El día que tocaba visita oficial, los niños y las niñas del Hogar José Antonio tenían que pasar revista ante las educadoras, que les exploraban bien las cabezas para que estuvieran aseadas y le repasaban hasta el último detalle de los uniformes.
Cuando Rodrigo Vivar Téllez, entonces Gobernador civil, iba de visita el centro las clases duraban lo que el invitado tardaba en decirle a las maestras. “Que salgan al patio”. Allí formaban en silencio con los nervios metidos en el estómago, aguardando que su Excelencia los sorprendiera con algún regalo. Don Rodrigo solía tener gestos generosos con los niños y antes de llegar mandaba a su secretario a la confitería de la calle Mariana a por varios kilos de caramelos que corrían a cuenta de Auxilio Social.
El Gobernador le llevaba dulces, mientras que don Andrés Pérez Molina, el cura de moda en aquel tiempo, les repartía unas cuantas lecciones de fe para que los alumnos comprendieran que si estaban allí, bien atendidos, comiendo todos los días y con ropa limpia, no solo se lo debían al Gobernador y a las jerarquías políticas, sino que también le debían de dar las gracias al Señor, que velaba por ellos desde el cielo y vigilaba todos sus actos desde el crucifijo que presidía las aulas, el comedor y los dormitorios de los internos que formaban parte del colegio.
En 1941, Auxilio Social había puesto en marcha aquella escuela con residencia, con el nombre de Hogar José Antonio, en una magnífica finca situada frente al Barrio Alto, al comienzo de lo que después fue el Camino de los Depósitos. En aquellos tiempos, el lugar era un rincón apartado de la ciudad por la rambla, que era la frontera natural, y estaba salpicado de cortijos y balsas. En la fachada principal del edificio, en la puerta de entrada, se levantaron los escudos de Falange y el del águila imperial de España. La finca poseía una amplia extensión de terreno destinado a jardín con una frondosa arboleda y un edificio de dos plantas con una gran azotea desde donde se divisaban la vega, el mar, las montañas y las murallas de la ciudad.
Aunque la residencia del centro era sólo para niñas, el comedor y la escuela que después se inauguró acogía también a niños en peligro de exclusión social. Dirigía el hogar Rosario Jerez Alonso, una destacada camarada de la Sección Femenina, que desde que el centro empezó a funcionar alertó a las autoridades de Falange de la necesidad de afrontar las obras necesarias para ampliarlo. En enero de 1941, el Gobernador civil Rodrigo Vivar Téllez, visitó el hogar acompañado del arquitecto Antonio Góngora Galera y le planteó sus deseos de ampliar la instalaciones de cincuenta niños, que era la capacidad con la que echó a andar, a ciento cincuenta, para así poder responder a la gran demanda de ingresos.
Se construyeron dos nuevas naves destinadas a escuela y comedor y en la planta superior otras dos salas que se habilitaron como dormitorios. La vida, dentro del hogar, transcurría con una disciplina rigurosa, propia de la época. Las niñas internas se levantaban a las ocho de la mañana, y tras la ducha obligatoria y el desayuno, afrontaban una larga jornada escolar que se prolongaba por la tarde después del almuerzo.
Los niños recibían allí las enseñanzas de la educación primaria, estaban abastecidos de ropa y disfrutaban del comedor que aunque no repartía comidas abundantes, al menos eran suficientes para hacerle un quiebro al hambre. Casi nunca faltaba el café con leche para desayunar y en el almuerzo el menú que más se repetía a lo largo del mes era el de fideos con patatas, ensalada de pimientos y tomates y fruta; la merienda era exigua, un vaso de leche cuando había, y en la cena la sopa de picadillo era diaria, algunos días reforzada con patatas en salsa.
La monotonía de los menús se rompía cuando había visita del Gobernador y los niños recibían como un regalo del cielo los dulces que les llevaba su Excelencia.
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