Es la reina de la calle Paco Aquino. Podría contar la historia del barrio desde que las calles eran senderos y en los solares se mezclaban los restos de la vega en retirada con los cimientos de los edificios en construcción.
Allí, rodeada de su familia, Matilde acaba de cumplir 100 años, bien alimentada por el cariño de los suyos, arropada como si fuera una niña, con el ánimo dispuesto a contar alguna de la interminable lista de historias que ha ido acumulando a lo largo de intensa vida.
Matilde Lara Martínez nació el 22 de octubre de 1922 en Olula de Castro, aunque la mayor parte de su infancia la pasó en Almería, donde la familia se tuvo que venir siguiendo a su padre, que trabajaba como practicante en el manicomio. Era la segunda de siete hermanos, aunque una tragedia los dejó en seis. Un día, el cuerpo de su hermano, de trece años de edad, apareció sin vida en uno de los pozos de la Alcazaba.
Matilde comprendió muy pronto que la vida estaba llena de sufrimientos y aprendió a convivir con ellos. Durante la guerra civil se tuvo que refugiar con su madre y sus hermanos en Velefique, pero un accidente obligó a la madre a venirse a Almería con uno de sus hijos que se había roto el fémur. Con catorce años, Matilde tuvo que hacer un cursillo intensivo de madurez y se quedó en el pueblo cuidando de la casa y de sus hermanos como si ella fuera la madre. En la posguerra la familia reorganizó su vida en su vivienda de la calle Ramos. El padre, don José Lara, tenía una buena profesión: estaba destinado como practicante en el manicomio del barrio de Los Molinos y se ganaba un sueldo extra poniéndole inyecciones a media Almería.
A finales de los años cuarenta, cuando llegaron a la ciudad los primeros botes de penicilina, el padre de Matilde era recibido en las casas como si fuera el auténtico Mesías. Allí iba pedaleando encima de su bicicleta, desde el Quemadero al Zapillo, para inyectarle el milagroso medicamento a los enfermos que parecían destinados a morir.
Tiempos complicados
Eran tiempos complicados, pero la familia vivía holgadamente y Matilde pudo cumplir uno de sus sueños: estudiar Magisterio y trabajar como maestra. Después conoció el amor y le llegó la hora de pasar por el altar, contrayendo matrimonio con Vicente Garro Pérez, un prestigioso agente comercial de Almería.
Al casarse le cambió la vida como le ocurrió a tantas mujeres de su tiempo. El marido prefirió que ella dejara aparcada su profesión y se dedicara al cuidado y a la educación de sus hijos. La felicidad duró poco. En el mes de abril de 1961 Matilde enviudó, quedándose con dos hijos, de cinco y de dos años de edad. Al fallecer su marido, que solo tenía cuarenta y cuatro años, Matilde lo sustituyó en su cargo, quedándose con las representaciones de la pasta de dientes Profiden, que en aquellos años era la marca que más se vendía, y con la pintura Titanlux, que también era un producto estrella. Pero ser agente comercial estaba lejos de su vocación,por lo que un día decidió presentarse a unas oposiciones y consiguió entrar a trabajar en la Delegación de Educación y Ciencia, donde permaneció hasta que le llegó el momento de jubilarse.
Ahora acaba de cumplir 100 años recibiendo el cariño de sus familiares, en justa correspondencia a la generosidad que Matilde Lara Martínez ha derrochado a lo largo de su vida con todos aquellos que la han conocido. Una de las claves de tener una vida tan longeva y de esa fuerza que le fue permitiendo ir superando obstáculos, fue la mirada positiva con que siempre encaró el día a día. Seguramente, la frase de “al mal tiempo buena cara” la tuvo que inventar ella.
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