Todo apunta a que el nombre del nuevo director del Instituto de Almerienses (IEA) -el ariete dinamizador de la cultura provincial- se conocerá antes que el propio diputado del que dependerá orgánicamente. Está pendiente, por tanto, ver quién sustituye tanto a Manuel Guzmán (exdiputado de Cultura y Cine que ha pasado a ser parlamentario andaluz) como a Francisco Alonso, quien ha sido requerido por la consejera de Educación, Patricia del Pozo para dirigir esta Delegación Territorial en la provincial.
El relevo del primero tendrá que salir de una terna de concejales de la adscripción electoral capitalina y municipios limítrofes; el recambio del segundo será casi con total seguridad Mario Pulido Egea, funcionario en excedencia de la Diputación Provincial, quien ha sido hasta hace poco director del gabinete de Presidencia del Parlamento Andaluz, es decir la mano derecha de la almeriense Marta Bosquet.
En la terna de candidatos apareció también Ginés Valera Escobar, un personaje muy conocido en a provincia en los últimos años, que se ha desatado como un visible patrimonialista, además de su pasado como notable atleta, con publicaciones sobre legislación urbanística y como jefe del departamento de Geografía del IEA.
Pulido Egea, abogado, es un rostro menos popular, menos dado a aparecer en los distintos escenarios públicos. Antes de marcharse en excedencia con Bosquet al antiguo Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, Pulido fue jefe del Departamento de Estudios y Análisis Fiscales de la Diputación Provincial. Y antes aún fue gerente de la Empresa Mixta de Servicios Municipales de El Ejido (Elsur) y empleado de Befesa (Abengoa). Es decir que ambos candidatos a sentarse en el butacón de la Plaza Julio Alfredo Egea han coincidido en desarrollar parte de su currículum profesional en el Poniente almeriense.
Es el Instituto de Estudios Almerienses, con más de 600 miembros en la provincia, una válvula siempre chispeante para difundir la cultura almeriense. Con altibajos, eso sí, pero desde su creación en 1980 bajo el amparo de Diputación, ha sido un refugio para las letras almeriense, para el conocimiento de la riqueza etnográfica de los pueblos, de su patrimonio histórico, para sobrellevar la odisea de revistas como La Velezana o Axarquía o El Eco de Alhama o Farua. Desde que vio la luz con José Fernández Revuelta como primer presidente, con José Miras Carrasco como diputado dinamizador, y con Tomás Azorín como continuador, el Instituto ha navegado por todo tipo de mares, ha vadeado todo tipo de ríos con más o menos acierto, pero es el prontuario donde las inquietudes artísticas o culturales de los almerienses encuentran siempre refugio.
Se han sucedido al frente de este organismo directores de todo pelaje, desde Gabriel Núñez a Paco Andújar, Jesús Rodríguez Vaquero, Rafael Lázaro, Valeriano Sánchez, Miguel Naveros, Leopoldo Aguilera y por último el exalcalde canjilón Francisco Alonso.
El IEA, a pesar de que su visibilidad a veces se ha difuminado en la sociedad almeriense, ha hecho -está haciendo- cosas sustanciales, está afrontando retos interesantes: el Diccionario Biográfico, una maravilla consagrada a la memoria de esta provincia; la revista Real dirigida por Juan Alberto Cano; la Historia de Almería en varios tomos; las deliciosas guías, los divulgativos volúmenes de historia de los pueblos pequeños, aquellos que no tienen quienes les escriba como al coronel nacido de la inventiva del Nobel colombiano de Aracataca.
El reto de atraer a los jóvenes
El reto de dirigir el Instituto está ahí y la labor de Alonso no debe pasar al olvido. Pero tiene ante sí la tarea de mejorar la difusión de las cosas que hace, que son muchas, como Las Tardes del Instituto.... volver a celebrar las juntas o asambleas anuales fuera de la capital, rebajar la carga burocrática y, sobre todo y ante todo, abrirse a los jóvenes, a los nuevos licenciados, a la nueva sangre almeriense, a pujantes investigadores, literatos, estudiosos, arqueólogos, artistas, al talento que está por venir, que está viniendo.
Y para eso es esencial que el nuevo director se rodee de un equipo de colaboradores entusiasta, de corazón inquieto, que dinamicen los cinco departamentos de que consta la institución. Que tengan el alma y el cariño por su tierra de aquél Juan Antonio Martínez de Castro, creador de la vieja Sociedad de Estudios Almerienses hace más de un siglo, embrión del actual Instituto que nos ocupa.
A pesar de que puede parecer cosa de cuatro intelectuales de la provincia, de cuatro profesores universitarios, es más valioso de lo que parece el IEA, deber ser más valioso de lo que parece, porque de su erudición, del tronco del conocimiento que destila la obra de los autores y de sus actividades de difusión de la cultura que realiza, deben crecer las ramas de una Almería mejor, más rica, más reconocible por los almerienses. Se ama lo que se conoce.
Nada puede poner en valor una tierra, un paisaje y un paisanaje -desde Topares a Guainos Bajos, desde Alcolea al Pilar de Jaravía- en mayor medida que el Instituto y toda la obra que se ha ido compilando: miles de horas de estudio, de investigación para hacer más conocida la provincia, para que los visitantes se embelesen teniendo un catálogo de plantas del desierto o el estudio divulgativo de una geoda única en el mundo; para que los no visitantes, los que viven aquí y nunca han ido, suban a La Alcazaba y sepan lo que están viendo, porque hay un Lorenzo Cara que ha invertido su tiempo y lo ha dejado por escrito.
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