El proyecto de convertir la Plaza Vieja en una plaza de estilo castellano, completamente despejada y sin más sombras que las de los toldos y las sombrillas de los bares, se cae por su propio peso a medida que las olas de calor empiezan a ser habituales a lo largo del verano. En Almería sufrimos seis meses en los que la temperatura en el centro de la plaza, a pleno sol, no baja de los treinta grados, lo que la hace inhabitable sin esas sombras naturales.
El proyecto que tenía entre manos el Ayuntamiento de Almería era de una belleza indiscutible. Sobre los planos quedaba una Plaza Vieja amplia y abierta, sin el monumento a los Coloraos y sin los árboles que la rodean, un escenario completamente distinto al que hemos conocido las generaciones de almerienses que hemos vivido este rincón de la ciudad, pero un escenario que no se adapta a la climatología actual.
La Plaza Vieja no solo necesita que se respeten sus árboles y sus sombras, sino que pide más arbolado para que sea habitable. El que ha pasado en la última semana por allí ha podido comprobar lo cara que está una sombra, lo difícil que resulta sentarse en un banco a la hora del calor. El viernes, a las doce de la mañana, el termómetro marcaba 42 grados en el centro de la Plaza Vieja, en los escalones del Pingurucho. Atravesar la plaza era como cruzar el desierto para los turistas que iban camino de la Alcazaba y casi todos terminaban cobijándose debajo de un árbol con una botella de agua entre las manos.
La Plaza Vieja ha tenido siempre el valor que le daban sus sombras. Transformarla en una plaza de estilo castellano no tiene sentido a no ser que solo se mire con las gafas del negocio. Prescindir de los árboles frondosos y cambiarlos por toldos es una pésima inversión ética. La Plaza Vieja no puede perder su alma de lugar de encuentro para pasar a ser una pasarela de bares (como si no tuviéramos bastante con los que hay) y un gigantesco escenario donde montar toda clase de actuaciones en las noches de verano.
No podemos convertir la Plaza Vieja en otra Plaza de la Catedral. Es verdad que los expertos en arquitectura, los doctores en la materia, no se han cansado de elogiar la estética de la Plaza de la Catedral tras la última remodelación, con ese ejército de palmeras que según dicen realza la grandiosidad de la fachada del monumento. Hemos ganado en belleza, pero hemos perdido en presencia. La Plaza de la Catedral puede resultar más bonita tal y como está, pero se ha quedado estéril, ha perdido la vida que ha tenido históricamente, que era la que le daban los vecinos que todas las tardes se reunían en sus bancos, debajo de las sombras de los árboles. La Plaza de la Catedral actual es una bella postal, pero con el corazón parado. Atravesarla es una odisea cuando aprieta el calor y los turistas que la visitan corren despavoridos hacia la puerta, el único lugar donde es posible encontrar un trozo de sombra.
La Catedral luce con más esplendor custodiada por palmeras, eso es indiscutible, pero a la plaza ya no se le puede llamar plaza porque no tiene más vida que la que le dan los rebaños infantiles que se pasan las tardes dándole balonazos a la fachada del monumento.
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