La feria de los niños del hospicio

En los años 60 aún existía la costumbre de que las monjas llevaran a los internos al ferial

Dos monjas del Hogar delante del látigo en la feria de 1961. Junto a ellas, se puede ver a una niña con el uniforme del centro.
Dos monjas del Hogar delante del látigo en la feria de 1961. Junto a ellas, se puede ver a una niña con el uniforme del centro.
Eduardo de Vicente
09:00 • 18 ago. 2022

La feria de los niños del hospicio madrugaba antes de que se pusiera el sol. A esa hora de la tarde en la que el calor remitía y la ciudad empezaba a despertarse de la siesta mientras se escuchaban los clarines del penúltimo toro allá por la Avenida de Vílches, las atracciones inauguraban la función con la visita de los niños acogidos por la beneficencia



La feria era una fiesta grande en el hospicio, que los internos vivían como si se celebrara en el patio del centro. Cuando el hospicio estaba en el Hospital y cuando tras la guerra se instaló como Hogar Infantil en la calle Pedro Jover, los acogidos solo tenían que bajar las escalinatas de la calle de la Reina para plantarse en el ferial. 



La costumbre era bajar en grupos reducidos para que la visita de los niños del hospicio no se convirtiera en un problema para los feriantes. Las monjas se repartían el trabajo y sobre las seis de la tarde acompañaban a los internos a ese escenario mágico donde los niños celebraban por todo lo alto lo que para muchos de ellos era la semana más importante del año.



Solo desde la mirada de uno de  aquellos niños se puede entender lo que significaba para ellos pasar una hora recorriendo aquel mundo de sensaciones y poder disfrutar de un humilde dulce de algodón, de un paseo en los caballicos o de media hora de plantón delante de la tómbola, viendo pasar los regalos delante de sus ojos. Para ellos, no había mejor regalo que aquella excursión vespertina junto a las monjas.



La feria fue desde antiguo la semana mayor para los niños del hospicio, comparable incluso con los días de Navidad. Es verdad que en Navidad comían el doble y tenían peladillas, tabletas de turrón y a veces hasta pasteles, pero en la feria recibían el regalo impagable de pasear por el Parque camino de la feria y además de recibir un juguete que no esperaban



En Almería existía la costumbre de acordarse de los niños asilados cada mes de agosto. A comienzos del siglo pasado, el comerciante Emilio Ferrera puso de moda llenar los escaparates de su negocio de juguetes cuando llegaba el mes de agosto como si fuera diciembre y repartir regalos entre los niños del hospicio.



El ayuntamiento mantuvo esa tradición y desde 1914 a 1935 organizó y costeó en parte el reparto de juguetes entre los internos de la beneficencia. Este reparto adquiría matices de gran acontecimiento cuando tenía como escenario alguno de los circos que se instalaban en el Real de la Feria. En 1914 la entrega se realizó en el Teatro Circo Novedades, que dio su primera función de tarde exclusivamente para los niños y niñas del hospicio. Los payasos fueron los encargados de repartir los regalos.



A lo largo de la historia se repitieron los intentos de integrar a aquellos niños en la vida de la ciudad. Cuando llegaba el día de una procesión importante se recurría a los niños del hospicio para darle realce y hasta se llegaron a utilizar como adorno sentimental en entierros solemnes. Una de las iniciativas para darle prestigio al centro de acogida fue la creación de una banda de música que estuviera presente en los actos festivos de la ciudad.


Ya en 1875 la banda infantil participaba en casi todas las manifestaciones populares que se celebraban y ponía la música en la desaparecida romería que todos los años, a comienzos del mes de septiembre, se organizaba en honor de la Virgen de Monserrat, patrona de los labradores.

 

La banda de música del hospicio salía en los desfiles de Semana Santa, en las procesiones de la Patrona y de la Virgen del Carmen, tocaba en la feria y era contratada por los ayuntamientos de los pueblos en sus festejos más solemnes. En agosto de 1931, en los primeros meses de vida de la República, hubo un intento por parte de las autoridades locales de que la banda del hospicio pasara a llamarse ‘la banda popular’, una iniciativa que no caló en la sociedad. 


Los niños acogidos en el hospicio siguieron teniendo banda al terminar la Guerra Civil. En aquellos años el grupo fue bautizado como la banda del Hogar y llegó a tener como gran impulsor al ilustre músico almeriense don Rafael Barco. Su magisterio empezó en el año 1942, cuando consiguió la plaza de profesor de Música del Hogar Provincial, donde se pasó media vida enseñando. A las cinco y media de la tarde, cuando terminaban las asignaturas del día, empezaban las clases con el maestro Rafael Barco.  El aula ocupaba una de las habitaciones de la segunda planta del viejo edificio, en la calle de Pedro Jover.


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