Un soplo de vida para el kilómetro cero de Almería: la Casa del Granero se convertirá en los próximos meses en un apartahotel con 16 apartamentos en alquiler que contribuirá a alentar la actividad en esa zona de la ciudad que durante los últimos años se muere de vieja. Además de los apartamentos, el proyecto contempla una azotea dedicada a zona chil out con vistas a la Alcazaba de Abderramán y a las Murallas de Jairán y en los bajos dos locales comerciales, uno de ellos dedicado a unos baños árabes similar a los que ya operan en la Plaza Vieja y junto a la calle Las Tiendas.
La empresa promotora Fomento Meridional ya ha iniciado la tramitación del proyecto, firmado por José Angel Ferrer, en el área de Urbanismo municipal para este edificio catalogado, de cuatro fachadas, con cicatrices de tiros en sus paredes y que contempla la conservación de la fachada y de la escalera central vaciando por dentro el resto de estancias.
Uno ve casi a diario esa antigualla perenne que es la Casa del Granero, en la almendra de la ciudad, y piensa en la vida plena que debió haber intramuros. Detrás de cada cuarto, de cada alcoba, debió haber una historias, o cientos de historias; uno se asoma ahora a las ventanas abiertas de esa reliquia recia en la callejuela de la Escusada, frente a la Bodega Montenegro y el aroma a galán de noche, y ve, entre plumas de paloma y polvo de décadas, restos de un babero, una brocha de afeitar marchita, cajas de zapatos y una percha sobreviviendo en un trozo de pared desconchada. Quién colgaría ahí su abrigo o su cinturón, sus medias o su corbata, Quién se dormiría en el catre mirando esas vigas de madera que aún subrayan el techo cuarteado por los años.
Dentro de poco, el viejo caserón, construido sobre los cimientos del antiguo pósito de grano de la ciudad, será un edificio moderno y acabará ese suplicio de verlo así, como un pasmarote cada vez más abofeteado de pintadas, de orines y de excrementos de ave, un calvario demasiado dilatado -más de dos décadas- para tremenda morada a la que, en otras épocas, la vida le salía a borbotones por la rejería de los balcones. El edificio fue construido en 1878 sobre el solar del antiguo granero del Cabildo de la Catedral, del que solo quedó en pie la fachada lateral que mira a Poniente con restos de las tolvas por las que salía el grano de trigo.
La Iglesia dispuso en un principio, hasta el siglo XVII de la planta baja del Hospital María Magdalena como almacén de grano que recolectaba del diezmo que le correspondía al Cabildo Catedralicio entre los labradores. Hasta que las dependencias se necesitaron para los enfermos y se construyó en el siglo XVIII el viejo edificio del granero, de contextura mudéjar. Allí no solo se amontonaba el cereal de los curas para la molienda posterior que se iba distribuyendo con las tolvas, sino que también había compartimentos para las panochas de maíz e incluso un secadero de higos.
Allí cuentan que nació en 1929 el célebre dibujante del Libro Gordo de Petete, Manuel García Ferre, que emigró a La Argentina en 1947. Había una enorme escalera de mármol que iba dividiendo las seis viviendas que fueron habitadas y que disponían de un portero que tenía en el bajo un taller de zapatería que le dio después el relevo a María, que vendía golosinas a los niños.
El sueño de un aventurero granadino
La historia de la Casa del Granero es la de la ilusión de un aventurero granadino que en vez de buscar oro en California amasó plata de Almagrera. Se llamaba José Molina Sánchez, natural de Montejícar, que llegó a Cuevas del Almanzora en una diligencia junto a su mujer, Ana Ayas Sánchez, dos cuñados presbíteros y tres cuñadas, con fiambrera y cantimplora, como los conquistadores del Lejano Oeste. José Molina tuvo querencia por la capital y se trasladó allí a finales de los 70, tras comprar una casa en el Paseo. Realizó inversiones poderosas de cientos de tahúllas en fincas de regadío y cortijos de la Vega. Pero su ojito derecho, fue la compra mediante subasta del solar donde estuvo el viejo granero del Obispado.
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