Ahora que nos estamos preparando para celebrar la Magna del siglo, sería bueno recordar aquella otra Magna sin medios, sin dinero y prácticamente sin música, que se organizó en Almería hace sesenta y ocho años. Comparando aquella época con la actual, los diez pasos que van a desfilar este año se quedan ridículos, muy lejos de mostrar el auge de las hermandades en la última década.
La Magna de 1954 no tuvo ninguna repercusión regional porque Almería vivía tan aislada, tan metida en sí misma, que en Andalucía Occidental nadie se enteraba de lo que sucedía en nuestra tierra. No vinieron turistas, pero sí una amplia representación del beaterío tradicional de la provincia, que como una buena hinchada quiso arropar a sus imágenes en su presentación en la capital.
La Magna de 1954 tenía un motivo histórico. El ocho de diciembre de 1854 el Papa Pío IX declaró dogma la verdad de la concepción de María sin mancha de pecado original. Un siglo después, se organizó una gran procesión para conmemorar ese centenario de la virgen en sus diversas advocaciones.
En Almería, fue un acontecimiento de interés general que sacó a la calle a miles de fieles para arropar con sus rezos y cantos a las imágenes de las dieciocho vírgenes que se dieron cita en la capital, la mayoría de ellas llegadas desde distintos puntos de la provincia. La gran jornada Mariana se celebró el ocho de diciembre de 1954, siendo Obispo don Alfonso Ródenas y alcalde don Emilio Pérez Manzuco.
Fue un día especial, de máxima exaltación religiosa, que convocó en la capital a las principales imágenes de la provincia: la Virgen del Saliente de Albox, la de la Cabeza de Monteagud, la del Carmen de Cuevas de Almanzora, la del Rosario de Enix, la del Monte Sión de Lucainena, la Purísima de Níjar, la Consolación de Tices, la del Carmen de Purchena, la de los Remedios de Serón, la de los Dolores de Somontín, la de las Angustias de Sorbas, la del Socorro de Tíjola, la Purísima de Vélez Rubio, las Angustias de Vera y la de Viator, además de la Inmaculada, la del Carmen y la Virgen del Mar, de Almería.
Los preparativos de esta magna procesión obligaron a habilitar las principales iglesias de Almería para que pudieran albegar las distintas imágenes y el pelotón de fieles que las acompañaban. Pero no sólo hubo que realizar una organización religiosa. Una semana antes del acontecimiento, las autoridades locales se dedicaron a limpiar las calles de Almería, no sólo de polvo y tierra, sino también de pobres y maleantes.
A los pobres había que esconderlos y alejarlos de las puertas de las iglesias, donde se apostaban para las misas principales. Maleante podía ser cualquier personaje extravagante que rondara por las calles sin oficio ni beneficio, como se decía entonces.
La policía municipal, arropados por el cuerpo de serenos, se dedicaron a quitar de la circulación a todo el que pudiera restarle brillo con su conducta o su presencia a la excelsa procesión religiosa.
Media ciudad se dio cita la tarde de la procesión. El ayuntamiento invitó a los vecinos a que pusieran colgaduras en todos los balcones, con lazos azules como distinción de la Inmaculada y a que engalanaran las fachadas. Se aconsejó que no circularan los coches ni las motos por las calles del centro y que se evitaran las ruidos innecesarios para no perturbar el recogimiento del acto.
Todas las casas del Paseo sintonizaron sus aparatos de radio con las emisoras locales, dándole “pleno volumen” y colocándolas junto a los balcones para que todos los fieles pudieran seguir las advertencias que para dirigir la procesión daban los distintos locutores.
A las cuatro de la tarde, la gran comitiva partió desde la explanada entre el puerto y las Almadrabillas. Con cada imagen iban las autoridades de la localidad correspondiente y los fieles que se habían desplazado, siempre cantando y rezando, poniendo la banda sonora a falta de bandas de música de verdad.
“La ciudad toda se hizo un templo mariano”, contaba la prensa al día siguiente, con frases tan hondas como que “todos sus hijos, junto al regazo bendito de la Madre, vitorearon y aclamaron hasta enronquecer, hasta el delirio y diríamos que hasta la locura”.
Don Alfonso Ródenas, Obispo de Almería, dirigió un emotivo discurso a los miles de fieles congregados. “¿No Veis vosotros, como yo, hijos del alma, que prendidos de los mantos de las imágenes y encaramados en los tronos de sus patronas, están los corazones de todos los pueblos de la diócesis?”.
En plena exaltación místico, el prelado pidió un milagro que no se produjo: “Este espectáculo merecería que se abriese el cielo y que apareciese la excelsa reina protegida por los ángeles para mostrarnos su sonrisa, sus ojos llenos de misericordia y manifestarnos la expresión de su complacencia por el entusiasmo que los corazones de Almería están verdaderamente demostrando”, dijo don Alfonso.
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