Casi todos acabábamos enamorados de ella. A los adolescentes del 78 nos gustaba más la Olivia vestida de cuero con cara de mala que la Olivia de la rebeca y las trenzas con pinta de empollona.
Nos enamoramos de la Olivia de los pantalones negros ajustados y los labios manchados de carmín, aquella del cigarro insolente y el pelo rizado que miraba a los hombres con un aire de soberbia y de deseo como nunca nos había mirado ninguna mujer.
La Olivia de la carpeta en el pecho y la sonrisa inocente nos recordaba a las niñas de nuestro barrio cuando iban al instituto, mientras que la otra, la Olivia vestida de cuero nos parecía la encarnación del pecado, de ese pecado mortal de retrete y dormitorio que a los jóvenes de entonces nos tenía sentenciados.
Nos enamoramos de Olivia y de todos los detalles de aquella película que no nos cansábamos de ver. Casi todos fuimos varias veces al cine para volver a ver Grease. El record lo batió una muchacha del barrio de San Luis llamada Ana Segura, que fue catorce veces al Imperial.
Sentíamos una atracción brutal hacia todo lo que representaba, desde la música que venía desde lo más profundo de nuestro inconsciente hasta esa vida pandillera y estudiantil a la que casi todos aspirábamos. Sí, nos sentíamos cautivados por ese ambiente universitario donde nadie pensaba en los estudios, ni siquiera los profesores, y donde las asignaturas más importantes eran el ligue, el baile y el deporte.
Grease fue una revolución porque dejó huella en una generación de jóvenes. En Almería se estrenó el miércoles 27 de septiembre de 1978. “Baila, canta, vive y ponte brillantina con John Travolta y Olivia Newton John”, proclamaba la publicidad de la película. Y no se equivocaba, porque a partir de su estreno las droguerías de Almería tuvieron que reforzar sus existencias de brillantina y los comercios de ropa modificaron en una semana sus escaparates, llenándolos de chaquetas y pantalones de cuero de color negro.
Salíamos del cine cantando las canciones de la película y cuando los sábados íbamos a la discoteca buscábamos en la pista a nuestra Olivia Newton John. Cuánto nos gustaban las muchachas vestidas de cuero, las que se salían de la fila, las que se atrevían a romper las normas aunque solo fuera los fines de semana. Íbamos en busca de nuestra Oliva en un escenario de ‘Travoltas’. Sí, los que más proliferaron con la película fueron ellos, los ‘Travoltas’ de andar por casa que imitaban al héroe de Grease hasta en la forma de coger la cuchara a la hora del almuerzo.
En Almería llegamos a tener hasta nuestro Travolta oficial, Rafael Pérez Sánchez, alias el Lito, que era nada más y nada me nos que el Travolta; no un Travolta más de los que aparecieron en escena al calor de la película, sino el auténtico Travolta, el genuino, el primero que se atrevió a comprarse unos pantalones de cuero negro, una chaqueta brillante del mismo color y se puso en el pelo un bidón de brillantina.
En su cuarto, en vez de un crucifijo o la estampa de una Virgen tenía colgado un retrato de juventud de Elvis, al que veneraba desde que siendo un niño lo vio por primera vez en una de las películas que echaban por televisión en la Sesión de Tarde de los sábados.
Durante años, fue el Elvis de la calle la Estrella, hasta que a finales de los setenta llegaron dos películas que le cambiaron la vida. La primera fue ‘Fiebre del sábado noche’. La figura de Tony Manero, papel protagonizado por John Travolta, caló hondo en su espíritu de adolescente, y el bueno del Lito, como su héroe americano, se transformaba cada noche de sábado.
Si Tony Manero cambió su estilo, la figura de Danny Zuko, unos años después, lo dejó noqueado para siempre. El protagonista de Grease fue su papel para el resto de sus días. Cuentan que la tarde que Rafael fue al Imperial y vio la película se quedó con el alma pegada a la pantalla. Él era aquel joven rebelde que bailaba como nadie, y suya era aquella estética de muchachos arrabaleros vestidos de cuero negro que ligaban y se divertían con la complicidad de la música.
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