El 12 de octubre era un día grande en nuestro calendario infantil porque no teníamos que ir al colegio. Los niños entendíamos poco de patrias porque no teníamos otra que los límites de nuestro barrio, y tampoco nos importaban demasiado las banderas, salvo la de nuestro equipo de fútbol. Tampoco teníamos un motivo religioso para celebrarlo, puesto que la Virgen del Pilar nos sonaba muy lejos, a Zaragoza.
Lo verdaderamente transcendental, cada 12 de octubre, es que era un día marcado en rojo en el calendario y no había que madrugar ni hacer los deberes. Como mucho, nos lavaban como si fuera un domingo, nos ponían la ropa limpia y nos llevaban a ver el desfile de la Guardia Civil, que era uno de los acontecimientos grandes de aquella fecha. Había banderas de España en algunos balcones, pocos, y muchas ganas de calle, pero nuestro humilde desfile casero se quedaba en nada al lado de ese otro que retransmitían por la tele en blanco y negro desde Madrid, con Franco en la tribuna.
El 12 de octubre era el día de la Raza, el de la Hispanidad, el de la Virgen del Pilar, una fiesta nacional con letras mayúsculas que no siempre había tenido ese carácter patriótico, festivo y religioso que nosotros conocimos.
En 1929, como ese año se había acordado suprimir por Real Orden la festividad del martes de Carnaval, la Junta directiva del Comité del Comercio de Almería decidió permutar dicha fecha por la del 12 de octubre, fiesta de la Raza, y que ningún comercio de la ciudad abriera sus puertas por la tarde. La llegada de la República no trajo grandes novedades a una fecha que no terminaba de arraigar en el calendario sentimental de los almerienses. El 12 de octubre de 1931, seis meses después de que se instaurara el nuevo Régimen, no hubo ningún tipo de celebración institucional ni tampoco religiosa, salvo la que se organizó en el Seminario de la Plaza de la Catedral para abrir oficialmente el curso cuyas clases se habían iniciado dos semanas antes. En aquel acto, el claustro de profesores hizo la profesión de fe obligatoria y prestó el juramento contra los llamados ‘errores modernistas’, es decir, contra todos los que dudaban sobre las ‘verdades’ de las santas escrituras.
Durante los años de la República, los actos religiosos del 12 de octubre se hacían de puertas adentro y se aprovechaba la festividad para organizar comidas extraordinarias en los comedores de Asistencia Social.
La festividad del día de la Raza dio un giro importante después de la Guerra Civil y como era de esperar, las autoridades aprovecharon la fecha para acentuar su carácter patriótico y adornarla con una capa de religiosidad que hasta ese momento no tenía. El 12 de octubre de 1939, recién terminada la guerra, con la ciudad tambaleándose todavía, se decidió que la fiesta se trasladara a Vélez Rubio, donde según las cifras oficiales, se dieron cita cerca de quince mil falangistas de toda la provincia. En la capital, la Guardia Civil honró a la Virgen del Pilar en la iglesia de la Compañía de María, una de las pocas que no estaba dañada, y los funcionarios del cuerpo de Correos festejaron con un almuerzo el día de su Patrona.
Un año después, en octubre de 1940, el día de la Raza fue considerado como de ‘Fiesta Nacional Recuperable’, por lo que se decretó el cierre de los organismos oficiales y de los comercios, salvo las industrias de alimentación, que abrieron mediodía. Aquel año la dictadura hizo más festivo el 12 de octubre, acentuando su matiz patriótico y religioso. Se organizó un rosario de la aurora que recorrió las calles del centro de la ciudad al amanecer, seguido de seis mil fieles. Al mediodía hubo tuvo lugar un desfile de miembros de Falange y de la Guardia Civil para darle realce al cambio de nombre de la antigua calle de Beloy, que desde ese día fue dedicada al Padre Luque. Por la tarde, la imagen de la Virgen del Pilar fue sacada en procesión.
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