiares con las que nos tirábamos en la arena del Club Náutico y los yo-yos que Fanta regalaba a sus mejores clientes. Parece mentira, pero a finales de los años sesenta tener uno de aquellos yo-yos multicolores era una ilusión tan grande como la que sentíamos el día que venían los Reyes Magos.



Cómo nos gustaba a los niños profanar el vientre de los frigoríficos y empinarnos la botella de Coca Cola sin que nadie nos viera. Cerrábamos los ojos y veíamos todas las estrellas del firmamento, disfrutando al mismo tiempo del placer del refresco y de lo que estaba prohibido. Era algo parecido a enchufarnos en los labios la lata de leche condensada a la hora de la merienda. 



En aquella lista de refrescos estaba también la popular gaseosa La Casera, que no faltaba en ninguna casa a la hora de comer. Era más barata, venía en botellas de litro y tenía la ventaja de que se podía mezclar con el vino. Algunas madres nos daban antes del almuerzo un vasico de vino tinto con Casera para que despertara en nosotros el duende de las ganas de comer.


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